Por María del Milagro Carón (*)
Empezar a hablar
Para
poder decir algo hay que ser extremo. Por supuesto que el extremo nunca es tal
y de lo que se trata es de una exageración discursiva, aunque del todo
necesaria, por lo menos para mí, al intentar decir algo en esta ocasión y quizá
también, en las pasadas y futuras.
Permanecer
en el extremo sería hablar o callar. Hay veces en que uno decide callar y otras
en las que directamente no puede hacer otra cosa, pero ¿calla verdaderamente?
Nadie puede callar; es como la imposibilidad de nombrar como la imposibilidad
de nombrar la muerte. En todo caso, algunos hablan más que otros y tiene más
“auditorios” también.
Hablar
es más difícil que pensar. En el mejor de los casos, están en igualdad de
condiciones respecto a su complejidad. Haciendo caso omiso al eterno y rico
debate filosófico sobre lenguaje y pensamiento, y puesto que escribo desde el
extremo, por lo que me permito decir cosas que van mucho más allá de lo
comprobable y de lo verdadero, diré que hablar es más difícil que pensar. En el
pensamiento, no tengo que justificar nada de lo que pienso. No sé bien qué y cómo, pero sé que lo hago,
aunque esto vaya en detrimento de lo se entiende generalmente con esta acción.
Al hablar, sin embargo, eso que pensé se convierte en otra cosa, se convierte
en lenguaje y, ¿qué es el lenguaje? No es tampoco algo que uno pueda
simplemente hilvanar. No obstante, hay toda una historia de aprendizaje que nos
hizo pensar que lo hacíamos. Entonces, parece más fácil hablar que pensar, pero
esto no es del todo cierto.
Este
texto tratará sobre ese decir que resulta más difícil que el pensar y cómo
decirlo. Surge a partir de una reflexión
sobre la práctica crítica en el arte en Salta.
Reflexión que no es, en este caso particular que nos convoca, ella misma
una crítica. Porque si así fuera no podría decir lo que ahora diré, o el texto
se convertiría en una gran contradicción. De la que, por otra parte, no creo
poder salvarme enteramente.
No
será una reflexión ni demasiada extensa ni demasiada rigurosa. Se parecerá más
a una hipótesis de charla entre amigos que a una “verdadera” exposición
académica de la cuestión. Se basará más en una intuición que en datos reales,
que aunque sí los hay no serán
comprobados del todo aquí, aunque intuyo que se reconocerán los problemas
planteados. Todo esto se hará evidente en el
texto por lo que me detengo ahora con
las excusas.
Este
texto es una visión personal sobre la critica que no busca tener más relevancia
que la de poder decirla, en un intento demasiado brusco y solitario pero que no
encuentra otra forma para enunciarse.
La crítica y la teoría.
En
todo pensamiento subyace una teoría. Esa afirmación, pertenece ya a arquitecturas teóricas. Si digo, lo
contrario, que, por ejemplo, hay pensamientos que no constituyen una formación
discursiva existente, también hay ahí, paradójicamente, una teoría que puedo no
conocer del todo o en absoluto, pero que está y es parte de ese mundo
discursivo al que inmediatamente pertenezco por dicha afirmación. Esto sucede
así hasta con el ejemplo más nimio de la vida cotidiana, donde podemos
comprobar que cuando hablamos estamos determinados por teorías que nos han
conformado.
También
en todo texto crítico existen una o varias teorías. Sin embargo, el problema
que intento plantear aquí es que, muchas veces, dichos textos hacen demasiado
hincapié en explicarlas, en buscar esa coherencia teórica que exigen los
espacios académicos, donde la interpretación debe estar avalada por la teoría,
con argumentos y contraargumentos, hipótesis, ejemplos, etc. Esto, de cierta
manera, termina apagando los textos y
dejándolos con todo por decir o diciendo muy poco. Sin mencionar el hecho de
que el uso de estructuras y términos provenientes de teorías ya reconocidas por
el campo los mantiene alejados de los espacios que no son académicos y de
cierta forma se encuentran diciendo un poco lo mismo.
Por otra parte, existen categorías teóricas
que son muy operativas para pensar los textos, pero su operatividad se vuelve
casi la razón de ser de las “lecturas”.
Todo el texto se organiza a partir de la categoría y pareciera que la
“lectura” se reduce a la categoría trabajada.
En
la universidad nos enseñan a escribir textos críticos, avalados por teorías y
nombres. También nos enseñan a exponer ejemplos, argumentos y contrargumentos.
