Alejandro Kozarts (*)
¿Hay una nueva narrativa salteña? Difícil saberlo. Hay, sí, muchos jóvenes escribiendo, la mayoría sin espacio para mostrar sus producciones. Ahora, si hay algo de nuevo o de salteño en esos escritos es algo que está aún por verse.
Hablemos del libro de cuentos “Doppelgänger”, de Cecilio Pastrani, que antes de llegar, la semana pasada, a la vidriera de una librería de calle Caseros, circuló en 2010 entre un pequeño grupo de amigos del autor. Sobre Pastrani hace falta saber algunas cosas: estudió Letras en la UNSa., no soportó la carrera y, cual detective salvaje, se fue a probar suerte a España. Desde entonces anda dando vueltas por alguna parte de Europa. Estos datos biográficos se perciben en su prosa, tan deudora de las lecturas (Bolaño, Cortázar, acaso Raymond Carver), como del castellano que escucha a diario: los narradores de Pastrani no tienen esa vocecita de color local provinciano –que dicho sea de paso en Salta sólo le sale bien a Carlos Hugo Aparicio-, sino que hablan como en España: “Fue duro, mas en ningún momento sucumbí a la tentación…”; o “voy a por ella” o “Nunca vi nadie que blufeara como él lo hacía.” Alguien podría señalar, de igual manera, la cantidad de palabras y frases del inglés que irrumpen en la prosa y ni hablar de los títulos en alemán.
No estoy diciendo que esto sea un defecto o una virtud: digo que es raro (aunque para mí lo raro suele ser bueno), en todo caso es un síntoma, que da cuenta de una fuerte necesidad, en el autor, de cortar sus raíces, de distanciarse de la provincia en la que vivió hasta los 20 años, más allá de algunos elementos decorativos de esa salteñidad (como el mate). El título del libro, en este sentido, ya nos brinda algunas pistas de esta sensación, porque “Doppelgänger” significa en alemán “doble fantasmagórico”, habla del doble de una persona, generalmente malvado.
Hay varios cuentos de este libro que valen la pena de ser leídos; pero hay uno especial, titulado “alptraum”, que es imperdible: si bien la trama puede remitir a Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut), de Stanley Kubrick, el clima es totalmente davidlyncheano (no por nada “alptraum” significa “pesadilla” en alemán) y el narrador sumerge al lector en ese mundo totalmente carente de sentido y profuso en humor. Sinteticemos la trama: un hombre empieza a contar que cierta noche terminó en una exclusiva fiesta swinger, que en la habitación de ese hotel todo estaba a oscuras, que de todos modos el personaje podía ver que todos tenían máscaras, menos él y que había en el centro de la habitación un círculo de luz. “Ni siquiera tenía pareja, aunque sentada a mi lado había una mujer gorda y negra (aunque no sé si era negra o sólo la veía negra por la oscuridad reinante) que parecía excitada, que respiraba ruidosamente y se movía al compás de alguna música que solo ella podría oír, un ritmo lento y espeluznante que se me ocurría era una bossa nova sideral o, aún más lejana, una bossa nova plutónica”, dice el narrador. El cuento es delirante y tiene un “cameo” especial para los lectores de narrativa norteamericana.
Al finalizar el libro uno puede llegar a pensar que el término “doppelgänger” no alcanza a contener a todas esas voces narrativas, tan disímiles entre sí, que trasuntan el libro; que no hay un gemelo malvado de Cecilio Pastrani, sino varios Cecilios Pastranis ( eso sí, todos malvados.)
Quizá este libro sintetiza la preocupación de algunos jóvenes escritores salteños: la necesidad de suprimir el pasado, no tanto para decir “la literatura empieza con nosotros” y reconstruir ignorando las ruinas; sino porque los que escriben están escindidos de manera espacial y temporal con la provincia: no hay nada en ese pasado, no hay nada en esta Salta a lo que se sienten unidos. Y esto no sólo le pasa a Pastrani, que está en Europa, sino a muchos salteños que nunca pudieron dejar este valle.
¿Hay una nueva narrativa salteña? Difícil saberlo. Hay, sí, muchos jóvenes escribiendo, la mayoría sin espacio para mostrar sus producciones. Ahora, si hay algo de nuevo o de salteño en esos escritos es algo que está aún por verse.
