miércoles, 2 de julio de 2008

RESEÑAS LITERARIAS

IMPROVISADAS, TORPES Y MEDIOCRES, ESTAS SON LAS RESEÑAS PUBLICADAS POR EL SEMANARIO CUARTO PODER DURANTE EL MES DE jUNIO. NO HE CORREGIDO NADA. MAÑANA, LAS DE CINE.
PREPAREN, APUTEN, FUEGO.

Alejandro Kozarts

VOLVER AL PASADO


Salta debe ser el único lugar en el mundo en el que la autobiografía se ha convertido en el género literario con más peso, y en todas sus variantes reinan las genealogías de nuestras ilustres familias.

Este año Armando Caro Figueroa publicó “Crónicas de un verano salteño –y otros relatos”-. No es 100% una autobiografía, pero algo de eso hay. El libro contiene memorias, notas de opinión política, denuncias y apuntes históricos. Es una mezcla extraña y, por ese motivo, es un libro disparejo.

Hay que señalar que casi todos los textos que conforman “Crónicas…” han sido publicados, previamente, en el sitio iruya.com y ese es el motivo por el cual este es un libro-collage, porque se lo pensó después de tener los textos. Y algunos de esos textos, escritos en el calor del momento, ya han envejecido: tenían sentido en su momento, pero al llegar al papel han perdido todo sentido: por ejemplo, en esos artículos en que Caro Figueroa se queja porque la humita subió a $1,50 o porque subieron las expensas.

Algunos análisis de la realidad política salteña actual también han empezado a envejecer, aunque sirven para dejar un testimonio impresionista –y superficial- de los momentos en que todavía se desarrollaba la campaña política en la que se disputaban el poder Juan Manuel Urtubey y Walter Wayar.

También es importante que se haya anexado la crónica de una fiesta desarrollada en el Club 20 en 1894, crónica escrita por un concurrente a ese evento. Allí, por ejemplo, se puede leer: “...pocas veces, tenemos que reconocerlo, el Club ha ofrecido un aspecto más hermoso, y hacía considerar aún más grandioso, esa unión de la comodidad con el buen gusto, produciendo maravillosos efectos que encantan los sentidos y proporcionan ese bienestar extraño, sinónimo del olvido de todo lo que no sea el lugar y el hecho que se presencia… .Un poco antes de las 11, estando ya casi llenas las salas, la orquesta comenzó la ejecución de nuestro hermoso Himno Nacional, que fue oído con esa emoción singular que siempre han producido en los argentinos sus sublimes notas, sea cualquiera el terreno y la situación de espíritu en que se encuentran. Y esta vez mucho más solemne debió parecernos: era escuchado de pie por un conjunto de respetables damas y hermosas niñas que hacían evocar la imagen de la Patria, grande y esplendorosa, como allá en los comienzos de nuestra historia ...”

El punto alto del libro es cuando Caro Figueroa ejerce la memoria y rescata, por ejemplo, la vida de Corina Lona, de cómo erigió el hogar para ciegos y además habla de Hilario Pistán, quien asistió a ese hogar y se convirtió en músico. Los textos históricos, en que aflora el humor, un humor lleno de nostalgia por otra parte, conforman las mejores páginas del libro. En esos pasajes se filtra un yo nostálgico, que ya ha dejado atrás una buena parte de su vida y que percibe una degradación y envilecimiento del tiempo presente. La batalla contra el olvido que plantea Caro Figueroa está perdida de antemano, pero siempre es conmovedor ver al hombre defendiéndose con uñas y dientes, tirando con lo que tiene a mano, construyendo, con palabras, una delicada máquina para luchar contra el olvido.



Un poco de imaginación



Se supone que entre los ganadores del concurso provincial de literatura uno va a encontrar a las mejores plumas que tiene Salta. Por eso es necesario, todos los años, sumergirse en esos escritos.
El libro de cuentos “Basta de imaginación” ganó el segundo premio en esa categoría en 1999. Pertenece al médico Edmundo del Cerro, que fue secretario de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y ha publicado numerosos artículos vinculados a su profesión (Historia de la medicina en Salta (1983), La medicina que forjamos y queremos (1988), etc.).

