miércoles, 7 de diciembre de 2011

La muerte y la muerte de Mela




María de los Ángeles Rojas (*)


Si Mela venía de una vida pasada, seguramente se había dedicado a la necrocirugía. Me gustaría recordar cómo nos hicimos amigas, pero esos son detalles en la infancia. Ella estaba siempre en mi casa: los fines de semana, a partir de las 14, y los días hábiles, desde las 18.
“Este brazo, aunque sea tan real, es de madera, porque nací muerta y me tironearon para que saliera y así se quedó adentro”, me confió gravemente. Ni siquiera parpadee. “¿Dentro de dónde?”, hubiese querido indagar mientras tocaba ese miembro tan gemelo del otro.
Pronto Mela cayó en cuenta de que era yo un público muy agradecido y decidió introducirme en los terrores nocturnos. “Cuando tuve el accidente y me quedé sin cuero cabelludo, fuimos todos al cementerio a buscar uno para trasplantarme. ¿Sabías que a los muertos las uñas y los pelos les crecen y perforan los cajones?”. Aferrada a mi gato Ulises, temía moverme un ápice. “Ah, también vi el cadáver de un gato cuyo ojo aún parpadeaba...”.
Mi mamá empezó a notar que algo no iba bien, cuando su impertérrita hija menor no quiso ir sola al baño por la noche. “¡Esas son macanas!”, gruñó impaciente al escuchar las “historias de Mela”. Pero nunca la regañó; es más, siguió cortándole la milanesa, “no sé usar el cuchillo, señora”, algo que no hacía ni por sus vástagos.
Nos distanciamos a los 11, cuando las niñas de mi época teníamos la gracia de dividirnos en sectores irreconciliables: cara lavada vs. maquillaje, guillerminas vs. chatitas, barbies vs. chico lindo que me gusta.
En la secundaria, solo nos cruzábamos en el colectivo. Yo crecía rozagante. Mela, flaquísima, las encías transparentes y el genio de la vida emigrado de su cuerpo. Por años solo supe de ella por un amigo de un amigo: “Está embarazada, se casó, tuvo un hijo”.
Hace poco, la crucé en la peatonal. Forcé el saludo: “¡Diamela!”. Contestó con una sonrisa ensayada, social, y ahí supe que esta vez, de veras, Mela había muerto.

(*) Publicado por el diario El Tribuno de Salta.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Redacción: tema mi pelo






Por María de los Ángeles Rojas (*)



“Había una vez dos tetas que llevaban una chica detrás”, inicia una crónica, sobre Luly Pop, Alejandro Seselovsky. “Era una vez un pelo que llevaba adosada una piba”, sería la mía. Mi pelo es largo, pero los he visto más largos. Aun así parece que es lo suficientemente “freak” como para desplazar el motivo del clima de una conversación entre amigables extraños y yo. “¿Hace cuánto no te lo cortás?” (el génesis). “¿Tenés una promesa?” (la motivación). “¿Qué champú usás?” (el secreto). “¿Lo lavás todos los días?” (la higiene). “A mí no me crece” (la envidia). “Yo lo tenía así de joven” (la empatía). “Mi tía lo tenía hasta los talones” (la hipérbole). Mis respuestas varían según mi ánimo y usina imaginaria. “Mi profesor de yoga dice que en las puntas hay terminaciones nerviosas, por eso no hay que cortarlo” (la exótica). “No me lo corto por falta de tiempo” (la práctica). “Ni me acuerdo...” (la malhumorada). “Le tengo miedo al peluquero” (la versión para niños).
Una vez en el colegio, la maestra nos dio una consigna: “Escriban sobre el último viaje que hicieron”. Pero añadió, angostando sus ojos de cíngara: “Todas menos Rojas. Rojas, redacción: tema mi pelo”.
Lloré la tarde entera. Mi orgullo de abanderada era vencido por mi falta de abstracción cuando mi papá se acercó y me contó: “Cuando tenía tu edad, naufragaba en mis tardes de hijo único y me decía: ‘Cuando me case, voy a tener cuatro hijas de pelo largo y ellas serán mis hermanas’”. Habrá sido su abrazo, habrá sido el horror del posible cero.
Sé que mi escrito era una torpe mezcla de cuestiones domésticas: “Lloro en el peluquero, me lo lavo con ayuda de mi mamá”, pero terminaba: “Tengo el pelo largo y lo usaré siempre así, porque así me soñó mi papá antes de conocerme”. Días después, la maestra me pasó la hoja con mi diez felicitado, me tomó la mano izquierda y, en un reflejo ancestral, me volvió la palma hacia arriba. “Rojas, usted será escritora, que no se le olvide”, susurró. Pronto la transfiguración pasó y volvió a ser la de siempre.






