sábado, 17 de septiembre de 2011
Crónicas milagrosas
Mientras medio millón de personas asistían a una nueva procesión del Milagro, salteños de todas las edades explicaban por qué no estaban presentes en la celebración católica por excelencia del norte argentino.
por Federico Anzardi (escrito para cuartopodersalta.com.ar)
Está de pie en la vereda, apoyada sobre un poste de luz que no ilumina, porque es de día y el sol todavía labura y fuerte; pero sí hace las veces de improvisada parada de bondi. Está en Zuviría, pasando Ameghino, a dos cuadras de la zona de la Balcarce. Se está comiendo una manzana acaramelada. Esa acción, ese gusto de la infancia que perdura, junto a los aparatos que aprietan sus dientes y su contextura física pequeña, hacen que parezca de catorce años. Hasta que habla. “No comparto la ideología de la Iglesia Católica”, responde formal, después de haber escuchado la pregunta clave de la tarde: “¿Por qué no estás en la procesión?”. Su voz y su forma de hablar remiten a una pequeña Tana Ferro de 19 años (su verdadera edad) en contra del dogma católico y que está ansiosa por irse a La Caldera en lugar de agitar uno de los miles de pañuelos blancos que se sacudieron en la tarde del 15 de septiembre.
La Tanita es sólo una de las tantas que estaban haciendo su vida mientras medio millón de personas le perseguía el rastro a dos imágenes religiosas, confirmando la tendencia retro de nuestra provincia. Ese conservadurismo que se encuentra ni siquiera a la vuelta de la esquina, porque existe en la puerta de al lado, o en la propia casa. Que aparece en todas las edades y estratos sociales. Que se manifiesta en la señora que aferra su cartera y suda su maquillaje entre tanto feligrés que se toma a pecho la festividad. También en el adolescente rollinga que baila con el rocanrol de Perro Ciego y que apura la birra todos los fines de semana. Como Leonel, de 17 años, que está sentado junto a Gabriel, de catorce (ahora sí), en un umbral de la desierta y casi desconocida zona de la Balca a las cinco de la tarde. “Yo no voy porque ya fui a misa. No es que no me interesa, ya fui a misa dos días”, asegura Leonel, y agrega que cree “en dios” y que rezó la Novena con su tío.
Lo último que se podría pensar después de ver su apariencia (remera con la lengua stone, muñequera de Perro Ciego, flequillo rollinga reglamentario y un poco pasado de moda a esta altura) es que Leonel defiende a la religión que le tocó, por la clara influencia que la cultura rock (gracias, Indio) ha tenido sobre él. Pero no. Se abraza a La Biblia, quizás siendo esclavo de la supuesta educación laica que imparte clases de Catequesis en las escuelas públicas con el mismo fervor que rechaza cartillas de educación sexual. Tal vez cumple a rajatabla el manual del fanático de rock conservador que no terminó de entender la cosa y cree que lo mejor es “no cambiar nunca” y no estar abierto a nuevas propuestas, que siempre dan miedo, por su incertidumbre. A Gabriel también se le nota ese miedo a contrariar el dictamen de los maestros, los padres, los abuelos y los tíos. Afirma que es católico y que está bien rezar y que dios está en todos lados, pero que no va a la procesión porque no le gusta estar rodeado de gente.
Algo parecido piensa Edmundo Lamas, de 63 años; histórico mozo del Bar Madrid, sentado a una cuadra de los pibes, tomando algo en solitario. Revelado como un gran creyente (“Yo pienso que dios existe, ¿de dónde salimos nosotros si no?”), afirma que es respetuoso de la opinión de todo el mundo, que cada uno se maneja de acuerdo a su criterio, pero que no va a la procesión ni a la iglesia “Yo fui una sola vez a la procesión del Milagro, cuando tenía seis años -cuenta-. Entré a la Catedral, la única vez, y no volví más. Pero… yo soy católico, creo en dios, soy muy creyente. No voy porque en la escritura sagrada dice bien clarito: ‘Cuando ores entra a tu aposento y cierra la puerta. Si nadie te escucha, mi padre, que está en el cielo te escuchará’. Eso es lo que yo hago, yo leo mucho La Biblia, escribo poesía. Ya escribí tres libros. Y le pido a dios, pero entro a mi dormitorio”.
