jueves, 5 de junio de 2008

El resto se lo llevan ustedes


Digamos, el gordo, si me preguntan, les digo que no sirve para la vida occidental, o la forma de vivir que tenemos desde la revolución industrial en adelante. Hoy lo llame, hoy es miércoles, y el sorete me atendió dormido, con una voz que no dejaba escapar todavía a la caravana de la noche anterior. Eran las dos de la tarde. “Hijo de puta, a vos nomás se te ocurre llamarme, ¿qué hora es?”…Es lo que todos nunca quisimos dejar de ser.
No recuerdo bien el momento en que dije: “está noche paso”. Seguro que no fue delante del gordo. El muy forro me hubiera roto tanto las bolas para que me deje de boludear hasta hacerme sentir una mierda falluta.
El gordo no fue nunca mi vecino, ni lo será (eso sería mi ruina, como tener un dealer en el departamento del frente de mi mismo piso, encima amigo y que si llegara el caso de cobrarme me lo haría al costo, o con algún canje beneficioso para mí). Lo conocí en su ámbito, y en el que luego sería el mío, digamos el me introdujo en esto. Toqué la puerta y pregunté por él, Julito sonrío y me lo señalo. Estaba algo oscuro, pero el tipo brillaba como se dice “con luz propia”. Ordeno todo, dio la señal y empezó a sonar. Me miró y me puso su mano grande en mi hombro derecho “pendejo, anda al kiosco del frente y trae dos cervezas”, ordenó. De una que nunca dude de su orden. Esa noche, porque era noche (el gordo es como los redondos: “solo y de noche”), me convertí en su productor. Bueno, una manera de decir al tipo que iba a buscar siempre la cerveza, el fernet, la coca o el faso. De una también que nunca me dio un mango para pagar.
Yo era tímido, solo escuchaba y trataba de aprender algo que según él no debía aprender , “pendejo sale solo, esto es rock”. Nunca había nada armado, ni la lista de temas, ni las notas a leer, ni las casetillas de prensa, ni las entrevistas. Y la música estaba delante de cualquier auspiciante. El gordo tenía la agenda más rica del rock (desde el número de Botafogo hasta el de Tomás Lipán, sin desmerecer el número del cantante de Karioma). Y el hijo de puta llamaba sin aviso previo, cero producción, me daba el número y yo debía marcar y pasarle la llamada al aire. Por ahí atendía, paso una sola vez, quien debía atender, pero por lo general era un recorrido de llamadas hasta encontrarlo, y cuando dábamos siempre la conversación comenzaba con una puteada. Al gordo todos lo putean. Es la forma de demostrarle cariño. Y de recordarle lo que paso la última vez que lo vieron.
Una de esas llamadas fue al Duende. Digamos, el Duende estaba y no estaba en el rock: era un dealer. Y yo mande la llamada al aire, si alguna vez en otras radios esto paso no sé, sí sé que fue para mí la única vez que alguien ordeno al aire un cincuenta, regateo precio y arreglo para que se lo llevaran. Todos piensan hasta hoy que fue todo armado. Armado fue lo que hicimos cuando llegó el pedido. Arregló la compra con unas copias de discos del gusto del delivery. Ah, el gordo desde siempre lo arregla todo así: con discos.
Es al pedo decir que el gordo no tiene horario. Y que todavía vive con su madre. Que por cierto es como la madre del rock de todos. La vieja nunca se quejó del quilombo que armábamos cuando estábamos en la habitación de Toño, tal cual su sobrenombre de entrecasa. Y eso era la señal de iniciación. Sí él te invita a su casa es porque realmente sos un rocker, porque su habitación es el santuario al rock. Cuando entre por primera vez pensé que no quería salir de allí, pese al olor a patas y bolas que pesadamente debía sostener por debajo de mi inhalación. Desde Robert Johnson hasta el vinilo de Oktubre, o alguno de Pescado o Mercado Indio de los Violeta. Como todo melómano, al gordo le gusta escuchar los discos en el formato para el que fueron grabados. Me lo demostró con uno de Los Stones, la guitarra de Keith Richards tiene ese ronroneo agrio, mezcla de pucho y transpiración que la remasterización digital cual desodorante de ambiente se encargo de ocultar.
Una vez le pregunte, ya las drogas nos habían mantenido despierto tres días, o sea, era un lunes y estábamos sentados en el mercado esperando nuestro picante de pollo que habíamos ordenado, que iba a pasar con todos eso discos si se moría. Me miró, sin asombrarse por la pelotuda pregunta que le había hecho, y dijo: una vez XXX me ofreció veinticinco mil pesos por mí discoteca… dijo con una mirada de lástima a tanta estupidez suelta por ahí, bueno, me enterraran con algunos y el resto se lo llevan ustedes.
El resto se lo llevan ustedes…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tony Lopez nunca me va a caer bien, hay un respeto, pero no se sentaria a mi mesa.

Gustavo