sábado, 5 de julio de 2008

El criticón



A CONTINUACIÓN LAS RESEÑAS DE CINE PUBLICADAS EN JUNIO (TAMBIÉN ESTÁ LA PRIMERA DE JULIO) POR EL SEMANARIO CUARTO PODER.


Otro asesino por naturaleza

Esta es una película con bajo presupuesto, con encuadres torpes, actores malísimos y en la que hay todo un catálogo gratuito de violencia. Esta es una película que usted no puede dejar de ver.
Hablo de “Ocurrió cerca de su casa” (C'est arrivé près de chez vous) película belga de 1992. No llegó a los cines y tampoco la va a encontrar ni el más bizarro de los videoclubes (que ya están en extinción): pero para eso está internet, señor y señora (de ahora en adelante este semanario sólo recomendará películas para piratear con el emule).


Remy Belvaux, André Bonzel, Benoît Poelvoorde son los tres directores de este film, que tiene el formato de un documental, en blanco y negro (por momentos la textura de la peli hace pensar que fue rodada en 8mm.), trata de un asesino y ladrón que es seguido todo el tiempo por unos jóvenes cineastas que están armando un documental sobre él. A través de la cámara de los hacedores vemos al serial killer torturar personas, arrojarlas en un lago para hacer desaparecer sus huellas, después somos testigos de la vida “normal” de este asesino y lo vemos almorzar con la familia, tocar música clásica con una amiga y después vuelve con los asesinatos.


Un condimento importante que suma a la historia es que, un mal guionista, hubiera caído en el lugar común de mostrar cómo el asesino oculta su vida “oscura” a sus padres y amigos; en cambio acá todos saben de qué vive el joven y a veces lo apoyan o lo apañen. Otro punto a favor es la evolución del equipo de documentalistas. En un primer momento se limitan a filmar los asesinatos, pero después pasan a ser sus ayudantes, violan mujeres, ocultan los cuerpos y además incentivan los robos, porque parte del dinero es para seguir financiando la película: el asesino roba para que se pueda seguir haciendo su película. En el personaje central no hay ningún cambio y no tiene por qué haberlo: esperar que este tipo, que destripa ancianas y niños como si nada muestre algún arrepentimiento es de una ingenuidad espantosa. Una película yanqui talvez hubiera caído en ese final moralista, pero esto es cine independiente.


“No tengo nada claro si lo que he visto es una obra maestra del cinema verité o no es más que un cruel, sádico e innecesario divertimento perpetrado por unos niñatos….Si asumimos la película como una crítica de una sociedad deshumanizada, donde el crimen puede ser incluso motivo de chanza, no encontramos ante una pequeña joya. Resaltaríamos la naturalidad de las actuaciones, la honestidad a la hora de mostrar como un ser humano puede ser a la vez tierno y capaz de los más horrendos actos, como una persona puede mostrar inteligencia y sensibilidad y al mismo tiempo dejarse dominar por los más bajos instintos”, señala una crítica de un reconocido diario francés.


Ahora usted tiene que sacar sus propias conclusiones. No tiene que tomar en serio esta columna ni la de ningún diario. Busque esa película, véala completa. No puedo prometerle que le va a gustar; pero sí, que le va a dejar una sensación en el estómago que no se le va a ir en horas.


Mal Gusto

A Peter Jackson se lo conoce como el director de “El señor de los anillos”, o de “King Kong”, incluso la Academia lo ha premiado por esos trabajos; pero sus mejores películas no tienen nada que ver con estas megas producciones, sino que fueron hechas desde la pobreza, con un puñado de amigos. Pienso, por ejemplo, en “Tu madre se ha comido a mi perro" (Braindead) de 1991 pero especialmente pienso en Mal Gusto (Bad Taste), su opera prima de 1987, cuando Peter Jackson tenía 22 años y se convirtió en uno de los reyes del cine gore independiente (o sea que hay sangre, mucha sangre por todas partes) con esta película en la que es responsable del guión, fotografía, montaje, maquillaje, efectos especiales y de la producción (cine bien independiente).


La trama es la siguiente: unos extraterrestres invaden la tierra con el objetivo de atrapar humanos y así poder hacer hamburguesas intergalácticas que venden en un Fast-food del otro planeta; pero hay un grupo de amigos –que trabajan para el gobierno- que está dispuesto a detenerlos (cualquier parecido con El Eternauta es pura coincidencia) y allí se produce una matanza que no se detiene por 90 minutos. Explotan cabezas, hay vísceras y pedazos de cerebro, personas y extraterrestres horribles cortados en pedacitos… era lógico que se convirtiera en una película de culto.