(*). Publicado por El Tribuno.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Crónicas milagrosas




Mientras medio millón de personas asistían a una nueva procesión del Milagro, salteños de todas las edades explicaban por qué no estaban presentes en la celebración católica por excelencia del norte argentino.


por Federico Anzardi (escrito para cuartopodersalta.com.ar)


Está de pie en la vereda, apoyada sobre un poste de luz que no ilumina, porque es de día y el sol todavía labura y fuerte; pero sí hace las veces de improvisada parada de bondi. Está en Zuviría, pasando Ameghino, a dos cuadras de la zona de la Balcarce. Se está comiendo una manzana acaramelada. Esa acción, ese gusto de la infancia que perdura, junto a los aparatos que aprietan sus dientes y su contextura física pequeña, hacen que parezca de catorce años. Hasta que habla. “No comparto la ideología de la Iglesia Católica”, responde formal, después de haber escuchado la pregunta clave de la tarde: “¿Por qué no estás en la procesión?”. Su voz y su forma de hablar remiten a una pequeña Tana Ferro de 19 años (su verdadera edad) en contra del dogma católico y que está ansiosa por irse a La Caldera en lugar de agitar uno de los miles de pañuelos blancos que se sacudieron en la tarde del 15 de septiembre.

La Tanita es sólo una de las tantas que estaban haciendo su vida mientras medio millón de personas le perseguía el rastro a dos imágenes religiosas, confirmando la tendencia retro de nuestra provincia. Ese conservadurismo que se encuentra ni siquiera a la vuelta de la esquina, porque existe en la puerta de al lado, o en la propia casa. Que aparece en todas las edades y estratos sociales. Que se manifiesta en la señora que aferra su cartera y suda su maquillaje entre tanto feligrés que se toma a pecho la festividad. También en el adolescente rollinga que baila con el rocanrol de Perro Ciego y que apura la birra todos los fines de semana. Como Leonel, de 17 años, que está sentado junto a Gabriel, de catorce (ahora sí), en un umbral de la desierta y casi desconocida zona de la Balca a las cinco de la tarde. “Yo no voy porque ya fui a misa. No es que no me interesa, ya fui a misa dos días”, asegura Leonel, y agrega que cree “en dios” y que rezó la Novena con su tío.

Lo último que se podría pensar después de ver su apariencia (remera con la lengua stone, muñequera de Perro Ciego, flequillo rollinga reglamentario y un poco pasado de moda a esta altura) es que Leonel defiende a la religión que le tocó, por la clara influencia que la cultura rock (gracias, Indio) ha tenido sobre él. Pero no. Se abraza a La Biblia, quizás siendo esclavo de la supuesta educación laica que imparte clases de Catequesis en las escuelas públicas con el mismo fervor que rechaza cartillas de educación sexual. Tal vez cumple a rajatabla el manual del fanático de rock conservador que no terminó de entender la cosa y cree que lo mejor es “no cambiar nunca” y no estar abierto a nuevas propuestas, que siempre dan miedo, por su incertidumbre. A Gabriel también se le nota ese miedo a contrariar el dictamen de los maestros, los padres, los abuelos y los tíos. Afirma que es católico y que está bien rezar y que dios está en todos lados, pero que no va a la procesión porque no le gusta estar rodeado de gente.

Algo parecido piensa Edmundo Lamas, de 63 años; histórico mozo del Bar Madrid, sentado a una cuadra de los pibes, tomando algo en solitario. Revelado como un gran creyente (“Yo pienso que dios existe, ¿de dónde salimos nosotros si no?”), afirma que es respetuoso de la opinión de todo el mundo, que cada uno se maneja de acuerdo a su criterio, pero que no va a la procesión ni a la iglesia “Yo fui una sola vez a la procesión del Milagro, cuando tenía seis años -cuenta-. Entré a la Catedral, la única vez, y no volví más. Pero… yo soy católico, creo en dios, soy muy creyente. No voy porque en la escritura sagrada dice bien clarito: ‘Cuando ores entra a tu aposento y cierra la puerta. Si nadie te escucha, mi padre, que está en el cielo te escuchará’. Eso es lo que yo hago, yo leo mucho La Biblia, escribo poesía. Ya escribí tres libros. Y le pido a dios, pero entro a mi dormitorio”.

El mini relevamiento realizado durante el momento de la procesión arrojó resultados que son contundentes y que se palpan casi inmediatamente: el porcentaje de no creyentes aumenta mucho entre los jóvenes de 19 y 30 años. Los más viejos tienen una escuela de castración, pudor, temas tabú y religión muy fuerte. Los más chicos todavía están a merced de sus mayores. Pero los adultos tempranos son los que marcan que quizás dentro de algunas décadas, la celebración del Milagro no sea tan invasiva como lo es ahora.

