sábado, 24 de mayo de 2008

Diario de un escribidor (día 61)




Alejandro Kozarts

Fiebre. Todo el cuerpo como a punto de quebrarse. Jaqueca tremebunda (y molesta, como la palabra “tremebunda”). No es la primera vez que me toca venir enfermo en el hotel. Lo peor fue un ataque de hígado, el tener que correr al baño a vomitar y después volver a la recepción, y abrir la puerta con una sonrisa y decir buenas noches, que descansen a los pasajeros que ingresaban. Espero tener la suerte que tuve en esas ocasiones, que los pasajeros entren todos temprano y yo pude juntar dos banquetas, en volverme en unas colchas y, por fin, cerrar los ojos.

Ninguna lectura: ayer por el semanario (que no salió nada mal) y hoy en la cucha, hasta tarde.

De Bolaño: “…Ojo: no tengo nada en contra de las autobiografías, siempre y cuando el que la escriba tenga un pene en erección de treinta centímetros. Siempre y cuando la escritora haya sido una puta y a la vejez sea moderadamente rica. Siempre y cuando el pergeñador de semejante artefacto haya tenido una vida singular…”

Como cumplo el primer requisito, sigo escribiendo este diario. (disculpen el chiste fácil, debe ser la fiebre). Enseguida cuelgo esa nota completa de Bolaño, cortada vilmente por mí (hice lo que en la universidad se aprende muy bien: recortar citas para hacerle decir a otro lo que uno quiere que diga)

Mañana Kristina en Salta. Pasé cerca del lugar del acto y ya es un caos. Sólo espero que Delía tire un par de molotovs al Club 20, refugio de nuestra puta oligarquía (también me pongo más violento cuando tengo fiebre).

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