Esto no está mal. Es necesario en aquella instancia de aprendizaje. El error
está, creo yo, en quedarse en esos formatos tan rígidos que sirvieron para
poder empezar a escribir con cierta confianza y no soltarlos para despegar una
voz más propia, con un estilo más propio. Se
hace necesario aquí aclarar que lo propio o la propiedad no existen
verdaderamente, sino de lo que se trata es abrir el juego a la posibilidad de decir con otros, claro, pero
sabiendo que soy yo la que prueba hacerlo.
El error está en pensar que la crítica no puede funcionar sin esos
formatos, que no se puede decir en ciertos ámbitos sin entrar en los juegos
discursivos que estos imponen.
Entonces,
todo lo que decimos tiene que estar avalado por un nombre propio. Pero no puede
ser cualquiera, sino uno reconocido académicamente. El nombre o la cita de
autoridad nos mantiene a resguardo.
Es
esta la razón por la cual este texto no está construido a partir de nombres propios
que lo respalden; estoy sola para decir esto que digo, y la idea es hacerme
cargo. Esto no quiere decir que otros no hayan dicho algo parecido a lo que
expreso aquí, o que no haya leído a nadie para desarrollar esta idea. Sino que
lo que intento es que sea lo más particular posible, y sentir en mi el peso de
decirlo sola, aunque sé que esto no ocurre del todo así. Este texto es el
primer ejercicio hacia la responsabilidad de mi voz.
No
se trata de no leer más o de no citar una bibliografía. Yo me he formado
también a partir de que alguien me ha donado al final de un libro una cantidad
de autores que he ido a consultar gustosa. Se trata de que esa bibliografía no
se apodere de la palabra de uno, aunque de cierta manera lo haga, que se busque
escapar de los avales académicos, que por otra parte, son puras estrategias
discursivas. La propuesta aquí planteada no es
que se pueda leer en los textos algo original ni novedoso, porque eso no
existe, sino una voz, una voz extraña, seguramente tímida, que funcione cada
vez como algo por conocer y no el ejercicio repetido de la elaboración de un
texto cuyas partes ya todos conocemos. Otra voz que pueda decir algo o nada
pero que sea otra, que llame hacia otra, incluso, para sí misma.
Todo
esto que digo termina siendo una obviedad, pero una obviedad que, según mi
punto de vista necesita ser planteada. Entonces, este texto termina siendo una
especie de manifiesto caótico y esquizofrénico de lo que pienso que debe ser el
ejercicio crítico.
La crítica y las dicotomías
Podemos
rastrear en la historia del conocimiento una infinita cantidad de dicotomías.
En verdad, pareciera que pensamos a partir de pares dicotómicos. Pero también
aquí hay cierta reducción del pensamiento, sobre todo en el pensamiento
occidental.
En
la crítica literaria, en particular, hay numerosas dicotomías, algunas muy
frecuentes de las cuales quiero hablar
en esta oportunidad. Se tratan de las dicotomías hegemónico /marginal, institucional / alternativo, generaciones del ’60
/ “poesía nueva de salta". En el caso particular de las letras se da
una que es quizá la más fuerte de todas generación
del 60 / y “nueva poesía salteña, relacionada, a su vez, con todas las anteriores.
Pasa,
en este caso, lo mismo que exponía en el apartado anterior entre crítica y teoría. Las lecturas, a veces, surgen a partir de las dicotomías y no logran decir nada más
allá de la oposición inicial. Contraste, que por otro lado, en algunos casos ya
no existe. Por ejemplo entre rural
/urbano. Ocurre un fenómeno curioso en la práctica crítica sobre lo que es
urbano. Hay una especie de desciframiento crítico de la urbanidad cuando todo
se ha vuelto de por sí urbano. Entonces,
en la crítica, empieza a trazarse una
especie de mapa reconociendo lugares, zonas, personajes y se describe a Salta,
que termina siendo también ella un concepto más, con su consecuente análisis semántico
prototípico: centro-periferia,
pobres-ricos, norte-sur, etc. La crítica convierte al escritor en una
especie de asistente social que da su informe sobre la situación actual. El
fenómeno es interesante. Muchos escritores quieren que esto suceda
verdaderamente así, es decir que se hablen de estos problemas. Los escritores
en ocasiones son los protagonistas de
esas historias y muestran entonces que ellos tienen voz para narrarlas.
Nada
de eso está mal. Sin embargo, lo que intento proponer, o proponerme, es que la crítica no se quede en ese trabajo
sociológico, que descubra allí algo más, la cosa literaria con la idea de
discutir lo que ella pueda significar, incluso cuando esto sea permanecer en lo
imposible. Ir más allá, una crítica que no haga de la obra un informe
sociológico, que no sea una crónica periodística sacada de un canal de
televisión amarillista.