“Yo no creo en nada. No creo en mí, mirá si voy a creer en los demás”, escupe Mariana, de 25 años, parada en el patio de comidas del shopping, mientras espera a su abuela, que durante la infancia intentó marcarle el camino. “Creo que hay un dios –continúa- y que cada uno cree en lo que necesita creer. No creo en las imágenes, en la Iglesia, en los curas o en el Papa. Cuando era chica iba mucho a misa, pero porque mis abuelos me llevaban, no porque yo elegía ir. Iba porque había chicos con los que jugaba, me divertía”. Mariana se escapa de la ciudad durante los días de la Novena, prefiere recluirse en su casa de zona sur. “Para mí es un bajón -dice-, no salgo al centro porque está lleno de gente, no hago cosas. O por ahí tenés miedo de que te afanen la cartera, te afanen el teléfono o que pase algo. Pero cada uno que haga lo que quiera”.

El que no se banca la Novena, el Milagro y cree que la Iglesia Católica se está yendo por las ramas es Matías, de 27 años, quien desde su casa en el barrio San Remo asegura que no participa de la procesión por su ateísmo y explica el por qué. “Soy ateo porque me resulta estúpido creer en seres con súper poderes, y si existieran sería estúpido dedicarle la vida a seres con súper poderes. La procesión es la muestra más evidente de la falta de razonamiento de las personas: un grupo de personas caminando mientras rezan en grupo explica por qué el mundo es tan deficiente, tan incoherente. La gente que va a la procesión es la misma gente que apoya las teorías de que los cambios climáticos o desastres naturales son culpa de la acumulación de pecados mundiales. La gente que participa de la procesión es la misma gente que dice que ser gay es estar enfermo. Lo digo, no porque lo inventé, si no porque lo escuché y no lo podía creer”, afirma.

Matías es uno de los que está en contra de la ordenanza 9945, que prohíbe “durante los días seis (6) al quince (15) de septiembre de cada año los bailes, espectáculos públicos en confiterías, café concert, pub y afines, en el sector limitado por las Calles Caseros, Belgrano, Deán Funes y Balcarce inclusive”; justificándose en que “durante los días de la novena concurren a la Catedral Basílica gran cantidad de peregrinos a quienes es menester respetar su fe y devoción”.

El problema surge cuando el respeto hacia la fe y la devoción de algunos se termina olvidando de los intereses de los otros. Gracias a la ordenanza, se debieron suspender o reprogramar varios espectáculos que se tenían que realizar en el Teatro Provincial, como el de Los Nocheros con Los Tekis del 10 de septiembre o el del Sexteto Mayor, el 7. “No me parece que se corte con parte de la cultura por algo de la Iglesia. Los Nocheros en el Teatro Provincial no perjudicaban en nada al Milagro. Son decisiones absurdas”, dice Mariana, quien contrasta con la opinión de Leonel y Gabriel, quienes creen que el tiempo de la Novena “es para ir a rezar, para estar con dios ¿Para qué ir a un recital?”.

“Me parece correcta esa decisión, se merecen respeto. Más allá de que la Iglesia tenga sus cosas, prohibirlo me parece correcto”, dice Edmundo quien, obviamente, no opina igual que Matías, para quien la ordenanza es “básicamente, enorgullecerse de ser el insulto a la inteligencia humana”. “Sólo un país mediocre obliga a someterse a las personas por cuestiones religiosas -explica-, porque la práctica de alguna creencia religiosa es personal e individual. Obligar al pueblo es un capricho de seres repulsivos, y ser tan mediocre como para aceptarlo sólo hace que todos los que no estamos de acuerdo nos retorzamos como gusanos discriminados como en la misma inquisición”.

“Me parece totalmente una falta de respeto que le hayan hecho eso al Sexteto Mayor”, dice apuradísima la Tanita, sin tiempo para seguir contestando porque el colectivo acaba de frenar ante su brazo estirado. Se disculpa y se sube, alejándos cada vez más de la fidelidad católica. Porque al Cristo de La Caldera no le hacen tanta prensa.

viernes, 24 de junio de 2011

AL MARGEN


Escrito por Juan Manuel.
Imagen: Alejandro Luna, para El camino de la mandrágora, sobre poemas de Fernanda Salas, Equus Pauper, 2008.



