domingo, 13 de abril de 2008


Che… ¿Qué hacemos después de la orgía?

By Da Silva


Hace un tiempo Shakespeare dijo: El mundo esta fuera de lugar. ¿Qué era eso de que el mundo estuviera fuera de lugar? ¿Qué era estar en el lugar adecuado? No se entendió. Era un delirio místico. Derrida lo usó para deconstruir el drama existencial de sentirse siempre fuera de lugar. De sentir, que más allá de lo que uno estudie o haga, el mundo siempre será un lugar ajeno a uno mismo. Que este mundo siempre será un lugar en el que uno se sienta raro, sacado de lugar y de tiempo. Ocurre que la frase de Shakespeare es que "El tiempo esta fuera de lugar" (“The time is out of joint”). El tiempo, el mundo; es unir el tiempo y el espacio en lo mismo. Es la existencia, eternamente presente, absolutamente pasado e irremediable y lamentablemente futuro.

El drama existencial del no encontrar el punto justo, el punto medio. El momento en que todo se paraliza para mostrar su armonía y definición final o sea el punto donde encontrar una excusa para dejar de definir, para dejar de pensar. A veces creo que los intelectuales son eternos soñadores de una ignorancia autolegitimada: la de encontrar respuestas últimas para dejar de pensar. En un punto para poder encontrar esa paz de poder ver por fin la imagen congelada y analizarla en detalle, aunque lleve toda la vida. Esto es así porque si toda la vida se necesita para morir con la paz de haber analizado la foto congelada, significa que no hay ni habrá mayor paz a la hora de la muerte.

Pero no es así. La realidad es asquerosamente dinámica. Da tanto asco que uno se encuentra asqueado de ver que se mueve tanto y uno se siente en el mismo lugar, haciendo las mismas cosas, pensando lo mismo, luchando contra los mismos garcas de siempre y sintiendo que nada cambia, que todo se mantiene igual, que hasta el cambio caótico (el tiempo en caos sería la forma cuántica de decir la receta newtoniana ya nombrada de que esta fuera de lugar) parece haber sido acaparado por la escena simulada sistémica. El sistema es lo contrario del cambio, pero peor aun es cuando el sistema propone el mismo cambio escénico como telos del cambio. Lo importante no es cambiar la obra, sino los actores, la escena. Esto significa que lo que se agotan son las imágenes, no los contenidos.

Somos una generación (los que crecimos en los ´80) que armamos nuestros imaginarios en base a imágenes. Los libros de texto vinieron después. Ya cuando éramos más grandes y cuando el cable del menemismo nos enseñó la liviandad de la tilinguería decadente como forma de sobrepasar la ruina endógena y simbólicamente violenta. El dicho: “Mejor reír que llorar” lo resume. El sentido común más que alienar directamente pragmatiza los diversos desvarios de los discursos hegemónicos y lo pone con tal crudeza que deja mudo al más susceptible de los críticos y ni hablar de los moralistas de turno.

Ahora nos distraemos con la imagen, con la virtualidad. El movimiento (el de Shakespeare fuera de lugar, el de la dialéctica de Hegel) en la posmodernidad pasa por convencer del movimiento de lo inamovible: ganó el sistema. Ganó la indiferencia, ganó la culpa cristiana, ganó la repetición culposa de una oración frente a una estatua de mármol en cualquier iglesia, ganó el sexo frente a una pantalla, ganó la locura de la masa. Y aquí hay algo. Ganó la masa y perdió la clase, perdió el sentido y ganó la imagen.

Quizá me dirán que tanto Hegel como Shakespeare son perdedores. Ellos perdieron. Ganaron los que saben que lo más importante en el mundo antes que luchar es contar una buena historia que la masa la crea para mantenerla así como es: masa. Tanto Shakespeare como Hegel perdieron y no tienen más que hacer que alabar el hecho de que el movimiento del mundo este congelado en la imagen. Ahora pedirían disculpas por no haber visto las imágenes, pues son tan bellas porque ellas no tienen negación, no están fuera de lugar. Al contrario, siempre alegran, siempre llenan un vacío; o nunca escucharon a alguien decir: “La verdad que mucha bola no le doy a la tele… la prendo porque hace ruido, porque me hace compañía”. No hay alteración, no hay critica, no hay desfasaje; hay amor y fascinación al ver a alguien hablándome directamente a los ojos. Eso pocas veces pasa en la interacción cotidiana. ¿No es fascinante?

El próximo manifiesto comunista tiene que ver estas cosas. Tiene que ver cuál es el nuevo sujeto histórico que va a venir a encarnar la negación de los medios, de los asquerosos medios de disuasión/distracción masivos. Tiene que haber un nuevo sujeto para ellos o al menos una nueva esencia que nos aleje de los discursos automáticos y de sus efectos quánticamente reproductibles.

La próxima revolución será una para conseguir aquello más preciado que nos ha terminado por quitar el sistema: lo real. Cuando lleguemos a eso pueden pasar dos cosas: o nos suicidamos en masa para no ver lo que ya esta mostrado (entonces el ser humano será además de malo, estúpido y temeroso porque la simulación será más fuerte que la naturaleza) o bien estaremos fascinados y esencialmente deconstruidos. Pero no ambas cosas. Si de dan las dos, finalmente seguiremos engañados y allí sí estaremos seguros de que gran parte de la historia ha sido un simulacro y junto con Baudrillard nos preguntaremos eterna y hasta incómodamente: Che… ¿Qué hacemos después de la orgía?

1 comentario:

Anónimo dijo...

pero eso de que sólo pasa en la televisión o en los medios de comunicación masiva no es verdad. La indiferencia, la actitud crítica no está tampoco en el espacio-tiempo "real". Cuando caminamos, cuando charlamos, cuando decimos algo, nunca - y de eso se trata la supervivencia-, pensamos en qué estamos diciendo, qué hacemos por el otro, qué somos y cómo nos nombramos y si eso es realmente así. Nada, la nada nos mueve y eso nos reconforta.
Como decía Valery, el lenguaje cotidiano es un lenguaje de superficie porque tiende a la "comunicación" inmediata, pero no nos preguntamos de qué comunicación se trata.