Todos en casa decían saber que él nunca hubiera llegado. Se lo hacían saber en contadas cuotas de concejos, en historias de otros o intencionalmente cambiando de canal. No es que no tuviera talento. Tenía lo suyo, lo necesario, como hacer cosas básicas que se requerían. Pegarle con derecha o izquierda, buena gambeta, no de la endiablada de Ortega pero buena, y ir bien de arriba. Pero lo que realmente destacaba era su resistencia física. No sé si era una cualidad física o era eso que los entrenadores llaman voluntad. Pero la cosa es que el negro corría. Ponía y corría. Como persona es ordenado, repitiendo a mamá. No, no es que ponía todo en su lugar. Si fuera así nuestra casa no sería un cíclico quilombo. Terminas de arreglar o limpiar algo y lo otro ya está hecho un desastre. Particularidades de nuestro hogar. Las ropas de cada uno de nosotros andan desperdigadas por todos los placares de la casa, herramientas que luego serán guardadas o la mierda del perro como minas terrestres en el patio. Esas cosas. Como el olor de las milanesas que en cada hogar es distinto y que cuando entran extraños les produce más repugnancia que hambre. Algo así como el pedo propio de cada hogar. Es ordenado en la vida. Siempre me lo recuerdan. Si algo es ejemplo en él es que siempre es ordenado, dicen. Se levanta temprano como se acuesta, divide sus tiempos, se alimenta prolijamente que en mi caso sería comer en la mesa. Pocos amigos que silbaran a través de las rejas del garaje y él saliera a abrirles la puerta agarrando al perro del collar. Solo venían a buscarlo para ir a jugar al Circulo. Es lo que mamá dice ordenado.
Nunca, y esto lo sé porque yo lo inaugure, se hizo la rata del colegio. Tres semanas sin pisar el colegio. Tres semanas en los fichines. Dos semanas tratando de cogerme a Andrea que por esa época estaba en la misma que yo. Se rateo dos días seguidos y como un asesino serial no pudo parar hasta que la dirección del colegio envió una notificación a su casa de que había quedado libre. Y ahí se cago todo. A ella los padres la mandaron al psicólogo por recomendación del gabinete pedagógico; a mí, me cambiaron al colegio del barrio y me pusieron a trabajar en el taller. Nunca salió a un boliche con documentos falsos y volvió con algún problema estomacal culpando a una hamburguesa en mal estado, o entró bamboleándose entre las paredes del pasillo de casa después de pasarse varias horas en la esquina, o se reía, solo, sentado en la ventana de su habitación que da al monoblock H, a la ventana del lavadero de los Peralta. Se cambiaba el uniforme del colegio y pasaba medias, vendas y los Humbros al portabotines estampado con el escudo de Vélez. Se despedía de los viejos, que a esa hora ya hacían la siesta, golpeándoles la puerta y veía que todas las llaves de la cocina estuvieran cerradas. Cuadra y media hasta salir a la avenida y allí el colectivo hasta el club. Yo sabía que se iba porque o Toti o Hugo o el Pachi me lo decían esperando que sacara la vista del Kombat Mortal, algo que ni el culo de Andrea lo lograba.
El viejo se sentaba en el living, con un vaso de vino con soda y una fritanga de papas con huevos revueltos. Él se sentaba en el otro sillón, algunas veces acompañaba Javito, un vago que jugaba con él desde la octava. Miraban el partido del Sábado, callados, tomando coca cola que el viejo les compraba. El viejo apuntaba errores en pases y posibles definiciones, y callaban ante la repetición de las jugadas. Yo le volaba la cabeza a Baraka mientras Andrea se miraba en el espejo de su habitación como el jeans le ajustaba el culo que algún publicista o el mismo dueño de Factory apretarían en el reservado como bombita de agua esa noche. Pero no pensaba en eso, si lo hacía hundiría los botones hasta destrozar la maquina; ni si me dejarían entrar esa noche a Factory, solo quería, como se dice, atarle una buena cagada a Goro que vendría a ser el pato que me sacaba de la fila y me dejaba sentado toda la noche con Gorrita en la rotonda. Él no decía nada, estudiaba los movimientos del volante derecho, en opinión de Zapato, su puesto natural. Pensaba en si mismo como un Cholo Simeone. Y no me parece raro. Si solo sabe correr y meter. Y eso fue lo que una noche después de un televisado le dijo a los viejos mientras cenaban, que quería entrar a la escuela de la fuerza aérea después de termina el quinto año. El fútbol lo había preparado desde los ocho años para correr de una punta a otra, a obedecer cualquier pelotudez que le pidan hacer, a ordenarse tácticamente; le había enseñado que cuando uno se equivoca pierden todos. Pero esta vez no eran los once integrantes de un equipo sino cincuenta pendejos con vocación de servicio y amor a la patria, todo lo que pueden y le piden memorizar y repetir. No sé si siempre lo había pensado. Si después de ver Top Gun se vio metido en un Tomcat, pero en la Argentina y con todos los pendejos de la plaza Colón puteandolo como si fuera Beckham en el mundial, mientras esperaba embarcar un colectivo que lo internase por cinco días. Siguió jugando. Ahora en el equipo del la escuela de cadetes, pero se cuidaba, no quería complicaciones con la carrera militar. Mientras yo hacía carrera en los fichines toda la semana; mientras Andrea hacia carrera en Factory. Nada nos sacaba de allí.
