Alejandro Kozarts (*)
Supongo que todo escritor es, en el fondo, un fetichista de las palabras. Las letras se juntan, las palabras se arman y se desarman, como un juego, mucho más importante en sí, que la historia para la que son utilizadas. Las palabras como un fin y no como un medio. Esto se percibe, de a momentos, en el autor que trataremos de analizar en esta reseña: Alejandro Dallacaminá. Algunos datos contextuales: nacido en Orán, el 19 de febrero de 1983, es el autor del libro “Yoes y mentiras”, que ganó el concurso provincial de cuento en 2004. Además publica relatos, con cierta asiduidad, en su blog (manchasdeltigre.blogspot.com), aunque por una cuestión de espacio en esta reseña sólo se comentará el libro.
El título obedece al desdoblamiento del narrador o por lo menos a la convivencia de más de una personalidad: hay más de un “yo”. El mismo autor en el prólogo del libro, titulado “A ambos lados de Dios”, habla así de esa situación esquizofrénica: “Sería arrogante justificar cada coma donde está, cada punto que ocupa un lugar. Porque en cada relato que he pensado sanamente para este libro, se ha colado de manera totalmente involuntaria mi enfermo inconsciente, mi atolondrado espíritu que quería poner él también su nombre en la carátula… las locuras morbosas, los excesos evidentes, las palabras sin sentido, no las he elegido yo… No voy a afirmar la veracidad de mis palabras ni la falsedad de mis mentiras”. Sí, alguien habrá notado ya el fantasma de Borges sobrevolando esta declaración, y su influencia también se percibe en otros aspectos del libro: el regodeo en su prosa, la ironía fina, algunas formas en que enumera (Ej.: Él luchó en la guerra santa, se casó con una geisha llamada Yeromé, estuvo preso por una estafa que no cometió, sembró algunas flores en el fondo del mar. Ella se casó con un negro marroquí, anheló la paz mundial, sus tres hijos son Melchor, Gaspar y Baltasar, juntó flores del fondo del mar”.); aunque Dallacaminá está, afortunadamente, lejos de ser un escritor borgeano.
No hay ninguna pretensión de realismo. Y con esta afirmación no me refiero a la elección temática (porque de última se podría separar el corpus entre cuentos realistas y fantásticos); sino al hecho de que el lector no puede sumergirse totalmente en una historia porque siempre hay huellas visibles de que se está contando una historia. Por ejemplo, en “Hombre bueno”, Dallacaminá cuanta la historia de un hombre que es demasiado bueno (ésa es su virtud, su defecto y su destino...”, dice el narrador) y este personaje se enfrenta a la situación de tener que hacer cola en un cajero y, va cediendo su lugar a los que llegan, de manera que el tiempo pasa, años a decir verdad, y el hombre sigue sin poder entrar a sacar plata. En un momento, la voz del narrador irrumpe: “Todo muy emotivo pero…, ¿cómo termina esta historia? Hay dos posibilidades posibles…”
Este fragmento es una muestra, asimismo, de otra vertiente lúdica dentro de la obra dallacaminiana: el relato-performance; el escrito que obliga al lector a sumergirse en el libro y participar de manera activa en esos juegos. Un ejemplo: el texto “Para escribir una historia” está en segunda persona, son instrucciones para los aspirantes a escribidores sobre cómo lidiar con sus personajes: “…sígalo de cerca, siempre de cerca. Si se duerme, despiértelo; si se ríe, cállelo; si se baña, córtele el agua…”. La idea del libro como performance está, también, en la contratapa del libro y en la nota final de la página 91; allí el lector se topa con esto: “Al leer el libro por segunda vez, y sólo por segunda vez, aparecerá entre las páginas cuarenta y cuarenta y uno un texto desconocido que no me pertenece. El texto se encontrará en un único ejemplar de esta edición cuando el lector lea por segunda vez el libro. Y después, aparecerá para siempre…”.
El humor y la total falta de solemnidad, son algunas de las grandes virtudes de este libro.
(*) Publicado por El Intransigente, el viernes 27 de Enero de 2012
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