domingo, 11 de noviembre de 2012

Apuntes sobre el 8N en Salta








Daniel Medina (*)

No había visto tantas personas rubias juntas ni en una película de Leni Riefenstahl. Llegan con sus banderas argentinas y las hacen flamear, con esa facilidad que tiene un pequeño sector para apropiarse de un símbolo que los supera, que no los sintetiza: nuevamente ellos dicen que son la patria.


Después de caminar unos minutos esquivando banderazos, pensé que se podría reinventar el juego “Dónde está Wally”: lo difícil sería encontrar una persona de orígenes humildes en medio de la multitud. Pero mis prejuicios me engañan: no son tan pocos los que están ahí: vi un hombre golpeando con sus manos un casco rotoso, en cuenta de la cacerola, un viejito caminar junto a su bici destartalada. Son pocos pero son. Están aislados, casi imperceptibles en la multitud amarilla. De repente sobre calle Mitre, más cerca de Leguizamón, se forma como un círculo de rubios, que mira hacia el centro, donde un espectáculo para ellos raro se desempeña: unas diez personas de un comedor barrial cantan y protestan, con carteles que exigen puestos de trabajos genuinos. “Ves que somos el pueblo”, le dice un pibe con remera de Los Pumas a otro, pero ninguno se mezcla ni se acerca a los del comedor. Se quedan ahí, los miran desde lejos. “La pobreza puede ser pintoresca”, dice Micky Vainilla.


La banda sonora, además del golpeteo, es el canto poco convincente “Si este no es el pueblo, el pueblo donde está”, que se escucha una y otra vez, como si los que cantaran no estuvieran tratando de convencer a los que los miran por TV, sino como si necesitaran convencerse a ellos mismos.

El clima de la manifestación es extraña: hay muchos chicos y bebés y hasta hay señoras que han llevados sus caniches toy a la protesta: hay odio en el ambiente, pero también hay distensión, algo de familiaridad, casi inevitable cuando los padres han sobornado con huevitos Kinder y jugos Ades a las criaturas para que permanezcan ahí sin molestar. Y en muchos casos ese soborno no hace falta: al comienzo para las criaturas es hasta divertido: algo raro, hacer ruido, cantar, saltar.

Pasada una hora se llama a silencio, para cantar el himno. En El Tribuno, Robustiano Federico Pinedo Patrón Costas describió así el momento: “… entonaron por primera vez el Himno, el climax era futbolístico, pero en el “juremos con gloria morir” se vivió un momento más de un partido de Los Pumas.”


La gente realmente cantaba exaltada, mientras yo miraba en silencio a una criatura de dos o tres años, exhausta en brazos de su madre, que no paraba de bostezar: el himno, en esas bocas, no es mi himno, sentí.

Vi a un hombre llorando de emoción al final de la canción y durante los 120 minutos que duró la protesta he visto muchas cosas más: señoras protestando con sus perritos, perros asustados por el ruido de los silbatos y cacerolas, padres con sus bebés; niños con remeras de Messi, Los Pumas, River, Boca, una parejita que se cansa de protestar, se sienta bajo un árbol y desenfundan una notebook, una mujer robusta con un cartel que pide “Que el INDEC me mida la cintura ya mismo”, un cartel que dice “Basta de Odio”, otro que dice “Kretina”, un joven envuelto en la bandera “del orgullo”, carteles que dicen “No somos Venezuela ni Cuba”, una anciana en silla de ruedas golpeando dos cucharas en la esquina de Mitre y Leguizamón, un cartel que enfatiza “Señora presidente, su principal error: pretender tomarnos por opas”, chicas con uniformes de colegios privados católicos, militantes del MST repartiendo panfletos, skaters golpeando sus patinetas contra el suelo como forma de adhesión a la protesta, una pancarta contra el aborto, un vendedor de panchos con la remera de Central Norte poco feliz pues la venta no ha funcionado, un logo gigante de Clarín, una criatura cansada sentada en el piso, aun golpeando una tapa de olla, chicas que parecen recién salidas de una cama solar o de sus piletas, una morocha con una frase de Montesquieu: “para ser realmente grande hay que estar con la gente no por encima de ella”, una mujer humilde, sin dientes, apenas en harapos, con un cartel en contra del impuesto a las ganancias y muchos carteles más que dicen muy poco. Porque prácticamente no hay reclamos por temas concretos de la provincia. Los escasos afiches que he visto: “Hospital de niños, alta complejidad, tomógrafo, ¿Hasta cuándo?! Y en medio de esa muchedumbre un cartel que pide “Justicia por Luján”

Pero otros carteles desvarían: critican a la presidenta porque no hay boleto estudiantil gratuito, y para otros Cristina parece ser la culpable de la inseguridad en Salta.

