jueves, 19 de abril de 2012

EL PAISAJE Y EL TERRITORIO (NEGRA, TURBIA, ENVOLVENTE: ATMÓSFERA NARRATIVA SALTEÑA ACTUAL)






Por Juan Pas





“- Según usted, ¿por qué surge el conflicto en los suburbios?
- Porque no son un paisaje.”
Paul Virilio, El Cibermundo,la política de lo peor




1. LA ZONA. “Cuarto oscuro, Apaga la luz”, organizado por Fer Lunática y Andre Sbaraglia tuvo lugar en el Centro cultural Aristene Papi el sábado 14 de abril de 2012 a las 20 horas, es decir antes de que abrieran los bares y las peñas folclóricas de la zona de la Balcarce, y reunió en una hora de lectura las voces de representativos jóvenes narradores salteños.

2. EL CLIMA. Llegué. La gente esperaba afuera. Las puertas estaban cerradas. Adentro se oían ruidos, gritos, muebles en movimiento. Debíamos esperar. Demoraron. Algunos conversaban, otros fumaban, otros miraban sin animarse a pedir una seca, otros ya habían fumado y sonreían, otros únicamente fumaban tabaco, otros nunca habían fumado, otros fumarían si les ofrecieran pero no le agarrarían el hábito, otros ni siquiera pensaban que fumar fuera una posibilidad. En fin, la complejidad es tal que resulta imposible separar a las personas entre fumadores y no fumadores. Eso sí, muchos eran ex o actuales estudiantes de letras de la universidad nacional. También había quienes iban a buscar cervezas, otros a buscar un baño porque el centro cultural no cuenta con uno: la vía, un bar vacío, iluminado y sucio, todavía sin maquillaje, las sillas sobre las mesas, un montoncito de mugre cerca de la pala, junto a una escoba estacionada y una mujer que dice ‘es por ahí’. Parecía que iba a llover, era la frase que daba con los ánimos por el suelo. Aunque lloviera, mejor no hablar de ciertos temas. Por fin ingresamos. Había un sendero de velas encendidas que dirigían nuestros pasos en dirección a un túnel hecho con una tela negra. Pasamos por debajo. Recibimos la bienvenida de las anfitrionas. Nos transportamos a la oscuridad. Los espectadores comenzaron a ocupar su espacio en el piso, no había sillas, o las que había no tenían mucho sentido usarlas: el espacio lo hacen los deseos, el deseo de sentirse cómodo. En definitiva, podías elegir qué espectador ser: algunos decidieron recostarse, la mayoría se sentaron, orientados en diferentes direcciones, los menos permanecían de pie, apoyados contra las paredes o en las pocas sillas. De vez en cuando unas linternas diminutas daban luz, luego desaparecían, igual que en el teatro Provincial, aunque en este caso obedecía a la necesidad de crear una atmósfera y no era el recurso para buscar asientos . Alejandro Luna presentó sin muchos rodeos a los narradores y comenzó la lectura.

3. LA OSCURIDAD. Un grupo de actores (o de personas que cumplían ese rol) dio inicio a una sesión de teatro leído. Con la ayuda de las pequeñas linternas iban desarrollando un guión pensado para enmarcar los textos que cada autor iba a leer. A cada turno le correspondía un linternazo, luego la luz se extinguía. El guión ficcionalizaba un encuentro de lectores reunidos para comentar y compartir sus impresiones acerca de los cuentos. Algunos eran anodinos pero cómicos, como uno que dice “No se la pudo coger a la Ceci el boludo este”, respecto del cuento de Rodrigo España; otros, como el del cierre, producía estremecimiento: “¿Estamos existiendo ahora?”, pregunta uno de los actores en el clímax final, “Creo que sí, apagá la luz”, es la respuesta que obtiene. Cada vez que un autor iba a leer, todas las linternas dejaban de funcionar, menos, claro, la del lector, quien la mayoría de las veces estaba apostado en un sitio diferente de la sala al que ocupaba el grupo de actores. Luego supe que esto estaba previsto por el guión. A veces el ruido del tren de carga, que jamás terminaba de agarrar viaje, entorpecía la escucha o, desde otro punto de vista, obligaba a reforzar la atención en los oyentes. Un micrófono hubiera resuelto el problema, salvo que ya no hubiesen sido las emanaciones de los cuerpos lo que recibiríamos sino la mediación impuesta por la tecnología. La linterna ya era suficiente prótesis.