Quizá la sangre les haga pensar que se trata de una película de Terror. No, nada que ver, aunque así la cataloguen la mayoría de las críticas (que he leído previamente para plagiarlas descaradamente). Esta película es comedia pura, es diversión garantizada.


El film está repleto de errores: en los encuadres se cuelan manos arrojando baldazos de sangre, los muñecos son notoriamente truchos y además, como la película se filmaba solamente durante los fines de semana, tomó 3 años terminarla, entonces los problemas de continuidad son notorios. Pero son errores que no restan, sino que suman.


Es una película memorable en la que se percibe, sobre todo, la enorme pasión por el cine.



Más Sangre


“El cine es magia y en determinadas manos es un arma.”
Esta es la primera línea de Cigarette burns (2005). Con esto, John Carpenter, su director, está advirtiendo que en los próximos 59 minutos va a golpear al espectador de una manera que no se lo va a imaginar nunca.


Un buen amante del Gore está acostumbrado a ver sangre, tripas y gente descuartizada, por supuesto, eso es normal; pero algo que nunca se ha visto es que un cineasta capture un ángel y, literalmente, lo torture frente a cámara, que agarre una motosierra y le tronche un ala como si nada, para después encadenarlo. Bueno, esto es uno de los puntos por los cuales hay que ver Cigarette burns.


Pero este film va mucho más allá. En esta obra maestra del séptimo arte, el director traza una fuerte reflexión sobre el cine comercial (mero entretenimiento) vs. el cine-arte, dentro del cual sitúa al gore.


La trama es la siguiente: un cinéfilo, que dirige una pequeña sala de cine en la que se exhiben solamente films de culto (lo cual lo condena a la ruina) es contratado por un millonario para conseguir una película maldita (“Le fin absolue du monde”), cuya única proyección terminó en una gran masacre: todos los que estaban en la sala se volvieron locos y se mataron entre ellos. Desde entonces la cinta está desaparecida. La historia de esta película es la de ese cinéfilo devenido en un detective que, a medida que se acerca a esas cintas, también lo hace a la locura.
Como toda obra de arte es difícil de encasillar: hay terror, desde luego, con un manejo impresionante del suspenso, pero también contiene una buena dosis de humor.


Esta película es el gran homenaje de Carpenter al género y a los directores que lo han hecho grande, entre ellos a Darío Argento (vemos una sala de proyección donde se exhibe “Rojo profundo”, la peli más lograda del italiano), un cineasta que ha reconocido tener un talento especial para matar gente.


Hay una enorme paradoja en esta película, en la que tanto se reflexiona sobre el séptimo arte: Carpenter no la filmó para el cine, sino para televisión, por encargo de un canal para una serie de unitarios titulada Maestros del Horror.

Darío Argento


No es sangre, es rojo, dice Godard, siempre tan obsesionado por destruir la verosimilitud en el cine.

No es rojo, es sangre, parece contestarle Darío Argento, el rey del sadist-art, que ha hecho muchas y buenas películas de terror (aunque sus mejores son de hace casi tres décadas: Rojo Profundo y Suspiria).

Darío Argento se inició en el cine como crítico, luego comenzó a escribir guiones a grandes directores como Sergio Leone (el director de El bueno, el malo y el feo) y además trabajó como asistente de dirección del maestro Mario Bava. A los 29 años, en 1969, dirigió su opera prima y desde ahí no ha parado de rodar.

Durante años se ha comparado a este gran director italiano con Alfred Hitchcock, ya que ambos realizaron películas en las que lo policial, el suspenso, el terror son los ingredientes fundamentales. “Argento es el Hitchcock italiano”, se suele decir.

Pero este parangón es de una torpeza tremenda y da cuenta de una ignorancia espantosa. El director de Vértigo es sutil, sus muertes son limpias y rápidas, jamás la cámara se va a regodear con alguien que agoniza; casi no hay sangre en los films de Alfred (No es sangre, es chocolate, dirían los amantes de Psicosis). Comparar a Hitchcock con Argento es como confundir a un esgrimista profesional con Conan el Bárbaro, solo porque los dos usan espadas. Allí donde el inglés es sutil, el italiano despliega muertes tremebundas.