El título hace pensar que se trata de una humorada, que el señor Edmundo del Cerro adentro de ese libro va a hacer un despliegue inusitado de originalidad e imaginación, pero con llegar al segundo cuento uno percibe que “Basta de imaginación” es más bien una declaración de principios, o más bien una advertencia al lector sobre las páginas que siguen, en donde la imaginación tiene un espacio mínimo y erróneo (permiso, Borges). O no, sí hay imaginación, pero una imaginación desactualizada, una imaginación que ya no merece ese nombre.

El primer cuento tiene un buen arranque (“Siendo el primero en enero de 1667, a dos día de mi muerte, injustamente impuesta por la Real Audiencia de Lima, en diciembre del año anterior, yo, Pedro Chamijo, …”) Hacer que un fantasma o un muerto sea el narrador de la historia no es nuevo, pero ese es un gran comienzo y la voz del narrador a lo largo del cuento está bastante lograda; quizá sea el mejor cuento del libro, aunque el final es poco entendible.

La siguiente narración (Remembranzas) tiene poco y nada de narrativa: hay un collage de sentencias o aforismos con pretensiones poéticas que no conducen a ningún lado (“No soy Ortega para definir nada, si con lo puesto alcanzo a batirme en retirada para cada zancadilla diaria” o “todo el mundo está esperando que alguien lo quiera mientras en el acercamiento, la soledad queda como la luz en un tubo de plomo”, etc.)

El cuento “El gran secreto” inicia bien, hasta tiene pinceladas precesas de humor cuando habla de una pelea del narrador-periodista con turistas yanquis en Quijano; pero después descarrila en el fantástico donde el peso de la historia recae en un fantasma que habla sin que el narrador sepa que el otro es un espectro. Y remata el cuento así. “¡Ah, al revelar la foto, el viejo no estaba!” Con Poe eso sería excelente, también con Lovecraft, podría ser aceptable en Lugones y sus fuerzas extrañas, incluso en Quiroga; pero en este tercer milenio es una falta de respeto.

Lo patético es que esa estructura se repite en el mismo libro, es el eje sobre el que se construyen otros dos cuentos. En “Sueño perpetuo” el narrador cuida a un viejito, que le va dando claves sobre su vida (ya en el siguiente párrafo cualquier salteño sabe que se trata del Cuchi Leguizamón; las pistas son demasiadas obvias), aunque el narrador se empecina en mostrar su asombro y su total desconocimiento sobre quién es este hombre. ¿Cómo remata este relato? “Entonces me di cuenta de que estaba frente al doctor Gustavo Leguizamón”. El cuento que da el título al libro es similar.

En “El sueño perpetuo” tiene unas primeras páginas muy buenas, con un narrador licenciado en letras que hasta logra despertar carcajadas, con frases como “Nosotros, los ilustradísimos estudiosos de los otros, podríamos crear una institución, parafraseado esa canción de los Beatles “La Banda de los profesores amargados y su club de onanistas intelectuales solitarios”. Pero después el cuento vuelve a sumergirse en los lugares comunes, en lo predecible.


Pura oligarquía


Podría ser una historia provincial de la infamia o al menos una apología descarada de la oligarquía salteña, podría ser muchas cosas; pero este libro de Miguel Solá se queda en la mitad de todos los caminos.

Hablo del Diccionario Histórico Biográfico de Salta, editado por el gobierno salteño en 1964, aunque el libro ya había sido terminado en febrero de 1963. Solá hizo llegar el manuscrito al Ministerio de Gobierno, Justicia e Instrucción Pública, el cual, a través del decreto Nº 6422 señala en sus vistas que “El señor Miguel Solá manifiesta el deseo de donar al Gobierno de la Provincia los originales de su Diccionario Histórico Biográfico de Salta para su publicación…”, y el Interventor Federal decreta su aceptación y tomar “las providencias necesarias para la publicación de la citada obra”.