En las condiciones actuales de la literatura es poco probable que exista algo llamado el margen. Hay comunidades de escritores y lectores que de manera esporádica se confabulan para traficar libros hechos en sus casas, en muchas ocasiones sin fines de lucro y sin ánimos de competir por saber quién escribe mejor que tal o cual. Al menos eso es lo que permiten pensar las prácticas mismas: un autor llega de otra provincia, nos juntamos a leer o a charlar, intercambiamos libros, en fin, compartimos experiencias y luego cada uno sigue con lo suyo. También puede suceder que no existan publicaciones en papel y se trate de un blog al que de vez en cuando uno accede y deja (o no) un comentario: no es necesario convivir en el mismo espacio geográfico. Para este último caso no hace falta mencionar cómo se ha diluido la crítica literaria. En el fondo de la cuestión importa muy poco si alguien escribe bien o mal. El estándar estético, de todas formas, no puede interesarle a alguien que tiene a su disposición una multiplicidad de medios para dispersar sus textos. Lo que se lee es lo que circula (a mucha velocidad), de lo que circula queda muy poco, de lo poco cualquiera puede adueñarse (generalmente con un click) o dejarlo pasar (lo que sucede a menudo): hay poco tiempo para detenerse, ya está viniendo algo nuevo.



LA CARRERA DE LETRAS DE LA UNSa



Todos los autores mencionados en el artículo sobre Ya era anduvimos por la carrera de letras. Hasta ahora ninguno se ha recibido. No porque seamos malos estudiantes, aunque tampoco somos los típicos estudiantes de letras. Sin embargo no somos marginales. Recuerdo que en un encuentro en Jujuy los muchachos de la revista Intravenosa organizaron una charla en la facultad para hablar de lo mal que los trataba la crítica universitaria y nosotros disentimos: muchos de ellos eran o habían sido estudiantes de letras de la UNJu yrecibían legitimidad por parte de los docentes. En nuestro caso nunca ha surgido ese problema: la proximidad (ambiental y hasta ideológica en algunos casos) con docentes que investigan y elaboran estudios críticos sobre la literatura de Salta (Susana Rodríguez, Elisa Moyano y Raquel Guzmán) nos vuelve de cierta manera “canónicos” dentro de ese ámbito. En ningún sentido nos interesa la postura del margen porque parece equivocada: marginal es quien no tiene para pagarle a SAETA el boleto que lo llevará al centro a hacer cola durante horas y horas para cobrar un plan social (que no le alcanzará para llegar a fin de mes); marginal es Leonel Zapatero, un poeta desconocido y de enorme talento que padece una enfermedad mental que le impide participar de la vida social de manera “normal”; marginal es Luis Ferrario, quien tiene una profusa obra literaria casi en el anonimato. Ya era no es marginal, por el contrario es un movimiento de agitación cultural que elude esa palabra para sí porque sería una máscara de lo que no somos. Es más, ni siquiera somos los únicos en hacer ‘arte autogestionado’ en esta ciudad.



YA ERA



Ya era le debe todo a Chuky, la Delphine y el Cubano. Ellos, con sus viajes a cuestas, trajeron las ideas y los modos de acción a Salta. Sin su valiosa aparición no se hubieran realizado las publicaciones caseras que llevamos a cabo. Desde luego que no todo concluye en armar libros de cartón pintado. El movimiento significó en un principio la intervención crítica de sus autores en el seno de las discusiones del campo literario salteño. Pronto descubrimos que tales discusiones no existían. Otro principio fue el de disolver ciertos criterios tradicionales: la autoría como propiedad privada de la palabra; la sobrevaluación de la figura del escritor como productor exclusivo de “literatura”; el fetichismo del libro impreso; la relación ominosa entre los autores y los órganos administrativos del poder que los bendecían con las migas de su dominación; la práctica sacerdotal (en el sentido de palabra de experto, al estilo de la crítica universitaria o del escritor ‘consagrado’) como discurso de mediación entre el público y los libros.



Si bien esto puede sonar mucho a Foucault high fidelity, lo cierto es que era necesario diferenciarnos de los demás y hacer comunidad en otros espacios, bajo otras modalidades y valores: sobre todo la idea de compartir. Compartir la experiencia del libro como proceso de aprendizaje, compartir las andanzas por las calles de la ciudad, compartir las historias narradas oralmente por quienes recibían nuestros libros y compartir la posibilidad de dejar que sea el otro quien tome la palabra. Nuestra pretensión no fue alcanzar una “densidad” poética “de calidad” que permitiera a Sylvester cotejarla “con la de cualquier lugar del país”, era permitir que cualquiera que tuviera ganas de hacerlo escribiera y publicase: a) porque es barato y muy fácil (sobre todo en Salta, donde florecen los poetas); b) porque es mejor que todos puedan hablar y no solamente los que hablan bien. En este sentido buscamos la participación y no la exclusión de los ajenos al “mundo de los escritores” ni mucho menos la reclusión del escritor en nichos como la casa de la cooltura.



