viernes, 24 de junio de 2011

AL MARGEN


Escrito por Juan Manuel.
Imagen: Alejandro Luna, para El camino de la mandrágora, sobre poemas de Fernanda Salas, Equus Pauper, 2008.



En las condiciones actuales de la literatura es poco probable que exista algo llamado el margen. Hay comunidades de escritores y lectores que de manera esporádica se confabulan para traficar libros hechos en sus casas, en muchas ocasiones sin fines de lucro y sin ánimos de competir por saber quién escribe mejor que tal o cual. Al menos eso es lo que permiten pensar las prácticas mismas: un autor llega de otra provincia, nos juntamos a leer o a charlar, intercambiamos libros, en fin, compartimos experiencias y luego cada uno sigue con lo suyo. También puede suceder que no existan publicaciones en papel y se trate de un blog al que de vez en cuando uno accede y deja (o no) un comentario: no es necesario convivir en el mismo espacio geográfico. Para este último caso no hace falta mencionar cómo se ha diluido la crítica literaria. En el fondo de la cuestión importa muy poco si alguien escribe bien o mal. El estándar estético, de todas formas, no puede interesarle a alguien que tiene a su disposición una multiplicidad de medios para dispersar sus textos. Lo que se lee es lo que circula (a mucha velocidad), de lo que circula queda muy poco, de lo poco cualquiera puede adueñarse (generalmente con un click) o dejarlo pasar (lo que sucede a menudo): hay poco tiempo para detenerse, ya está viniendo algo nuevo.



LA CARRERA DE LETRAS DE LA UNSa



Todos los autores mencionados en el artículo sobre Ya era anduvimos por la carrera de letras. Hasta ahora ninguno se ha recibido. No porque seamos malos estudiantes, aunque tampoco somos los típicos estudiantes de letras. Sin embargo no somos marginales. Recuerdo que en un encuentro en Jujuy los muchachos de la revista Intravenosa organizaron una charla en la facultad para hablar de lo mal que los trataba la crítica universitaria y nosotros disentimos: muchos de ellos eran o habían sido estudiantes de letras de la UNJu yrecibían legitimidad por parte de los docentes. En nuestro caso nunca ha surgido ese problema: la proximidad (ambiental y hasta ideológica en algunos casos) con docentes que investigan y elaboran estudios críticos sobre la literatura de Salta (Susana Rodríguez, Elisa Moyano y Raquel Guzmán) nos vuelve de cierta manera “canónicos” dentro de ese ámbito. En ningún sentido nos interesa la postura del margen porque parece equivocada: marginal es quien no tiene para pagarle a SAETA el boleto que lo llevará al centro a hacer cola durante horas y horas para cobrar un plan social (que no le alcanzará para llegar a fin de mes); marginal es Leonel Zapatero, un poeta desconocido y de enorme talento que padece una enfermedad mental que le impide participar de la vida social de manera “normal”; marginal es Luis Ferrario, quien tiene una profusa obra literaria casi en el anonimato. Ya era no es marginal, por el contrario es un movimiento de agitación cultural que elude esa palabra para sí porque sería una máscara de lo que no somos. Es más, ni siquiera somos los únicos en hacer ‘arte autogestionado’ en esta ciudad.



YA ERA



Ya era le debe todo a Chuky, la Delphine y el Cubano. Ellos, con sus viajes a cuestas, trajeron las ideas y los modos de acción a Salta. Sin su valiosa aparición no se hubieran realizado las publicaciones caseras que llevamos a cabo. Desde luego que no todo concluye en armar libros de cartón pintado. El movimiento significó en un principio la intervención crítica de sus autores en el seno de las discusiones del campo literario salteño. Pronto descubrimos que tales discusiones no existían. Otro principio fue el de disolver ciertos criterios tradicionales: la autoría como propiedad privada de la palabra; la sobrevaluación de la figura del escritor como productor exclusivo de “literatura”; el fetichismo del libro impreso; la relación ominosa entre los autores y los órganos administrativos del poder que los bendecían con las migas de su dominación; la práctica sacerdotal (en el sentido de palabra de experto, al estilo de la crítica universitaria o del escritor ‘consagrado’) como discurso de mediación entre el público y los libros.



Si bien esto puede sonar mucho a Foucault high fidelity, lo cierto es que era necesario diferenciarnos de los demás y hacer comunidad en otros espacios, bajo otras modalidades y valores: sobre todo la idea de compartir. Compartir la experiencia del libro como proceso de aprendizaje, compartir las andanzas por las calles de la ciudad, compartir las historias narradas oralmente por quienes recibían nuestros libros y compartir la posibilidad de dejar que sea el otro quien tome la palabra. Nuestra pretensión no fue alcanzar una “densidad” poética “de calidad” que permitiera a Sylvester cotejarla “con la de cualquier lugar del país”, era permitir que cualquiera que tuviera ganas de hacerlo escribiera y publicase: a) porque es barato y muy fácil (sobre todo en Salta, donde florecen los poetas); b) porque es mejor que todos puedan hablar y no solamente los que hablan bien. En este sentido buscamos la participación y no la exclusión de los ajenos al “mundo de los escritores” ni mucho menos la reclusión del escritor en nichos como la casa de la cooltura.



A OTRA COSA MARIPOSA



No quisiera concluir este pequeño artículo sin antes mencionar una última tendencia no del todo reseñada cuando se habla de la letra salteña: su evidente machismo. En el suplemento no se ha mencionado a ninguna mujer salvo a Sara San Martín y Geraldine Palavecino, como si las demás no escribieran. Por mi parte eché de menos a Fernanda Salas, quien ha publicado de manera autogestionada un libro de poemas llamado Síntesis del laberinto, en donde figuran unos versos terribles que dicen algo así como “qué difícil nacer en un mundo de penes”. Lo hago notar porque todos somos muy ‘penes’ a la hora de hablar de literatura y eso impide conectarnos con el tan mentado ‘otro’. Luego también nos haría bien leer a Belén Scigalszky, quien por ahora nos ronda desde inquietantes papeles fotocopiados entretejidos con dibujos (recuerdo uno de los bigotes de Nietzsche con piojos). Otro nombre que no quisiera dejar huir es el de Mili Carón, quien escribe en el blog fragmento-s un diccionario antietimológico que, en su entrada ‘Discurso’ propone: “discurso que interrumpe el curso, la dirección. Un discurso que co-rrompe la propia voz, la con-parte, la fragmenta, la desvía hacia un otro para discurrir. La invitación a ir hablando extraviados, en un discurso sin curso”.



En fin, responder significa abrir la boca, mostrar los dientes, sacar la lengua, emitir sonidos, invitar a continuar la palabra en otra boca. Nadie tiene la palabra.