En Río Gallegos no pudo jugar mucho al fútbol. Casi nada. Le decía al viejo por teléfono qué el viento impedía jugar, qué las canchas eran duras, qué después de un partido le dolía la columna. Hijo, no juegues, entonces, que te puede traer problemas. Por ahí te hacen un examen y ya sabes que cualquier problema, por más mínimo, te dan de baja o te traba un ascenso. Cuídate. Se dedico a jugar al paddle.
A veces atendía yo el teléfono los Sábados esperando que el Gato haya echo alguna movida, y era él. Nos preguntábamos como estábamos, de algún pibe del barrio hablábamos, todo en menos de un minuto (la verdad es que nunca llegué a controlar el tiempo, pero nos sacábamos rápido, como los revés que daba ahora) y le pasaba el inalámbrico al viejo haciéndole una venía militar ridícula, como las del soldado Chamamé o Canuto Cañete, respondiéndole así a los gestos que me hacía desde su sillón para saber quién llamaba. Un Sábado fue también cuando dijo que lo trasladaban a Tandil. La vieja dijo que ahora estaba más cerca y podía venir a visitarnos más seguido. Dijo que sí, pero que en los primeros seis meses eso se iba a ser un poco difícil porque tenía que realizar un curso en Palomar. Me invitó. Hice un viaje de una semana a Tandil. Tocaban Los Redondos ese Sábado que pasaría allí; él tenía guardia toda esa semana y al final del recital con cinco pibes de Aldo Bonzi fuimos a tomar cerveza, comer pizza y fumar a la vez que discutíamos los significados de las letras del Indio Solari en la cocina de su departamento. Al irme me dijo que le dejara las llaves a Valeria y que no me olvide de sacar de la heladera unos quesos y salames caseros que debía llevar a casa de regalo.
Me preguntó Javito, que trabajaba de preventista por el barrio, si seguía jugando. Le dije que tal vez sí porque vi en el baño secándose una camiseta con el número ocho, pantalones y medias; y en el balcón unos Nike despejándose del tufo junto a una maseta que le había regalado Valeria. Pero la verdad era que me dedique a pasear por Tandil en el Fiat Uno que se había comprado y que desconocía la movida futbolera de allí. Que debía ser buena porque varios equipos iban a hacer pretemporada y Romeo, el de San Lorenzo, era de allí, creo que Balbo también; y que cómo no le iban a dar a la bocha con tanto campo que había.
Una mañana en el taller escuche al viejo que preguntado por Pacheco dijo que un club de la C se había interesado en él, que lo había conectado un flaco que tenía la concesión el Casino de Oficiales. Que nunca había dejado de jugar. Y que no sabía si aceptaría. Pacheco dijo que el ya tenía su carrera y su familia como para dedicarle tiempo a la pelota. Sonó raro, una forreada, viniendo de Pacheco que había sido un gran jugador en el interior, decir pelota y no fútbol, tratar la pasión propia como un mero juego infantil. Se lo deje pasar.
Por primera vez sentí curiosidad por llamarlo, para saber que tan cierto era aquello. Empecé a quedarme los Sábados en casa con Graciela esperando a atender el llamado que me diga que había aceptado lo de aquel club. A que me diga que el equipo es bueno, pero que hay que trabajarlo más según el técnico. Las pelotas paradas sobre todo. Que la cancha esta un poco mal, algo dura y con pozos, pero como entrenan allí durante la semana ya se memorizo todos los pozos y sabe para donde va a picar la pelota. Esperé para decirle que seguro que lo iba a ir a ver algún fin de semana, con Graciela que es una mina re fútbolera, que cuando se pone la camiseta de la T hace que se me hinche la bragueta de orgullo al ver el escudo en la cima de sus pezones como si el más hozado hincha hubiera escalado el Everest para colocar allí el banderín y dar constancia de la grandeza de Talleres. A reírnos juntos si me dice que me enganche una botinera. A esperar a decirle que está bien pero que el viejo quiere hablar con él y que durante la semana lo llamo, el Viernes seguro, para saber si iba a jugar o si aquél dolor no era más que un golpe pero que igual infiltrado jugaba.