Un cartel pide por la Fragata y por la Libertad, pero no dice nada, por ejemplo, de Mariano Mera Figueroa, primo de Juan Manuel Urtubey, que hizo de vocero de los fondos buitres y que trató de sacarle al país más de doscientos millones para entregárselos a los fondos norteamericanos; los carteles a favor de la libertad de expresión bregan por Clarín, no por las radios de Cerrillos, que son quemadas cuando critican al intendente urtubeicista, ni por tantos humildes medios provinciales que tratan de hacer un periodismo digno, pese a los recortes de la publicidad que ejerce el gobierno provincial a los que no son adeptos; no hay carteles contra los apremios ilegales; no hay carteles que critiquen que para una magistrada una niña de 9 años pueda ser “objeto de deseo”, en ningún afiche se hace mención al comisario salteño que encontraron con 90 kilos de cocaína, y hay, sí, muchas expresiones contra la re-re; pero todas se refieren a la de Cristina Kirchner, ninguna a la que habilita a Juan Manuel Urtubey a gobernar por doce años la provincia.

Después del himno, la marcha se trasladó a la plaza. Eran realmente muchos, algunos calculaban entre 4 mil y 6 mil personas. La gente caminaba de manera pacífica y de algunos negocios salía gente a apoyar la protesta: por ejemplo, el dueño de la sandwichería “David”, recientemente recuperado de una dura enfermedad, salió a golpear unas cacerolas.

En avenida Belgrano, policías trataron, en vano, de dirigir el tránsito. Patrón Costas escribió: “El semáforo de Mitre y Belgrano fue olímpicamente ignorado. Uno de los tantos presentes dijo: “Nos cortan la ruta todos los días y ahora que protestamos nosotros podemos cruzar en rojo.”

En la plaza pasó algo extraño, que ningún medio parece haber captado: dos personas caminaban en contrasentido de la marcha, con dos carteles en alto: el del hombre decía “No a los revolucionarios de Puerto Madero, con Rolex y Louis Vouitton”. Las personas miraban con mala cara el cartel, quizás pensando que el mensaje era para ellos, pero nadie dijo nada ni hubo señal de violencia. Salvo el comentario, bajito, de una chica con uniforme de colegio a una amiga: “qué desubicados, bolú”. La otra chica asintió.

Caminaron una cuadra con esos carteles y se fueron por Mitre hacia Belgrano, antes de marcharse le regalaron los carteles a unas criaturas, que iban acompañados por sus padres caceroleros. Ya nadie volvió a reparar en ellos.

A las 22 empezó la desconcentración. No hubo ningún incidente. Felices, satisfechos, sobre todo orgullosos de haber mostrado poder, retornaron a sus hogares. Se sabe que van a volver. Que esto no acaba acá. Y que no habrá fin mientras el gobierno nacional no acepte que algunos de los reclamos son legítimos ni el provincial, que algunos de esas quejas nacen de sus defectos; pero, sobre todo, mientras los que protesten no logren erigir, por lo menos, una idea más sincera y realista de lo que no quieren.

Los de clase media baja (grupo más que reducido en la protesta), tienen razón en exigir que el gobierno que les ha prometido mucho, cumpla, especialmente en un año en el que la inflación hace estragos; pero las clases altas, que fueron a ostentar su poder, tienen otra obligación: superar el odio y el miedo, que no les permite hacer un análisis real de la situación. No hay propuestas, no hay ideas, ni siquiera saben muy bien qué es lo que no quieren. Conocen, solamente, a quién hay que odiar. Y odian porque tienen miedo de perder sus privilegios.

(*) Artículo y fotos.
Publicado por Cuarto Poder.




2 comentarios:

Federico Pinedo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Flor Arias dijo...

Sano de cabeza, muy. Quisiera saber qué opina toda esta gente de los taxistas o de los asentamientos.
Grande Medina!