En
relación a la dicotomía hegemonía
/marginal pasa lo mismo Se comienza trazando la dicotomía. Por ejemplo,
este texto es marginal y se explica su marginalidad, a partir del uso del
lenguaje, del reconocimiento geográfico, de la caracterización de los
personajes o el yo poético. Toda una argumentación para afirmar la
marginalidad. También sucede que a
partir de lo marginal todo es aceptable y aceptado. La marginalidad funciona a
veces como un escudo, donde no entra la crítica, donde todo funciona por el
sólo hecho de ser marginal.
Finalmente,
la dicotomía institucional /alternativo.
Quizá esta dicotomía pertenece no tanto a la crítica como ejercicio de
escritura sino a la gestión de la cual la critica también deberá hacerse cargo.
La gran mayoría de las veces se critican los espacios institucionales y se
autodenominan alternativos los gestores. Sin embargo, muchas de las cosas
autogestionadas terminan en los espacios institucionalizados llevándose todo el
rédito del trabajo aquellos espacios que a veces ni siquiera entienden qué es
lo que sucede. Esto puede ser una estrategia pero debe estar bien planteada,
con cierta coherencia conceptual e ideológica en relación al espacio que se
ocupa. No puede plantearse por el sólo hecho de que el lugar está disponible y
accedieron a dárselo.
En
relación también a esta dicotomía funciona la crítica. Hay crítica
institucionaliza, que me atrevo a decir no es ni siquiera la académica sino
algún antologista reconocido en las grandes editoriales y lugares legitimadores
y por otra parte, empiezan a aparecer movimientos críticos en Salta. Entre
otros puedo nombrar A.C.A.S. (Asociación de críticos de arte de Salta), Otros
territorios, alguna revista independiente con alguna reseña aislada. Sin
embargo, el terreno es del todo virgen y hay que empezar a ocuparlo.
La crítica y la obra
Todo lo dicho hasta ahora es extremo
y, en ese sentido, injustificado o injusto. Pero este texto intenta enunciarse
en el tono de polémica en el que se expresa. Cuando la crítica habla de textos,
a los que denomina marginales, existe ahí una paradoja, que deja de ser tal,
cuando se considera que quizá también la práctica crítica sea un fenómeno
marginal.
No hay crítica sin obras y no hay
obras sin cierta práctica crítica. Incluso de aquel espectador o lector
silencioso que la vuelve presente. La propuesta es entonces empezar a acompañar
las obras desde otro lugar, que no signifique siempre el de las dicotomías que
las reducen o anquilosan y empezar a buscar un registro y un estilo que logre
salirse de espacios de complacencia y prestigio.
No
voy a negar que escribir este texto fue difícil. Todavía no sé cuáles serán sus
consecuencias. Pero así como las obras han comenzado a crear espacios y nuevos
horizontes, la crítica debe hacerse cargo de esos nuevos rumbos. Buscar otros
espacios de discusión que no sean sólo estos de la academia.
Quizá
la contradicción, de la que hablaba en un principio, es estar hablando justamente aquí, pero
también esto quiere ser un gesto. Esto funciona sólo como una invitación a
empezar a debatir y dejar de decir todos lo mismo. Porque nada puede ser lo
mismo cuando las obras ya están diciendo algo distinto.
Las
obras no sólo son fuerzas que luchan contra el poder, lo institucional o lo
hegemónico, van mucho más allá y eso es también lo que hay que descubrir. No se
trata de dejar de lado todos esos
factores, pero considero que esto debe ser más parte de la gestión de artistas
y críticos que de una lectura de las obras.
Los
artista ya han desafiado los espacios y los registros, ahora desafían a la
crítica a acompañarlos. Esa es la tarea y hacia allí ha querido empezar a ir
ese texto con las contradicciones y los miedos que este desafío propone.
(*) Ponencia leída en el último Simposio de literatura del NOA.
3 comentarios:
¿Por este texto se calienta Díaz Pas? no entiendo por qué, si prácticametne no dice nada relevante. bla bla bla, crítica, bla bla bla, yo, bla bla bla.
es mas fácil ser un pato
nuevamentemasdelomismo.blogspot.com
me parece que esta muy bueno eso que proponés. pero la gente entrevera todo,y no diferencia esos nuevos talentos, lo ultimo que sé por ejemplo y que me llega es que en salta gutierrez, ahuerma y slosky se tiran de los pelos para ver de què manera hacen aparecer su pobres cuerpos en escrituras que se agarran del cuerpo del muerto vera. lo que vos decís tienen que ver con esa otra literatura que por fuerza de perseverancia esta saliendo a decirse, me gustaría leer de eso, vi algunas publicaciones callejeras, nada más, eran un tanto exageradas, pero lo hipérbole es el lenguaje de la necesidad del hablar cuando no te dejan. me gustó mucho como escribiste ese estudio. suerte manuel. juanita viale
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