A OTRA COSA MARIPOSA



No quisiera concluir este pequeño artículo sin antes mencionar una última tendencia no del todo reseñada cuando se habla de la letra salteña: su evidente machismo. En el suplemento no se ha mencionado a ninguna mujer salvo a Sara San Martín y Geraldine Palavecino, como si las demás no escribieran. Por mi parte eché de menos a Fernanda Salas, quien ha publicado de manera autogestionada un libro de poemas llamado Síntesis del laberinto, en donde figuran unos versos terribles que dicen algo así como “qué difícil nacer en un mundo de penes”. Lo hago notar porque todos somos muy ‘penes’ a la hora de hablar de literatura y eso impide conectarnos con el tan mentado ‘otro’. Luego también nos haría bien leer a Belén Scigalszky, quien por ahora nos ronda desde inquietantes papeles fotocopiados entretejidos con dibujos (recuerdo uno de los bigotes de Nietzsche con piojos). Otro nombre que no quisiera dejar huir es el de Mili Carón, quien escribe en el blog fragmento-s un diccionario antietimológico que, en su entrada ‘Discurso’ propone: “discurso que interrumpe el curso, la dirección. Un discurso que co-rrompe la propia voz, la con-parte, la fragmenta, la desvía hacia un otro para discurrir. La invitación a ir hablando extraviados, en un discurso sin curso”.



En fin, responder significa abrir la boca, mostrar los dientes, sacar la lengua, emitir sonidos, invitar a continuar la palabra en otra boca. Nadie tiene la palabra.

lunes, 11 de abril de 2011

Esa sed que nunca se acaba


ESTA NOTA SOBRE UN SEX SHOP SALTEÑO FUE PUBLICADA EN EL SEMANARIO CUARTO PODER




COPETE: Vibradores, prótesis, geles y sillones amorosos son algunos de los elementos que los salteños consumen en su intimidad, cuando el sexo llama y reclama distintas maneras de expresión. Esta crónica de una tarde lluviosa en uno de estos locales de la ciudad demuestra que Salta no es tan puritana como parece.



Federico Anzardi



La lluvia que cae sobre Salta en esta tarde de enero seguramente incitará a muchas parejas a encerrarse en sus habitaciones, sumergirse en sus camas y propinarse todo tipo de caricias. Quizás, alimenten el encuentro con un objeto. Quizás, ese objeto no sea la clásica película en el cable, sino un vibrador, un anillo para el pene o un dilatador anal. Quizás, también, lo compren en Cupido Sex Shop, el lugar donde voy a pasar algunas horas, intentando averiguar qué se esconde debajo de la moralina pacata que existe en nuestra ciudad; la misma que parecería estar completamente cubierta por el velo conservador de la Virgen del Milagro.

La primera sorpresa llega desde afuera: un cartel enorme sobresale entre las casas de la gente de clase media que convive en la zona, a unas diez cuadras del centro. Salta no es Ámsterdam, y cada demostración de apertura mental y falta de prejuicios llama la atención. Mientras pienso esto, toco el timbre y espero.

Me abre la puerta una mujer grande, de unos cuarenta y pico de años, o incluso más, vestida con un jogging fucsia, remera roja y guantes de goma naranjas. La llamativa señora atiende a los pocos segundos de haber oído mi llamado y, luego de cerrar tras mi entrada, continúa con su tarea de limpieza.

Una vez adentro, el imaginario colectivo acierta y confirma la teoría: lo primero que se ve en este tipo de comercios es una interminable colección de pijas artificiales colgando de las paredes. Claro que el inconsciente general peca de falta de imaginación y se olvida de las demás cosas. En este local de dos salas (y en todos los sex shops del mundo) también hay anillos, lencería, prótesis, chascos y hasta un “sillón del amor”, que cuesta dos mil quinientos pesos. “Ya está vendido”, me dirá más tarde Daniel Díaz, quien junto a su padre, Coco, maneja Cupido desde hace siete años.

El “sillón del amor” se destaca en el local por su gran tamaño y es el sueño de toda estrella amateur del porno casero, con ganas de zarparse a full. Viene con tres tipos de vibradores diferentes para colocar mientras se practica cualquiera de las posiciones para las que está fabricado: anal, vaginal y doble penetración. Además, el producto brinda lubricantes, aceites, velas para jugar con cera caliente, plumas y un movimiento de penetración y otro de vibración general.

A pesar de que el vibrador fue el sexto artefacto de uso casero en ser electrificado (antes que la plancha, por ejemplo), muchas personas poseen un gran desconocimiento respecto a la cantidad de elementos que se venden en los sex shops (“¡son puros consoladores!”) y grandes prejuicios sobre la gente que consume sus productos. Quizás, la explicación esté en que la difusión del rubro no es masiva y, fundamentalmente, en que la educación sexual a la que nos someten nos obliga a pensar que todo aquel que se sale de los parámetros establecidos es un ser siniestro, capaz de abusar de nuestros hijos ante el menor descuido. Es curioso: los argentinos pueden dejar que sus hijos consuman una imagen machista como la de gatos ignorantes bailando en pelotas por un sueño, pero, llegado el momento, no se toman el tiempo de explicar que la sexualidad en el mundo es amplia y diversa y llega a sentarse en, por ejemplo, el “sillón del amor”.