Fue mientras desayunaba que mamá me dijo que él se iba a una base en la Antártida por un año, qué Valeria se iba a quedar con Dieguito en Buenos Aires hasta que él cumpla con el servicio, que no podía dejar pasar esa buena oportunidad, que era una gran suerte aquello, que iban a poder comprarse una casa y que le dijo que estaría bueno que me valla a vivir con mi sobrino y cuñada hasta que él vuelva. No le pregunté sobre el club de la C. No quise preguntar porque siempre supe sus decisiones.
Nunca, y esto lo sé porque yo lo inaugure, se hizo la rata del colegio. Tres semanas sin pisar el colegio. Tres semanas en los fichines. Dos semanas tratando de cogerme a Andrea que por esa época estaba en la misma que yo. Se rateo dos días seguidos y como un asesino serial no pudo parar hasta que la dirección del colegio envió una notificación a su casa de que había quedado libre. Y ahí se cago todo. A ella los padres la mandaron al psicólogo por recomendación del gabinete pedagógico; a mí, me cambiaron al colegio del barrio y me pusieron a trabajar en el taller. Nunca salió a un boliche con documentos falsos y volvió con algún problema estomacal culpando a una hamburguesa en mal estado, o entró bamboleándose entre las paredes del pasillo de casa después de pasarse varias horas en la esquina, o se reía, solo, sentado en la ventana de su habitación que da al monoblock H, a la ventana del lavadero de los Peralta. Se cambiaba el uniforme del colegio y pasaba medias, vendas y los Humbros al portabotines estampado con el escudo de Vélez. Se despedía de los viejos, que a esa hora ya hacían la siesta, golpeándoles la puerta y veía que todas las llaves de la cocina estuvieran cerradas. Cuadra y media hasta salir a la avenida y allí el colectivo hasta el club. Yo sabía que se iba porque o Toti o Hugo o el Pachi me lo decían esperando que sacara la vista del Kombat Mortal, algo que ni el culo de Andrea lo lograba.
El viejo se sentaba en el living, con un vaso de vino con soda y una fritanga de papas con huevos revueltos. Él se sentaba en el otro sillón, algunas veces acompañaba Javito, un vago que jugaba con él desde la octava. Miraban el partido del Sábado, callados, tomando coca cola que el viejo les compraba. El viejo apuntaba errores en pases y posibles definiciones, y callaban ante la repetición de las jugadas. Yo le volaba la cabeza a Baraka mientras Andrea se miraba en el espejo de su habitación como el jeans le ajustaba el culo que algún publicista o el mismo dueño de Factory apretarían en el reservado como bombita de agua esa noche. Pero no pensaba en eso, si lo hacía hundiría los botones hasta destrozar la maquina; ni si me dejarían entrar esa noche a Factory, solo quería, como se dice, atarle una buena cagada a Goro que vendría a ser el pato que me sacaba de la fila y me dejaba sentado toda la noche con Gorrita en la rotonda. Él no decía nada, estudiaba los movimientos del volante derecho, en opinión de Zapato, su puesto natural. Pensaba en si mismo como un Cholo Simeone. Y no me parece raro. Si solo sabe correr y meter. Y eso fue lo que una noche después de un televisado le dijo a los viejos mientras cenaban, que quería entrar a la escuela de la fuerza aérea después de termina el quinto año. El fútbol lo había preparado desde los ocho años para correr de una punta a otra, a obedecer cualquier pelotudez que le pidan hacer, a ordenarse tácticamente; le había enseñado que cuando uno se equivoca pierden todos. Pero esta vez no eran los once integrantes de un equipo sino cincuenta pendejos con vocación de servicio y amor a la patria, todo lo que pueden y le piden memorizar y repetir. No sé si siempre lo había pensado. Si después de ver Top Gun se vio metido en un Tomcat, pero en la Argentina y con todos los pendejos de la plaza Colón puteandolo como si fuera Beckham en el mundial, mientras esperaba embarcar un colectivo que lo internase por cinco días. Siguió jugando. Ahora en el equipo del la escuela de cadetes, pero se cuidaba, no quería complicaciones con la carrera militar. Mientras yo hacía carrera en los fichines toda la semana; mientras Andrea hacia carrera en Factory. Nada nos sacaba de allí.
En Río Gallegos no pudo jugar mucho al fútbol. Casi nada. Le decía al viejo por teléfono qué el viento impedía jugar, qué las canchas eran duras, qué después de un partido le dolía la columna. Hijo, no juegues, entonces, que te puede traer problemas. Por ahí te hacen un examen y ya sabes que cualquier problema, por más mínimo, te dan de baja o te traba un ascenso. Cuídate. Se dedico a jugar al paddle.