El mini relevamiento realizado durante el momento de la procesión arrojó resultados que son contundentes y que se palpan casi inmediatamente: el porcentaje de no creyentes aumenta mucho entre los jóvenes de 19 y 30 años. Los más viejos tienen una escuela de castración, pudor, temas tabú y religión muy fuerte. Los más chicos todavía están a merced de sus mayores. Pero los adultos tempranos son los que marcan que quizás dentro de algunas décadas, la celebración del Milagro no sea tan invasiva como lo es ahora.
“Yo no creo en nada. No creo en mí, mirá si voy a creer en los demás”, escupe Mariana, de 25 años, parada en el patio de comidas del shopping, mientras espera a su abuela, que durante la infancia intentó marcarle el camino. “Creo que hay un dios –continúa- y que cada uno cree en lo que necesita creer. No creo en las imágenes, en la Iglesia, en los curas o en el Papa. Cuando era chica iba mucho a misa, pero porque mis abuelos me llevaban, no porque yo elegía ir. Iba porque había chicos con los que jugaba, me divertía”. Mariana se escapa de la ciudad durante los días de la Novena, prefiere recluirse en su casa de zona sur. “Para mí es un bajón -dice-, no salgo al centro porque está lleno de gente, no hago cosas. O por ahí tenés miedo de que te afanen la cartera, te afanen el teléfono o que pase algo. Pero cada uno que haga lo que quiera”.
El que no se banca la Novena, el Milagro y cree que la Iglesia Católica se está yendo por las ramas es Matías, de 27 años, quien desde su casa en el barrio San Remo asegura que no participa de la procesión por su ateísmo y explica el por qué. “Soy ateo porque me resulta estúpido creer en seres con súper poderes, y si existieran sería estúpido dedicarle la vida a seres con súper poderes. La procesión es la muestra más evidente de la falta de razonamiento de las personas: un grupo de personas caminando mientras rezan en grupo explica por qué el mundo es tan deficiente, tan incoherente. La gente que va a la procesión es la misma gente que apoya las teorías de que los cambios climáticos o desastres naturales son culpa de la acumulación de pecados mundiales. La gente que participa de la procesión es la misma gente que dice que ser gay es estar enfermo. Lo digo, no porque lo inventé, si no porque lo escuché y no lo podía creer”, afirma.
Matías es uno de los que está en contra de la ordenanza 9945, que prohíbe “durante los días seis (6) al quince (15) de septiembre de cada año los bailes, espectáculos públicos en confiterías, café concert, pub y afines, en el sector limitado por las Calles Caseros, Belgrano, Deán Funes y Balcarce inclusive”; justificándose en que “durante los días de la novena concurren a la Catedral Basílica gran cantidad de peregrinos a quienes es menester respetar su fe y devoción”.
El problema surge cuando el respeto hacia la fe y la devoción de algunos se termina olvidando de los intereses de los otros. Gracias a la ordenanza, se debieron suspender o reprogramar varios espectáculos que se tenían que realizar en el Teatro Provincial, como el de Los Nocheros con Los Tekis del 10 de septiembre o el del Sexteto Mayor, el 7. “No me parece que se corte con parte de la cultura por algo de la Iglesia. Los Nocheros en el Teatro Provincial no perjudicaban en nada al Milagro. Son decisiones absurdas”, dice Mariana, quien contrasta con la opinión de Leonel y Gabriel, quienes creen que el tiempo de la Novena “es para ir a rezar, para estar con dios ¿Para qué ir a un recital?”.
“Me parece correcta esa decisión, se merecen respeto. Más allá de que la Iglesia tenga sus cosas, prohibirlo me parece correcto”, dice Edmundo quien, obviamente, no opina igual que Matías, para quien la ordenanza es “básicamente, enorgullecerse de ser el insulto a la inteligencia humana”. “Sólo un país mediocre obliga a someterse a las personas por cuestiones religiosas -explica-, porque la práctica de alguna creencia religiosa es personal e individual. Obligar al pueblo es un capricho de seres repulsivos, y ser tan mediocre como para aceptarlo sólo hace que todos los que no estamos de acuerdo nos retorzamos como gusanos discriminados como en la misma inquisición”.
“Me parece totalmente una falta de respeto que le hayan hecho eso al Sexteto Mayor”, dice apuradísima la Tanita, sin tiempo para seguir contestando porque el colectivo acaba de frenar ante su brazo estirado. Se disculpa y se sube, alejándos cada vez más de la fidelidad católica. Porque al Cristo de La Caldera no le hacen tanta prensa.
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