Pancho Rodríguez
Lo primero sería desconfiar del medio: sabemos que por razones que sólo atiene al editor, una entrevista dada al diario El Tribuno no siempre termina siendo la redacción fiel de la misma. Oficinas adentro hay un solo metro para medir lo que se va a imprimir: no criticar las políticas sociales ni culturales de la familia Romero ni de su gobierno. Además, podemos agregar que se trata de un diario sin tradición ni preocupación por la cultura, sin una base crítica en la cual se apoyen sus editores. Ganando espacio para la publicidad comercial y política es como en los últimos años hemos visto como el diario recorto los espacios culturales: de un suplemento dominical decantó a dos páginas; de una planta y colaboradores bien intencionados a insípidos redactores que hoy escriben en cultura y mañana en clasificados. Deja sabor amargo darse los domingos con escuálidas notas que huelen a recortes de internet/wikipedia, reproducciones de contratapas de libros como reseñas y las ya mencionadas entrevistas publicitarias.
Este Domingo, María Fernanda Abad entrevistó a Santiago Sylvester, poeta devenido en salvador y curador de la poesía del noroeste. Siguiendo cursos previstos, la entrevista empieza con el anuncio (el burro por delante) de la presentación de su nuevo libro de poemas “El reloj biológico”, seguido del de una nueva antología de poesía del noroeste sub 40. No quiero entrar en animosidad con el poeta ya que es uno de los que admiro. Con una voz propia sentó una marca en mi forma de ver la vida en la ciudad (“Café Bretaña” es uno de esos libros de poesía que nunca voy a terminar de leer), pero sus intenciones como antólogo generan siempre gran controversia. Desde la primera antología hubo bastantes críticas que en mi siguieron su curso como el viento. Eran críticas con más necesidad de relieve histórico que de meritos. En esta nueva antología si entro en la arena. Una cuestión de código generacional me lleva a lanzarme. Sylvester, maneja obedeciendo todas las leyes de transito del correcto antólogo, descarta querer generar un canon literario para el NOA y dar solamente una visión personal de la realidad poética, pero tanto cuidado no le permite derrapar en el barranco común: la formalidad de una generación. Negándose y contradiciéndose en un mismo tiempo a querer dar una estructura lineal de cómo se debe generar una poesía y su mano creadora (el poeta) cae en banalidades hace rato salteadas (“No sé si es necesario o no, pero en mi generación había que saber escribir un soneto. Ahora nadie sabe hacer uno, aunque sea malo.”). Parece olvidar que la rigurosidad de la forma, su cuidado y exigencia hizo perder el contenido, y a toda una generación. La urgencia, que en esta época no es menor, hace prescindir de esa “carta de presentación” a un uso de versos más libres y en asociación con un lenguaje directo y coloquial, no por ello menos bello y sonoro, allanando el camino hacia su propia verdad. Estamos resueltos de que hay mucho de pose poética en el medio pero que también antes los hubo, de cuyos nombres hoy muchos señalan barrios, escuelas y calles. Que el trabajo es una regla para la producción literaria. Pero creer que por juventud se genera solo una poesía de aprendizaje, con todo lo despectivo que es nombrarla así; basta que aparezca un solo caso de un joven y una producción brillante para que toda esa teoría de juventud- madurez caiga por peso propio.
Creer que su trabajo deriva a un juego con la adivinanza y con la fe es hacer desconfiar de su oficio como antólogo. Trabajo que no dudo que lo haya realizado concienzudamente. Pero caemos en los mismos tópicos. Sylvester descree de los nuevos poetas o en todo caso espera una madurez por parte de estos. Si no cree el cura, menos los feligreses. En un ensayo suyo publicado en el número 16 de Hablar de poesía carga contra una creación histórica ficticia de una poesía nacional solamente tomando como referencia el centro del país, olvidando, ya sea por desconocimiento o pereza, las provincias. Su lucha por la reivindicación poética de una zona geográfica pierde fuerza y veracidad al, el mismo, ningunear la fuerza de renovación que siempre, quiera o no creerlo, viene en las nuevas generaciones.
Creo que su tanteo vestido de temor no viene a una preocupación por la materia poética pura, sino, como Kafka la describió con su pequeño Odradek: la idea de que lo sobrevivan le resulta dolorosa.
