sábado, 8 de septiembre de 2007

Peón de Luna

Pancho Rodríguez

No sé cómo hacer para escribir; mis dedos son de agua, aguas de lágrimas. No tienen la fuerza para golpear las teclas, solo quieren rendirse al, ahora, recuerdo. Es mentira, no se puede ser profesional en estas circunstancias.

Recuerdo como engendro el nombre del disco, me lo contó una noche en el bar Madrid: se levanto para ir a su casa y en la puerta, pisando ya Balcarce, todavía caliente de la noche que allí transcurrió, miro la luna y se nombro a sí mismo como su peón más fiel , se sintió y se declaro atrapado. Cómo en un juego perverso él no se quiso separar de quién le domino. Después hablamos de poesía; de otros; de la suya, me la quería mostrar para ver que me parecía y si la podía en cierta forma curar. Me negué, le dije, que yo quería leerla no estudiarla, eso se lo dejó a los catedráticos de la universidad. Le conté mi vieja idea de leer poesía: "Fede, ¿cuándo se termina de leer un poema?. Es lo mágico de la poesía, podes leerla y no sentirte parte; pero en un momento te pasa algo, lo que sea, en tu trabajo, en el tragín de la calle, en la pasividad de tu casa, y allí es cuando vuelven a vos esos versos. Se te amontonan hasta aplastarte y decís de eso se trataba. Claro, puede ser en el momento de la lectura o después de cincuenta años. Pero allí no terminas, porque después volves a leerla y ya sos parte viva de la poesía, y viceversa. Nunca terminas de leer un poema". Me miro con esos ojos rojos, con ese aliento que te traía todo el olor de Memphis mezclado con el sudor de un afromaericano en sus orillas a una ciudad en el medio del imperio Inca, me dijo: como un blues, flaco, como un blues. Salimos del Madrid y caminamos por Ameghino en búsqueda de una piezzería.

Ahora se que el poeta se fue, anclado en la impotencia y a mil kilómetros. Esta noche saldré por acá y ya ebrio me arrodillare y le jurare a la luna fidelidad de mis servicios. Como alguna noche lo hiciera el poeta Federico Acosta que tan bien le sirvió.
El Gran Peón
Se tomó el vaso de vino
cuándo ya subía el sol, por ahí.
Ya sin pena ni más prisa,
dibujando una sonrisa al salir
del viejo bar, del viejo bar.

Con la luz de la mañana
que acaricia las ventanas otra vez.
Y sus ojos no veían nada más,
y los otros lo miraban siempre igual,
tan anormal, tan anormal.

Tan solo, Tan triste,
ya no voy a estar sin vos,
a veces grita el gran peón.

Con la luz de la mañana
que acaricia las miradas otra vez.
Y sus ojos no veían nada más,
y los otros lo miraban siempre igual
tan anormal, tan anormal.
Federico Acosta

2 comentarios:

Estrella dijo...

Es la maravilla de la poesía, siempre quedará resonando en algún lugar, se suman las miradas, se suman las viviencias.
Muy bueno.

Opadromo dijo...

Gracias, ÉL ya no esta pero se que siempre vamos a charlar a traves de sus poemas y canciones.
No digo más, no me siento bien.