A veces atendía yo el teléfono los Sábados esperando que el Gato haya echo alguna movida, y era él. Nos preguntábamos como estábamos, de algún pibe del barrio hablábamos, todo en menos de un minuto (la verdad es que nunca llegué a controlar el tiempo, pero nos sacábamos rápido, como los revés que daba ahora) y le pasaba el inalámbrico al viejo haciéndole una venía militar ridícula, como las del soldado Chamamé o Canuto Cañete, respondiéndole así a los gestos que me hacía desde su sillón para saber quién llamaba. Un Sábado fue también cuando dijo que lo trasladaban a Tandil. La vieja dijo que ahora estaba más cerca y podía venir a visitarnos más seguido. Dijo que sí, pero que en los primeros seis meses eso se iba a ser un poco difícil porque tenía que realizar un curso en Palomar. Me invitó. Hice un viaje de una semana a Tandil. Tocaban Los Redondos ese Sábado que pasaría allí; él tenía guardia toda esa semana y al final del recital con cinco pibes de Aldo Bonzi fuimos a tomar cerveza, comer pizza y fumar a la vez que discutíamos los significados de las letras del Indio Solari en la cocina de su departamento. Al irme me dijo que le dejara las llaves a Valeria y que no me olvide de sacar de la heladera unos quesos y salames caseros que debía llevar a casa de regalo.
Me preguntó Javito, que trabajaba de preventista por el barrio, si seguía jugando. Le dije que tal vez sí porque vi en el baño secándose una camiseta con el número ocho, pantalones y medias; y en el balcón unos Nike despejándose del tufo junto a una maseta que le había regalado Valeria. Pero la verdad era que me dedique a pasear por Tandil en el Fiat Uno que se había comprado y que desconocía la movida futbolera de allí. Que debía ser buena porque varios equipos iban a hacer pretemporada y Romeo, el de San Lorenzo, era de allí, creo que Balbo también; y que cómo no le iban a dar a la bocha con tanto campo que había.
Una mañana en el taller escuche al viejo que preguntado por Pacheco dijo que un club de la C se había interesado en él, que lo había conectado un flaco que tenía la concesión el Casino de Oficiales. Que nunca había dejado de jugar. Y que no sabía si aceptaría. Pacheco dijo que el ya tenía su carrera y su familia como para dedicarle tiempo a la pelota. Sonó raro, una forreada, viniendo de Pacheco que había sido un gran jugador en el interior, decir pelota y no fútbol, tratar la pasión propia como un mero juego infantil. Se lo deje pasar.
Por primera vez sentí curiosidad por llamarlo, para saber que tan cierto era aquello. Empecé a quedarme los Sábados en casa con Graciela esperando a atender el llamado que me diga que había aceptado lo de aquel club. A que me diga que el equipo es bueno, pero que hay que trabajarlo más según el técnico. Las pelotas paradas sobre todo. Que la cancha esta un poco mal, algo dura y con pozos, pero como entrenan allí durante la semana ya se memorizo todos los pozos y sabe para donde va a picar la pelota. Esperé para decirle que seguro que lo iba a ir a ver algún fin de semana, con Graciela que es una mina re fútbolera, que cuando se pone la camiseta de la T hace que se me hinche la bragueta de orgullo al ver el escudo en la cima de sus pezones como si el más hozado hincha hubiera escalado el Everest para colocar allí el banderín y dar constancia de la grandeza de Talleres. A reírnos juntos si me dice que me enganche una botinera. A esperar a decirle que está bien pero que el viejo quiere hablar con él y que durante la semana lo llamo, el Viernes seguro, para saber si iba a jugar o si aquél dolor no era más que un golpe pero que igual infiltrado jugaba.
Fue mientras desayunaba que mamá me dijo que él se iba a una base en la Antártida por un año, qué Valeria se iba a quedar con Dieguito en Buenos Aires hasta que él cumpla con el servicio, que no podía dejar pasar esa buena oportunidad, que era una gran suerte aquello, que iban a poder comprarse una casa y que le dijo que estaría bueno que me valla a vivir con mi sobrino y cuñada hasta que él vuelva. No le pregunté sobre el club de la C. No quise preguntar porque siempre supe sus decisiones.
3 comentarios:
Ahora que se murió fontanarrosa no te va poder hacer un juicio. Sí, después que enterramos a los muertos todos somos originales.
Jime, si queres ver algo original te cito en cualquier baño público. Pancho
uy, cuánto texto por acá! cuánta inspiración! Hoy no podré leerlos, toy mirando cuadros de Münch, pero les dejo un saludo antes que seguir con este palabrerío, que palabras sobran..
saludos salteños delirantes, de-lirones!
;)
Publicar un comentario