4. LA REVUELTA DE LOS ALDEANOS. Leyeron Rodrigo España, Alejandro Luna, Fer Lunática, María de los Ángeles Rojas y Daniel Medina. Cada uno aportaba una cuota de dramatismo al evento. Una voz, de pronto, se apropiaba de la escena negra, fluía como una serpiente que circulaba, envolvía, envenenaba, convocaba ciertos rituales en donde el cuerpo presente del narrador comparte el calor del cuerpo deseante del oyente: en la ausencia de luz construían una comunidad pasajera, cuyo estatuto era el secreto, su posesión, su distribución. Cada uno pasaba las hojas de su cuento como si fuera un buzo explorando el fondo marino, apenas ayudado por una linterna del tamaño de un dedo. Sumergido, sí, pero recubierto por una burbuja ciega que lo aproximaba a los demás, que aproximaba a los demás a una respiración común, a veces opresiva en la que muchas cosas que se contaban eran, como dice Salas de uno de sus personajes, raras, feas y sucias como ninguna.

5. LA VELOCIDAD DEL SONIDO. La primera envolvente: la tela negra por la que ingresamos. La oscuridad, la sala sin iluminación, apenas un sendero de ocho velas cuya luz moría a los pocos pasos. La oscuridad, los ojos cerrados, los oídos al descubierto, el impacto de la voz, la voz hecha un evento táctil, fluido, que se incorpora al organismo que lo recibe: tirado, la cabeza contra la pared, una viscosidad continua que va del ambiente al interior del cráneo, se cuela por la boca, la nariz, los oídos, se trastorna en aplausos, risas, sofocación, interjecciones, movimientos de cabeza que nadie ve. La oscuridad es la materia con la cual está hecha la piel, es decir el deseo, marca uno de los frentes del conocimiento: la atmósfera intencionalmente busca desvirtuar la visión y reconducir las sensaciones en dirección al oído, pero un oído que se comporta como si lo estuvieran tocando con la lengua. Especie de combate contra la velocidad de la luz propia de nuestra época, los artífices de esta lectura proveyeron a sus oyentes de las condiciones necesarias para recibir y demorarse en aquellas palabras. Las distracciones concurren pero no alcanzan a interceptar las voces que planean sobre humillaciones sexuales, fracasos amorosos, experiencias atroces y violentas que hablan de una ciudad mediana que podemos identificar con Salta, Tarija, Jujuy o Arequipa, hoy, es decir ciudades grandes pero no Grandes ciudades. Estas voces disuelven la calma aldeana al impugnar la prevalencia del paisaje (la relación estética que sujeta al individuo a un lugar) por sobre el territorio (la relación política que un individuo establece con los demás para producir un espacio social). No es un dato menor, no fuimos a un salón iluminado a presenciar rostros y poses, acudimos a participar de un turbio territorio que algunos empezaron a llamar nueva narrativa salteña (de todas maneras habría que buscarle otro nombre), en fin, una zona por venir plagada de cuerpos cuyo trance no necesita de la visibilidad, por el contrario elude esa ficción creada por el ojo, una ficción propia de nuestro tiempo y elaborada con el propósito de anular la existencia de lo invisible, y en cambio compromete e involucra (¿recupera?) los sentidos (olvidados) que nos dan existencia. La experiencia de habitar una ciudad mediana permite a los narradores desplegar en sus textos personajes cuyas vivencias colaboran en la producción de un espacio vivible: no solo están, generan estrategias de supervivencia que legitiman una “localidad” notoriamente anti arcaizante y describen trayectos y pasajes por zonas intencionalmente excluidas de los circuitos turísticos y las políticas sociales (como en el caso del periodista remisero que le enseña a un corresponsal del Página lo que es Salta en la actualidad y lo lleva a comprar merca al Bajo del cuento de Medina); de búsquedas de espacios de comunión e intercambios secretos con los otros, espacios donde lo social se nos representa como la superación del miedo a la proximidad y al contacto propias del discurso católico- oligárquico salteño (como sucede en los casos de Salas y Rojas); también hay una exploración de las subjetividades atravesadas por la incertidumbre, sujetos que no pueden hacer otra cosa que esperar a que suceda el mundo que jamás sucede y que en esta postergación hallan el sentido de su fracaso para vincularse con los otros (la imagen del fracaso amoroso y sexual en España y Luna explicita de alguna manera la soledad de los cuerpos urbanos que vagan en busca de aquellas zonas en donde no llega el poder – el río sin agua a la hora de la tarde fumando marihuana en España- , o bien el aplastamiento de toda posibilidad de emancipación – el heladero que vive con sus padres y miente acerca de sus perspectivas de futuro para evitar el ridículo en Luna). De todas maneras, una lectura atenta de estos cuentos nos daría quizá otros resultados, lo que aquí me interesa señalar es que el paisaje ha dejado de tener una presencia decisiva en el imaginario de estos narradores, con lo cual la contemplación deja paso al acontecimiento. El territorio es el ámbito donde el acontecimiento puede ser formulado en los términos de una narración, pero ¿cuál es el territorio?, ¿dónde queda? : queda aquí, en el cuerpo. El Tata Sarapura bajó del cerro y ahora vende ajos y mentisán en la vereda del Mercado San Miguel. La metáfora del cuarto oscuro no solo remite a la escritura como exploración íntima del lenguaje, además genera una política de la escritura: adentro y afuera pierden consistencia, lo importante es el desplazamiento por los lugares inestables de la ciudad, de alguna manera todos estamos adentro. Recuerdo a este respecto el discurso inaugural de la Expo libros Salta 2011 en el MAC cuando Mariano Ovejero, antes de asumir como Secretario de Cultura y Turismo, dijo, refiriéndose a la muestra de libros que YA ERA llevaba a cabo en la vereda del museo, que “los que están afuera, lo están porque quieren”. En realidad todos estamos adentro de la vida social, no porque participemos o no, sino en calidad de ciudadanos con pleno derecho a producir, hacer circular y consumir bienes culturales. Al mismo tiempo, las legitimidades proliferan: largos serían los tiempos si hubiera que esperar la autorización de un centro de autoridad. Por el contrario, los proyectos de auto gestión son los que emprenden las acciones más progresistas en la ciudad, los que movilizan más sentidos en relación a las prácticas artísticas, de manera tal que no hay un solo discurso sino que esas prácticas, por ejemplo escribir, exigen participar en la disputa por los sentidos. Con este panorama, una vez más el discurso político oficial (tanto el del Estado como el de los medios de comunicación hegemónicos) queda fuera de juego, su visión de la realidad es eso, una visión, el espectro de un cuerpo sin oídos. Términos como raíz, paisaje, tradición viva, folclore, no hacen más que encubrir la regresión social de los sujetos más vulnerables, pues son construidos, deliberadamente, para neutralizar prácticas ancestrales que sí tienen un sentido de resistencia: si se puede vender, entonces ya no es peligroso. Pero los pies andan, no dejan de andar y andar provoca encuentros: los cuentos de estos jóvenes narradores confrontan sin medias tintas aquél imaginario estático y las actividades que llevan a cabo, como Cuarto oscuro, como Belgrano 1517, proponen nuevos paradigmas para los usos, ocupaciones y propiedad de los espacios urbanos.



