viernes, 25 de abril de 2008

Diario de un escribidor (Día 55)



Alejandro Kozarts


Lecturas desordenadas, alternando entre Gombrowicz, Raymond Carver y un tal Cabot, que salió tercero en el concurso provincial de cuentos, realizado 4 años atrás. Creo que estoy leyendo con mucho prejuicio al salteño, pero al menos el primer cuento me ha parecido un somnífero.

Hoy, finalmente fui al médico (algo que vengo postergando desde hace tiempo), porque, aún cuando he dejado definitivamente el cigarrillo, el asma y los problemas respiratorios no han cedido. –Cocaína?, pregunta el doctor. Bueno, ya que estamos, le digo. Me mira feo. Un chiste, le digo y me hace cara como que entendió que era un chiste. No, nunca, le digo. Ah. Después, revisación completa. Tengo que hacerme radiografías y un estudio de sangre por la alergia. Me dio un inhalador y ahora me siento mejor. Me dijo que tendría que haber ido antes. –Es que le tengo fobia a los médicos, le digo. Por qué, pregunta. Porque me recuerdan a la muerte, le digo.


Mañana va a ser mi último día en la redacción del semanario. Afortunadamente Borella encontró un reemplazante. Por un lado siento un alivio, porque no daba más y porque ese agotamiento se estaba trasladando al producto final y sobre todo porque ahora voy a poder dedicarle un tiempo mayor a otras lecturas y a mis escrituras. Pero, por otro lado, siempre me queda una nostalgia de dejar la redacción (que ya dejé en otras ocasiones y a la cual siempre vuelvo). Con Cuarto Poder me ha pasado algo raro. Yo todavía estaba en el secundario, en tercer año si no mal recuerdo y desde luego no tenía la más pálida idea de qué quería hacer con mi vida futura (sabía que quería leer y quizá escribir y además tenía preocupaciones políticas, pero no encontraba una carrera específica para eso), cuando en una revistería me topo con la tapa de un periódico: el copete decía que le habían prohibido al gobernador hacer una cancha de golf en la casa de gobierno, la foto lo mostraba agachado, de espaldas, recogiendo una pelotita de golf y el título era: “A Romero le rompieron el hoyo”. Recuerdo que me reí mucho y me pregunté quiénes serían esos locos que decían esas barbaridades (yo vivía en una espantosa burbuja púrpura por esos días) del gobernador. El nombre del periódico era, justamente, Cuarto Poder.
Meses después decidí estudiar periodismo (grave error) y al año de haber salido del secundario ya estaba escribiendo para Cuarto Poder. Pisar la redacción, por entonces, era todo un privilegio, ver a los tipos escribiendo (Estaba Miguel Brizuela, que golpea las teclas con una velocidad increíble y sólo se detenía a buscar sinónimos, y cuando lo encontraba seguía; el talibán y murillo y tantos otros). Eran tiempos de vacas flacas y Borella nos daba a elegir entre unas pizzas o un fernet (que para colmo era un vitone, nada de Branca). Elegíamos siempre el fernet, por supuesto. Pasamos hasta 4 meses sin cobrar, pero había compromiso. Recuerdo que estábamos encerrados, escribiendo, con el mate ya lavado y el loco entraba a eso de las siete y todos los mirábamos para saber si salía el número o no, si había conseguido guita para imprimir el semanario y borella decía no, no hay guita, pero sigan escribiendo que algo voy a encontrar y no sé cómo pero el semanario salía, a veces se terminaba de imprimir como a las cuatro de la tarde, pero salía. Lo mejor de esa redacción, por lejos, era la malicia, la hijaputez, el sentimiento de venganza, especialmente cuando teníamos que armar la tapa y nos juntábamos a tirar títulos e ideas para algún fotomontaje.
Eran otros tiempos, en que casi no había Internet (y además nuestras mákinas prehistóricas no servían para internet) y las redacciones eran otra cosa. Ahora están despobladas, todos te mandan la nota por mail, incluso nuestro dibujante está en Buenos Aires. Aprendí mucho de todos mis compañeros, en la redacción y sobre todo en el café, en esas tertulias en las que se aprende escuchando todo tipo de historias.
Por aquellos días yo creía más en el periodismo, en el poder de la palabra. Quizá el romance renazca alguna vez.

3 comentarios:

Conjuro dijo...

Brindo con Fernet (el que tomo lo hago yo) porque renazca ese romance.
No puedo explicar lo mucho que me aburrí trabajando en el diario Río Negro que pagaba al día. A diferencia de lo mucho que me divertí en uno que era de (¿alguien se acuerda?) Horacio Massaccesi. No cobré nada, pero los viernes siempre aparecían las monedas para la picada y la cerveza. Una vez pensamos que no salía más, que se pinchaba y le asaltamos la caja a la administradora. Me fui a comprar la picada. La chabona se quería morir porque me gasté todo. Mi respuesta fue que si nos íbamos iba a ser con jamón crudo y no con mortadela.
¡Y encima me quedé con las más linda y la más copada de la redacción (que era la misma)!

Estrella dijo...

Más allá de la fe en el poder de las palabras, me quedo pensando en las salas de redacciones de hace unos años: mucho humo, taca-taca de las máquinas de escribir, corridas, debates y, como decís, tertulias y café. Se van perdiendo cosas sin que casi tengamos tiempo de reparar siquiera de que las estamos dejando atrás.
El primer párrafo, con diálogo con el médico incluido, está muy bueno. Y lo que sigue... también.

Opadromo dijo...

Es increíble pero me olvidé del cigarrillo... yo, que empecé a fumar en esa redacción... El talibán me decía: si querés ser periodista, tenés que fumar, pendejo.
A.K.