Cuando me recibe, Daniel me saluda sólo con la vista. Está hablando por teléfono con un posible cliente de Orán, interesado en prótesis peneanas. Daniel le da los datos y le dice que necesita conocer el diámetro de su pene para poder enviarle el modelo adecuado. El hombre promete volver a llamar.

“Primero, comenzamos en el centro de la ciudad. La gente nos decía: ‘Es lindo el lugar, pero están en la boca del lobo’. Entonces nos alejamos para la privacidad de nuestros clientes”, me cuenta Daniel, un tipo joven que asegura haber probado todos los productos de su local, excepto los vibradores. “Disfruto mucho de los geles”, acota. Un buen vendedor es aquel que conoce lo que vende.

Con siete años de experiencia en el rubro, Daniel afirma que el ambiente se fue modificando, mejorando, y que continúa por ese camino. “Al principio había un poco de tensión por ‘el qué dirán’ –recuerda-, pero eso se fue ablandando un poco. Hoy en día no hay mucha cosa tosca. Lo más difícil para nuestros clientes nuevos es tocar la puerta. Una vez que entraron hay mucha confianza, nosotros les ofrecemos privacidad. Si un cliente nos pide estar solo, pasa a la otra sala. Nadie queda afuera”.

Suena el teléfono. Una mujer quiere anillos para el pene. Después de una breve explicación acerca del efecto de ese tipo de productos, Daniel promete enviárselos “ya mismo” con un cadete hasta la peluquería donde se encuentra.

“Queremos que nuestro negocio salga del tabú –me cuenta-. La gente cree que en un sex shop vendemos solamente vibradores, pero hay muchas otras cosas: lencería, geles, cremas para masajes, feromonas, juguetes específicos, como estimuladores clitorales, dilatadores anales, de todo. Hay gente que los usa para ampliar sus límites dentro del ámbito sexual y otros que los usan como una necesidad”.

Timbre. Entra un tipo joven, de veintipico, musculoso. Quiere un energizante natural. No hay. “Volaron”, le dice Daniel, que habla de sexo con la naturalidad del tipo que lidia a cada momento con el tema. A pesar de recibir tantas consultas, los Díaz son simples vendedores. No son sexólogos, por lo que no pueden dar diagnósticos u ofrecer productos disponibles bajo receta. “Viagra no puedo vender”, especifica.

“No somos sexólogos ni tampoco urólogos, pero sí aconsejo (a los clientes) más o menos en base a lo que me cuentan”, asegura Daniel. Luego tira un par de datos: los heterosexuales lideran el podio del buen comprador, continúan las lesbianas, después los gays y, por último, aparecen las travestis. Finalmente, me cuenta que el cincuenta por ciento de sus clientes busca autosatisfacerse, mientras que la otra mitad intenta gozar en pareja.

El musculoso se decide y se lleva un energizante femenino con la advertencia de que lo aplique “en el juego previo” y lo deje actuar “de cinco a siete minutos”.

Teléfono. Orán ataca de nuevo. Da las medidas, sus datos, pregunta el precio y confirma la compra. “Mañana por la mañana, tenés el pedido”, le promete Daniel. La prótesis viajará en una caja que sólo contendrá los nombres de los involucrados en la transacción y no dará indicios sobre su contenido. “La encomienda no lleva ningún rótulo ni publicidad en su exterior porque eso es parte del trabajo que se realiza para preservar la intimidad del cliente. Dentro de la caja sí, hay folletos y publicidad del local”, explica.

Suena el teléfono nuevamente. Por la forma de hablar de Daniel, se trata de un cliente regular. El hombre pregunta por anillos media funda, que sirven para incrementar y prolongar la erección. Además, suma a su virtual carrito del goce dos cajas de preservativos retardantes, para no acabar tan rápido, y el llamado “anillo del amor”, que también combate la eyaculación precoz. En total, gasta ciento treinta pesos.

“Tengo clientes muy fieles. Compran siempre y varían los productos”, afirma Daniel, y agrega que el balance entre lo que llevan los hombres y lo que buscan las mujeres es “equilibrado”. “El hombre busca vigorizantes y retardantes; mientras que la mujer puede buscar vibradores, lencería o geles. Si fuman, llevan mucho gel. Algunas chicas de veinte años no tienen lubricación. El cigarrillo hace que la pierdan e incrementa la falta de deseo”.

Se abre la puerta de golpe. Es uno de los cadetes que envío la mensajería que trabaja habitualmente con los Díaz. El pibe fue tantas veces al local que ni siquiera toca timbre. Está absolutamente mojado por la lluvia, que ese día inundó la ciudad. Daniel le pide que espere mientras prepara todo: la caja para Orán (hasta la terminal), el pedido de la peluquera y los del cliente regular con intensos problemas de aguante.