6. OÍDOS. El día de la presentación de estos narradores no era posible ver sus caras, no era necesario. Escribir no significa que te vean hacerlo. No son flashes fotográficos lo que debe buscar alguien, cualquiera, en la escritura, es un error pretender notoriedad a partir de la literatura así como lo es asumir que un escritor es el dueño de aquello que dice, como si tuviera algo que decir, como si nadie más que él, precisamente él, tuviera por destino decirlo, como si no existiera el lenguaje hasta su llegada al mundo, como si el mundo tuviera necesidad de sus palabras, como si sus palabras no fueran justamente aquellas que le han sido entregadas por su comunidad. Un escritor debe actuar de tal forma que termine por ser oído, por convertirse en oído, por oírse respirar mientras despliega su voz, debe aprender a descubrir en la proximidad de los demás la presencia de los otros, su necesaria compañía, y debe darse cuenta de que su voz, su pequeña voz, no es más que un evento, una forma secreta de coparticipar en la pasión por los sentidos que nos involucran como sociedad en el seno de una igualdad envolvente: la oscuridad, esa piel comunitaria en donde todos somos negros, o irse.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado, la bilocación es una virtud que poseyeron algunos santos. Yo, mera mortal, me encontraba trabajando a esa hora. No sé quién tuvo la generosidad de leer mi cuento tan "oligarca" (de lo que deduzco que jamás de los jamases le ha respirado a usted cerca un verdadero oligarca).

Anónimo dijo...

Qué feo debe ser que un oligarca te respire, peor si es en la nuca. Yo si me encuentro con uno de esos oligarcas respiradores me escapo, no se ustedes.