Este Domingo, María Fernanda Abad entrevistó a Santiago Sylvester, poeta devenido en salvador y curador de la poesía del noroeste. Siguiendo cursos previstos, la entrevista empieza con el anuncio (el burro por delante) de la presentación de su nuevo libro de poemas “El reloj biológico”, seguido del de una nueva antología de poesía del noroeste sub 40. No quiero entrar en animosidad con el poeta ya que es uno de los que admiro. Con una voz propia sentó una marca en mi forma de ver la vida en la ciudad (“Café Bretaña” es uno de esos libros de poesía que nunca voy a terminar de leer), pero sus intenciones como antólogo generan siempre gran controversia. Desde la primera antología hubo bastantes críticas que en mi siguieron su curso como el viento. Eran críticas con más necesidad de relieve histórico que de meritos. En esta nueva antología si entro en la arena. Una cuestión de código generacional me lleva a lanzarme. Sylvester, maneja obedeciendo todas las leyes de transito del correcto antólogo, descarta querer generar un canon literario para el NOA y dar solamente una visión personal de la realidad poética, pero tanto cuidado no le permite derrapar en el barranco común: la formalidad de una generación. Negándose y contradiciéndose en un mismo tiempo a querer dar una estructura lineal de cómo se debe generar una poesía y su mano creadora (el poeta) cae en banalidades hace rato salteadas (“No sé si es necesario o no, pero en mi generación había que saber escribir un soneto. Ahora nadie sabe hacer uno, aunque sea malo.”). Parece olvidar que la rigurosidad de la forma, su cuidado y exigencia hizo perder el contenido, y a toda una generación. La urgencia, que en esta época no es menor, hace prescindir de esa “carta de presentación” a un uso de versos más libres y en asociación con un lenguaje directo y coloquial, no por ello menos bello y sonoro, allanando el camino hacia su propia verdad. Estamos resueltos de que hay mucho de pose poética en el medio pero que también antes los hubo, de cuyos nombres hoy muchos señalan barrios, escuelas y calles. Que el trabajo es una regla para la producción literaria. Pero creer que por juventud se genera solo una poesía de aprendizaje, con todo lo despectivo que es nombrarla así; basta que aparezca un solo caso de un joven y una producción brillante para que toda esa teoría de juventud- madurez caiga por peso propio.
Creer que su trabajo deriva a un juego con la adivinanza y con la fe es hacer desconfiar de su oficio como antólogo. Trabajo que no dudo que lo haya realizado concienzudamente. Pero caemos en los mismos tópicos. Sylvester descree de los nuevos poetas o en todo caso espera una madurez por parte de estos. Si no cree el cura, menos los feligreses. En un ensayo suyo publicado en el número 16 de Hablar de poesía carga contra una creación histórica ficticia de una poesía nacional solamente tomando como referencia el centro del país, olvidando, ya sea por desconocimiento o pereza, las provincias. Su lucha por la reivindicación poética de una zona geográfica pierde fuerza y veracidad al, el mismo, ningunear la fuerza de renovación que siempre, quiera o no creerlo, viene en las nuevas generaciones.
Creo que su tanteo vestido de temor no viene a una preocupación por la materia poética pura, sino, como Kafka la describió con su pequeño Odradek: la idea de que lo sobrevivan le resulta dolorosa.
2 comentarios:
Mi querido químico:
Me parece que está bien tu planteo. De todas maneras hay ciertas cosas que me hacen ruido. La experiencia, tanto de vida como de escritura, da madurez. NO hay escritura sin experiencia y en ese sentido se necesita madurez, incluso para dejar de escribir.
Por otro lado, con respecto al gran tema de la forma y el contenido. No creo que la forma mate al contenido. Ese es también el arte poético. Las necesidades van variando y por qué no decirlo también va variando el lenguaje. El trabajo con el lenguaje es cada vez más mínimo: dijo lo que me parece, el cómo no importa. Es eso, son gustos estéticos. Yo creo en las dos opciones. En lo estético y en lo que digo. La forma acompaña al contendio,contenido que puede no ser pensamiento que puede ser sólo impresión, caos, imagen. De lo contrario empecemos todos a escribir prosa, y sobretodo ensayos. O rompemos todos los moldes y entonces no hay géneros y cada cual escribe como se le antoja o si hablamos de géneros, los modificamos pero no desconocemos su poder en la forma. Incluso en los poemas en prosa o con verso libre hay una clara intención de forma.
El gran error es pensar que el lenguaje produce pensamiento.
Santiago Sylvester es un buen poeta, pero lo malo es que se lo crea. O se crea mas de lo que es.
No es ni superior ni nada parecido, parece un viejo escritor que quiere defender su lugarcito y por eso tiene ese trato con los escritores jóvenes.
ademas, su forma de ver la literatura me desagrada, él es parte de la burguesia y la clase terrateniente que se adueño durante largos años de la literatura y del arte en Salta.
Mariano M.y Esquel
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