Hablemos del libro de cuentos “Doppelgänger”, de Cecilio Pastrani, que antes de llegar, la semana pasada, a la vidriera de una librería de calle Caseros, circuló en 2010 entre un pequeño grupo de amigos del autor. Sobre Pastrani hace falta saber algunas cosas: estudió Letras en la UNSa., no soportó la carrera y, cual detective salvaje, se fue a probar suerte a España. Desde entonces anda dando vueltas por alguna parte de Europa. Estos datos biográficos se perciben en su prosa, tan deudora de las lecturas (Bolaño, Cortázar, acaso Raymond Carver), como del castellano que escucha a diario: los narradores de Pastrani no tienen esa vocecita de color local provinciano –que dicho sea de paso en Salta sólo le sale bien a Carlos Hugo Aparicio-, sino que hablan como en España: “Fue duro, mas en ningún momento sucumbí a la tentación…”; o “voy a por ella” o “Nunca vi nadie que blufeara como él lo hacía.” Alguien podría señalar, de igual manera, la cantidad de palabras y frases del inglés que irrumpen en la prosa y ni hablar de los títulos en alemán.
No estoy diciendo que esto sea un defecto o una virtud: digo que es raro (aunque para mí lo raro suele ser bueno), en todo caso es un síntoma, que da cuenta de una fuerte necesidad, en el autor, de cortar sus raíces, de distanciarse de la provincia en la que vivió hasta los 20 años, más allá de algunos elementos decorativos de esa salteñidad (como el mate). El título del libro, en este sentido, ya nos brinda algunas pistas de esta sensación, porque “Doppelgänger” significa en alemán “doble fantasmagórico”, habla del doble de una persona, generalmente malvado.
Hay varios cuentos de este libro que valen la pena de ser leídos; pero hay uno especial, titulado “alptraum”, que es imperdible: si bien la trama puede remitir a Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut), de Stanley Kubrick, el clima es totalmente davidlyncheano (no por nada “alptraum” significa “pesadilla” en alemán) y el narrador sumerge al lector en ese mundo totalmente carente de sentido y profuso en humor. Sinteticemos la trama: un hombre empieza a contar que cierta noche terminó en una exclusiva fiesta swinger, que en la habitación de ese hotel todo estaba a oscuras, que de todos modos el personaje podía ver que todos tenían máscaras, menos él y que había en el centro de la habitación un círculo de luz. “Ni siquiera tenía pareja, aunque sentada a mi lado había una mujer gorda y negra (aunque no sé si era negra o sólo la veía negra por la oscuridad reinante) que parecía excitada, que respiraba ruidosamente y se movía al compás de alguna música que solo ella podría oír, un ritmo lento y espeluznante que se me ocurría era una bossa nova sideral o, aún más lejana, una bossa nova plutónica”, dice el narrador. El cuento es delirante y tiene un “cameo” especial para los lectores de narrativa norteamericana.
Al finalizar el libro uno puede llegar a pensar que el término “doppelgänger” no alcanza a contener a todas esas voces narrativas, tan disímiles entre sí, que trasuntan el libro; que no hay un gemelo malvado de Cecilio Pastrani, sino varios Cecilios Pastranis ( eso sí, todos malvados.)
Quizá este libro sintetiza la preocupación de algunos jóvenes escritores salteños: la necesidad de suprimir el pasado, no tanto para decir “la literatura empieza con nosotros” y reconstruir ignorando las ruinas; sino porque los que escriben están escindidos de manera espacial y temporal con la provincia: no hay nada en ese pasado, no hay nada en esta Salta a lo que se sienten unidos. Y esto no sólo le pasa a Pastrani, que está en Europa, sino a muchos salteños que nunca pudieron dejar este valle.
(*) Publicado por El Intransigente, viernes 6 de Enero de 2012
2 comentarios:
una pequeña duda...este articulo fue publicado el 6 de enero de 2010, 2011 o 2012?
Ja. De 2012. El número de El Intransigente aún está en la calle. La nota, por fuera del suplemento cultural.
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