Sin lugar a dudas, el crítico Jacques Rivette reescribiría su artículo sobre la abyección en el cine después de ver una de Argento (El integrante de la revista Cahiers du Cinema escribió: “Obsérvese sin embargo en Kapo el plano en el que Riva se suicida abalanzándose sobre la alambrada eléctrica. Aquel que decide, en ese momento, hacer un travelling de aproximación para reencuadrar el cadáver en contrapicado, poniendo cuidado de inscribir exactamente la mano alzada en un ángulo de su encuadre final, ese individuo sólo merece el más profundo desprecio”).

Se ve que la comparación lo afectó mucho, porque en el 2005 rodó “Do you like Hitchcock? (te gusta Hitchcock?), homenaje plagado de citas demasiado burdas y con actuaciones patéticas. La sutileza no es lo de Argento y el tele-film hace aguas por todas partes.
Pero, afortunadamente fue solo un traspié y ya ha vuelto a los orígenes.


Pequeños demonios

Hay una película en especial que lo va a dejar a usted temblando cada vez que se acerque el día del niño (y no justamente por el precio de los juguetes). Acaso piense que voy a hablar de “El pueblo de los malditos” (1995), esa peli que dirige Carpenter en la que unos chicos rubios, hijos de extraterrestres, tienen poderes mentales y han sido enviados para destruir el mundo, incluso recordará esa memorable escena en la que con sus poderes, una de esas criaturas obliga a la supuesta madre a introducir su mano en una olla con agua hirviendo.

Pero no, la peli en la que pienso es española, la dirige Chicho Ibáñez Serrador, uno de los grandes maestros del terror y se llama, justamente, “¿Quién puede matar a un niño?” (1976). El film comienza con imágenes documentales –en blanco y negro casi todas- de niños que han sido víctimas de guerras, del hambre, etc, mientras de fondo se escucha una canción infantil. El contrapunto de las imágenes de pequeños quemados, amputados, etc, golpea más al ser acompañadas por esa música.

Luego comienza la historia, que es la de una pareja de turistas ingleses que visita España. El detalle del idioma es fundamental, porque la imposibilidad de comunicación suma angustia y tensión a lo largo del film. Después de recorrer parte de una ciudad, deciden ir a una isla, en la que solo viven unos miles de habitantes. Allí empieza el espanto, porque cuando llegan, ésta parece deshabitada; hay uno que otro niño, pero ni un adulto. Recorren negocios y calles, hasta que, de la nada, ven, a lo lejos, cruzar apurado a un anciano. Después observan a una chica rubia, que alegre y cantando recorre la misma calle. Los protagonistas sienten alivios al ver a esa niña tan contenta, hasta que observan que la chica se acerca al abuelo, le quita el bastón y le empieza a dar en la cabeza con todo, una y otra vez, mientras la sangre brota a borbotones del cráneo. El hombre se acerca a socorrer al viejo, que a esa altura ya está en el piso semi inconciente, toma a la niña de los hombros y le recrimina en su perfecto inglés qué ha hecho y la chica solo se ríe; para ella es sólo un juego.

La situación es esta: en la isla no hay adultos porque de la nada todos los niños de la isla han empezado a matarlos. Nadie sabe muy bien cómo se originó eso, y cuando los dos turistas ingleses llegaron, solo quedaban dos hombres con vida. Los turistas inglés logran preguntarle a uno de los sobrevivientes por qué no habían escapado o se habían defendido, si total eran chicos y el español le dice que cómo le iban a hacer algo si eran sus hijos. Acá la parejita inglesa entiende algo: para escaparse hay que enfrentarse con los chicos, algo que les parece terriblemente cruel, especialmente porque la inglesa está notoriamente embarazada.

Si usted quiere saber cómo termina, va a tener que ver la peli.
Un gran acierto en el guión: en ningún momento se explica la causa del fenómeno, cómo se inició y por ende tampoco se sabe la forma de detenerlo (En Los Pájaros de Hitchcock pasa exactamente lo mismo). Cualquier explicación hubiera servido para dejar una sensación tranquilizadora y acá esa sensación no existe.

Hay una escena inolvidable, una escena que me sigue revolviendo las tripas cada vez que se proyecta en mi mente: los chicos están en una ronda cantando, uno al medio, con los ojos vendados, vemos que tiene un palo y está como jugando a la piñata; después la cámara muestra que no hay piñata, sino un viejo moribundo al que los niños han colgado de los pies y entonces percibimos que la criatura en la punta del palo tiene un cuchillo o algo punzante y después sólo hay unas paredes blancas, que se tiñen súbitamente de rojo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

una vez más, lo felicito. siga publicando sus reseñas en el blog.
saludos