El prólogo, que lleva como título “Advertencia”, no hace ninguna aclaración sobre los criterios tomados por el autor para incluir o descartar quiénes deben estar dentro de este catálogo salteño de personas notables. “En este diccionario… figuran aquellas personas que han tenido una importante actuación pública en la Provincia de Salta, ya fueren o no nacidas en ella, siendo por lo tanto estas biografías de carácter histórico. Ello debe explicar que no figuren en sus páginas personas sin ese carácter, como tampoco figuran otras con actuación pública que no pertenecen al ciclo que comprende este diccionario”, escribe Solá. Sin embargo, no explica en esas breves líneas con qué parámetros se maneja ni con qué autoridad se siente él apto para hacer ese recorte; ni siquiera señala qué período abarca este diccionario. Sí dice que, con esta obra, “el autor ha creído cumplir una obligación de salteño y realizar un trabajo cultural”, con lo cual está diciendo, en cierta forma, que merecería estar dentro de este diccionario. Y si bien no se incluye, sí aprovecha para dar cuenta de su genealogía.

Solá no especifica si con lo de “significativa participación pública” quiere decir que ésta debe ser necesariamente buena, y abre el libro con Manuel Abad Illana, Obispo del Tucumán, quien parece haber conseguido, a lo largo de su vida, dos grandes logros: ser amigo de un gobernador y tener “una importante actuación durante la expulsión de los jesuitas, con quienes no simpatizaba.” Lo mismo sucede con Abreu, gobernador del Tucumán, quien dejó su huella en la historia por “mandar a degollar o dar garrote” (en ese orden, según Solá) a un ex gobernador.
Desconcierta mucho las exiguas referencias que acompañan a gran parte de los incluidos. Por ejemplo, de Aguirre, Gregorio solo dice: “Vecino de la ciudad de Salta en 1658” (sic); de Aguirre, Francisco: “Escribano Público de la Ciudad de Salta en 1568.” Esto se repite a lo largo de todo el libro, especialmente con los militares. Para Solá el haber estado en una batalla, con el rango que sea, es mérito suficiente para merecer estar dentro de esta nómina. De las 186 personas notables anotadas en el diccionario, casi el 70% son militares.
Como buen salteño, el machismo impera: Sólo hay 6 mujeres.

Los apellidos se repiten de una manera predecible y alarmante al mismo tiempo. Aunque los Arias y los Castellanos anegan esas páginas (8 de cada apellido) Solá no resiste a la tentación de regar su arbolito genealógico (Gombrowicz and Panchos, dixit) e incluye a 7 “Solás”. Para sorpresa del lector, esas biografías resultan ser las más profusas de todo el texto, en contraste con la prosa casi telegráfica que caracteriza el resto del libro. La única biografía realmente extensa es la de Martín Güemes y eso porque está alimentada de numerosas y largas citas.

Un libro inútil, olvidable, soporífero.

Muerte al amanecer


Por momentos similar a Macondo, acaso simpsoniana en sus mejores días y definitivamente buñuelesca en los peores, la realidad salteña puede llegar a ser ininteligible aún para el observador más avezado.

A veces, para lograr penetrar a las capas más profundas de una sociedad, hace falta una mirada foránea, capaz de desnaturalizar lo que el tiempo y la costumbre han hecho cotidiano, invisible. Este es uno de los motivos por los cuales hay que leer “Muerte al amanecer”, la novela histórica del venezolano José León Tapia, en la que Salta es uno de los escenarios sobre los cuales se desarrolla la trama.