Los pedidos con destino al interior se envían por giro radial, que es lo contrario al contra reembolso. El cliente recibirá el producto solamente si realizó el pago con antelación. “Pasó muchas veces que enviamos paquetes contra reembolso, no los retiraban y teníamos que abonar nosotros. Llegó un momento en que pagamos el precio de quince bultos, entonces mi viejo decidió empezar con este sistema. Hace más de cinco años que trabajamos con esto y funciona perfecto. De cincuenta personas que piden, tres pueden llegar a dudar del giro radial”, cuenta.

Daniel pone todos los productos para el cliente regular en una bolsa negra, opaca, sin ningún rótulo y la abrocha. Una más pequeña cubrirá el anillo que pidió la mujer. Luego guarda cada una de las bolsas negras en otras más lindas pero no por eso menos discretas. También guarda la prótesis que viajará al interior. Efectivamente, la caja es absolutamente ordinaria. Si uno no sabe qué es lo que hay adentro, jamás podría adivinarlo. Podrían ser batatas en almíbar, un traje de Bob Esponja o una colección de diccionarios Espasa Calpe.

Llega un hombre, debe andar por los sesenta años. Una vez adentro, se sacude las gotas de lluvia y comenta, como al pasar: “Lindo día para salir a buscar juguetes… ¿no?”. Mientras el cadete espera y Daniel continúa preparando los envíos, el viejo recorre el lugar.

En el medio, alguien llama y pregunta por vibradores. Daniel explica que los hay macizos sin vibración, que van desde los sesenta a los cien pesos, y los macizos con vibración que cuestan entre cien y doscientos cincuenta. Además, le pregunta qué tamaño está buscando. El cliente responde que necesita uno “normal”. Daniel sonríe y asegura que lo normal para uno puede ser anormal para otros, y solicita datos precisos. El hombre, finalmente, se decide por uno de catorce centímetros que será enviado junto con los tres pedidos anteriores.

El cadete será el encargado de cobrar el producto a los clientes de la ciudad y le sumará el costo del viaje al precio final, pero ignorará todo el tiempo el contenido de la entrega. “Andá a zona sur con esto, después a esta dirección y recién después dejá eso en la terminal”, le ordena Daniel. El pibe se sumerge en la lluvia con todos los pedidos y desaparece, convertido en un verdadero “delivery del placer”.

Más allá de los avances del negocio en nuestra ciudad y de que muchos salteños se animan a buscar una prótesis con la misma naturalidad con la que piden dos kilos de naranjas, otros no están muy convencidos de arriesgarse a que alguien los vea tocando el timbre de un sex shop. Para ellos, existe la solución: las reuniones de Tupper Sex. “Eso algo nuevo”, comenta Daniel, mientras explica en qué consiste la idea: “Se hace una reunión de amigos o amigas en alguna casa y voy yo como asesor de ventas con un maletín. Llevo productos para todo tipo de clientes”.

A pesar de que en cierto sentido es lo mismo que estar en el local (gente que analiza los pros y los contras de ciertos juguetes sexuales delante de otras personas), la reunión es más relajada al ser todos amigos. “Se ven las caras entre ellos pero es otro ambiente, ya que están todos de acuerdo en estar ahí. Siempre la pasamos muy bien”, argumenta Daniel y ese “muy bien” me hace dudar acerca de si esas reuniones consisten solamente en la muestra del producto o también en su uso.

Mi anfitrión me indica que los clientes, sea donde sea, preguntan mucho, hasta sacarse todas las dudas. “Para eso estamos –justifica-. Si yo brindo confianza, mis clientes van al grano. Por ahí, por vergüenza, vienen y preguntan por un gel cuando en realidad buscan retardar la eyaculación. Si yo no doy la confianza para que me pidan, por ahí se llevan algo que no quieren”.

Daniel encara al cliente sesentón, le pregunta qué necesita. “Ando buscando ayuda, porque ya no me da el cuero solo”, reconoce el viejo, sin vueltas. Daniel le ofrece distintos tipos de productos, desde vibradores hasta prótesis que pueden ser usadas sin tener el pene erecto. El hombre se decide por un pedazo macizo tremendo y suelta una frase inolvidable en referencia a su pareja: “Espero que no se cope mucho”.

Muchas personas que padecen alguna disfunción acuden al sex shop y reemplazan su dotes naturales ya obsoletos (o en problemas) con soluciones artificiales, pero la mayoría especula con el tamaño de lo que compra. Incluso lo hacen los que no tienen ninguna anomalía y solamente buscan incrementar el placer. El motivo se encuentra en un pensamiento muy recurrente: la idea de que un aparato artificial de mayor tamaño al propio pueda hacer gozar a la pareja aún más de lo habitual lleva inmediatamente a razonar que uno será dejado de lado. Daniel lo expres directamente: “Mayormente (los clientes) llevan tamaños de catorce o quince centímetros, porque no quieren que sus parejas se mal acostumbren”.