El que une a Venezuela con Salta es el personaje principal, Domingo López Matute. “El calabozo de Salta, en plena tierra argentina, era oscuro, húmedo, fétido, con solo una ventana desde donde se divisaba el cielo que iba tornándose negro, envuelto en la noche pronta”, de esta manera arranca la historia de este hombre, sobre el cual, sabremos luego, se crió en Venezuela, luchó en contra y a favor de la revolución que encabezó Bolivar y también junto a Facundo Quiroga, en la insipiente Argentina. Este flashback es muy eficaz porque engancha de inmediato al lector para conocer cómo este soldado ha terminado en un calabozo salteño, esperando ser ejecutado.

Tapia antes de abordar la escritura de “Muerte al amanecer” llevó a cabo una minuciosa investigación y recopilación de documentos que aportaran datos sobre el Domingo López Matute de carne y hueso. Para eso tuvo que contactarse en esta provincia con el Licenciado en Letras Rafael Gutiérrez, quien le proporcionó la información necesaria y, finalmente, escribió el prólogo de la novela.

“El Dr. José León Tapia había leído mis artículos y, necesitado de un referente en las tierras que no conocía personalmente, pidió mi colaboración para novelar la última etapa de su historia, esa que transcurría entre la deserción en Bolivia, después de la Batalla de Ayacucho hasta la muerte de su personaje en Salta”, explica Gutiérrez.

En ese prólogo además Gutiérrez define perfectamente a Matute, cuando escribe que no es un soldado profesional ni un político, sino un hombre sencillo “que espera que la violencia termine para volver a una familia, a trabajar y criar hijos.”

También señala, con acierto, que “es la gran ventaja de la literatura que al narrar historias particulares muestra destinos comunes en los que se encuentran charros, llaneros, guasos, gauchos, en fin todos los hombres de a caballo que entregaron su vida a estas inconmensurables naciones y no fueron bien pagados. Es allí que nosotros, los lectores del siglo XXI nos leemos en esos destinos arrastrados por la violencia de una época y, aunque a pie y sin lanza, nos sentimos charros, llaneros, guasos, gauchos traicionados por quienes hacen las leyes y dictaminan los derechos y las obligaciones”.

La prosa es sencilla y efectiva, en la que se filtra una nostalgia tremenda en esas páginas, escritas con pasión y cariño, pero sin caer en idealizaciones o en lugares comunes. Es casi inevitable pensar en Zama, la gran novela de Antonio Di Benedetto, por la carga existencialista que sobrevuela toda la novela. Las referencias a personajes venezolanos no generan ningún ruido en la lectura, aunque es probable que alguien de ese país saque mayor provecho de esos tramos de la novela.

¿Pero qué es lo que lleva a Matute a esa celda, desde la cual da rienda suelta a los recuerdos? A Matute, que ha sobrevivido a tantas balas, lo condena el conservadurismo salteño y por eso grita: “…Soy inocente de toda conspiración, me van a matar para complacer a los curas y godos de este pueblo.”
Desde luego, para conocer el motivo o el incidente exacto que dispara la ira de los opas, hay que leer la novela.

“Cualquier parecido con nuestra realidad – advierte Gutiérrez- no es pura coincidencia”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

usted es kozart o medina? a esta altura ya no me acuerdo. Sólo decirle que disfruté mucho leyendo sus críticas, sobre todo de libros que nunca voy a leer.
Parece ser que Delacroix era de los mios y le gustaba más leer a otros, contando libros de autores que él nunca leería. Un poco eso me pasó aquí.
Ah, lo que sí recomiendo es el diccionario de Solá sobre regionalismos en Salta. Yo sólo leí una páginas pero estoy dispuesta a leerlo en su totalidad. Es muy gracioso: un ejemplo:
Oparrón, na (adj) Superlativo morfológico de opa, pero ideológicamente no lo es. El vocablo se aplica a la persona que tiene apariencia de opa, pero que no lo es completamente.
saludos.

Anónimo dijo...

me gusta mucho el estilo de tus reseñas Kozarts, realmente buena escritura. De los libros y autores mencionados, ni idea.
esperando algún cuento de usted...
ya sé, ya sé, no va a llegar, pero lo espero igual.
saludos!