Una vez con su compra en la mano, el viejo se detiene a observar un pene gigantesco, del tamaño de un antebrazo y que cuesta doscientos cincuenta pesos. El tipo pregunta si la gente lo compra y Daniel le responde que sí, que no en grandes cantidades, pero que efectivamente, esa poronga descomunal es buscada por más de un cliente. “Es que hoy está de moda el fisting”, explica Díaz. El fisting consiste en hacer penetrar la mano en la vagina o en el ano, y en casos más extremos, introducir todo el brazo en el ano.

“Yo me acuerdo de una película sobre Calígula en la que mostraban que les metían el puño a los tipos”, cuenta el hombre, quien parece conocer del tema desde hace bastante tiempo. Finalmente, saluda y se va puteando a la lluvia.

Mientras continúa atendiendo llamados y consultas personales, Daniel me anticipa que a mediados de febrero Cupido inaugurará cabinas XXX, donde sus clientes podrán disfrutar de más de trescientas películas porno en un ambiente especialmente acondicionado. Le pregunto si cree que va a funcionar un negocio de ese estilo en Salta y responde con mucha seguridad que sí. “Hicimos un estudio de mercado –cuenta-. Vamos a dejar de ser un sex shop para convertirnos en un multiespacio erótico. Serán boxes individuales acústicos. Va a haber un televisor pantalla plana en cada uno y sillas cómodas para ver las películas. Además, vamos a tener un snack bar para que los clientes acompañen la película con una cerveza o una medida de whisky. Va a ser el primero de la ciudad”.

Daniel me da un ejemplo para que encuentre una razón interesante a la utilización de las cabinas y para que no piense directamente en una horda de pajeros sin una buena banda ancha como los únicos clientes posibles de ese emprendimiento: “Muchas veces pasa que personas mayores, que tienen los chicos grandes, se compraron una película condicionada y están esperando que sus hijos se duerman para verla, pero los chicos por ahí se quedan hasta las dos o tres de la mañana despiertos y la pareja se cansa y se va a dormir. Entonces vienen y la ven acá. Incluso vamos a poner un día de trasnoche”. No logra convencerme, pero le digo que es una buena apuesta.

Con o sin éxito, la instalación en nuestra ciudad de este tipo de servicios implica que los salteños buscan, gustan y necesitan una sexualidad sin tapujos. Daniel lo confirma categóricamente: “Hoy somos parte de la cultura salteña. Estamos inmersos en la sociedad”. Y atiende nuevamente el teléfono, que no para de sonar.

jueves, 31 de marzo de 2011

TALLER LITERARIO DE AUTOEDICIÓN


Lectura de autores contemporáneos/coetáneos americanos.

Nociones básicas de estilo en relación con las lecturas.

Interpretación crítica de textos propios y ajenos.



Autopublicación



En distintos medios de difusión (gráficos, digitales y performativos)



Contenidos:

Americanos del norte: Carver/Lish, Bukowski, Foster Wallace, Palahniuk, Hunter Thompson, Pynchon, Amy Hempel.

Latinos: Pedro Juan Gutiérrez, Bolaño, Mario Bellatín, Víctor Hugo Viscarra, Efraín Medina Reyes, Israel Centeno, Julio Barriga, Gustavo Escanlar, Mario Levrero.

De acá: Sergio Bizzio, Rubén Mira, Ramón Paz, Salfina, Fogwill, Cicco.

los próximos: Federico Falco, Pablo Natale, Luciano Lamberti, Marcelo Ahumada, Daniel Medina, Pancho Rodríguez, Pepe González, Chuky, Alejandro Luna, Meliza Ortiz, Federico Leguizamón, Cecilio Pastrami, Varas Mora.





Destinatarios: Público en general.



Duración: Tres meses (Abril - Junio)



Lugar: Sala de Conferencias de la Biblioteca de la Provincia. Sarmiento y Belgrano



Inicio: Viernes 8 de Abril a hs. 10



Arancel: $ 50 mensual



Contactos: Juan Manuel Díaz Pas cronopisimo62@yahoo.com.ar

Rodrigo España rodrigoe@mail.com

martes, 29 de marzo de 2011

Extra, Extra!!






Ya está disponible el segundo tomo de la novela de Rodrigo España. Hete aquí las dos tapas con las que ya anda circulando el libro.

lunes, 7 de febrero de 2011

El candidato




Esto de un artista-terrorista llmado Jesús Flores.
(Obra completa en Facebook)