Por eso le da lo mismo una manzana que un mar, porque sabe que la manzana en su mundo es tan infinita como el mar en el suyo. La vida de una manzana desde que es tenue flor hasta que, dorada, cae del árbol a la hierba, es tan misteriosa y tan grande como el ritmo periódico de las mareas.
García Lorca, “La imagen poética en Don Luis de Góngora”.
Caso particular
de poesía la de Mariano Pereyra, uno advierte inmediatamente que se trata de
algo distinto tanto si hablamos de la superficie del texto, como de sus
sentidos profundos, articulados desde
una lírica que pone la vista minuciosa sobre los deterioros constantes del
mundo. En este caso, Mariano Pereyra ha conquistado un lenguaje que a cualquier
incauto parecería intrincado y hermético, sin embargo, todo se hace de
humanidad en su escritura si se sondea un poco. La sintaxis cede entonces y
adentro encontramos los devenires de un hombre sólo y sus desajustes diarios. Se
siente el cuerpo biológico en ese poemario, y además se observa levitar ante
nuestros ojos una constelación microscópica, relación que los objetos
establecen con ellos mismos a expensas de nuestro olvido y nuestro descuido.
Los dolores físicos tienen una presencia pesada y constante, pero no imaginemos
un sádico espectáculo. El dolor que se
posa en sus poemas, son las tenias diarias de cada hombre, más específicamente
de la porción de hombres que eligen una vida distinta a la de saco y corbata.
Ahora bien,
Mariano Pereyra extrae su voz de cosas que todos conocemos, pero él ha podido
captar el movimiento de corrosión de esos eventos y ha sabido mirar la
dimensión intensiva del cuerpo perplejo ante la señal de lo ínfimo. Fíjese en
este pequeño fragmento de poema donde la sensación se concreta en una imagen
sobrecargada:
“Cuando ella desciende
con sus cornisas de palacio oriental
y extrema la inflexión de su línea
en lo imposible,
como el demonio que viaja con su
encargo mordaz
y deposita un aliento doloroso,
imprevisto,
en mis huesos rotos”
Intransferible
sensación de voluptuosidad, casi barroca, descripción de preciosismo en los
sentidos, y la noche como una tensionar
corpóreo de músculos:
“esta disfonía
desgarrada
en la musculatura de las noches”
Se puede
sentir todo los poemas como desgarraduras propiciadas por una incomodidad. Los
habitantes del poemario no saben nunca donde ponerse ante la luz, si en el
bucólico sueño pastoril, o en el misma urbe y su ubre vertiginosa. Por ello es
que en todo el poemario la luz es un signo doble que recuerda estados de salud
matinal y por otra parte la evidencia de que la noche ha terminado y que el
cuerpo abatido recibe la mañana:
“No sobrevivo al alivio de todas las
mañanas.
El felino insomne de mis noches no
sobrevive
No sobrevivo a la alternativa de mis
horas
Ni al enredo que organizan los cables
de casa
Ni a la luz que me vuelve un extraño
entre la gente.
Esta falta
de adaptación de verse mirado entre las luces atraviesa los cuerpos, los pone
incómodos pues los hace visibles en sus deterioros, incluso en el poema de un
suicidio, cuando las linternas buscan el cuerpo que solo puede reconstruirse
por el chisme:
“Que bárbaro, se tiró del tanque…
Dios mío, con quince años
…sí , ya respiraba con
dificultad…”
La luz
evidencia oprobiosas caídas que determina la energía económica en los barrios
desesperados, por eso el cuerpo es como un objeto para el poemario, casi como
regalo roto, la luz es a veces un envoltorio:
“Le voy despegando la luz a mi
cuerpo,
sueño su cáscara en el piso”
Pero también
los cuerpos como objetos delicados se rompen y quedan relegados a la orilla
como parte de los residuos:
“si estás aquí tan roto
entre el muro
y la luz de costosas intenciones,
date cuenta,
hay escombros.”
El elemento
principal de la poesía, la luz, tiene un efecto de lupa intensificadora de la
diferencia. La luz sintetiza la culpa de tensiones vividas en la noche,
deshojando el cuerpo; pero también la vivencia de la mañana, es decir, la naturaleza
intentando germinar. El caminante se sabe sumergido en desencuentros matinales
y en la calle con sus focos y su éxtasis.
El poeta
delimita bien esos espacios, porque a pesar de las contradicciones que la
cultura le incrusta en el cuerpo, entiende que ya no pertenece a ese locus amoenus, entiende que ya no puede
integrar su cuerpo a la naturaleza, lo que se percibe como pérdida de la salud.
Incomodidad de una luz que ha venido para salvarlo, y sin embargo… rechaza la
invitación:
“El sol nos entibia esta voz
desesperada
Bajo el jaque sideral de tanta sombra
Y llovizna un paisaje de nubes bajas,
El corazón desprecia sus diamantes
En el brillo de las calles…”
Mariano Pereyra
todavía tiene esa mirada esencial para la poesía: la inocencia del que ve los hechos
sin someterlos a la moral, es decir, sin el conceptual basurero lógico, ejemplo
de esto es el poema “El pozo “en el que lo vital es el agua que no se tiene y
que depende de unos pesos:
“Para sacar agua de su terreno
Mi amigo debía llegar
A napas más profundas,
Y a cuatrocientos pesos el metro
cavado
Sólo le alcanzó para los diez
primeros.”
Podríamos
pensar que estos hechos son meras descripciones, pero luego remata con una
estocada que desbarata las causas y los efectos:
“Continuó por su cuenta
Y avanzó de a poco con los días
Hasta dar con la sed.”
Los poemas “Las vacas”, “Los cortadores de
berro”, “El pozo” e “Insistencia gatuna”, tienen ese sincero homenaje a la vida
sin que el poema llore su carta. Son textos que festejan lo que todavía el cemento
no ha totalizado y el rigor de trabajar sin echar quejas. En “Las vacas” dice:
“Nuestro camión vadea por zanjones
Que tratamos de rellenar
Con cielorrasos desplomados
De lienzo y cal.
Y en cada asentamiento
Un terrenito de bloques crece
Como el hongo obligado entre el
churqui,
El pasto duro o el barro
insobornable.”
Todo se
trata de unas vacas que miran el espectáculo de los hombres que construyen en
un asentamiento. Mirada de postal de barrio de las vacas que duplican en sus
ojos la incomprensión y la alarma de que la vida económica hiere el paisaje:
“O les cortaron el mambo
Y el desconcierto las trae
Ensayando estampidas
Entre lonas, alambres y abundantes
niños,
O saben que el río trae la tierra que
necesitamos.”
En los
cortadores de berro observamos:
“La cosecha se detiene cuando el
canto de los sapos viene orillando
Entre los lirios y la espuma.
Las yuscas muertas también arriman su
veneno
Junto al sol que baja
Por el riego de los campos…
El alivio trepa
En las convulsiones de un fuego
Mientras la madre le acomoda
Un bulto de arpillera en la espalda
Y la niña se anuda las mangas del
guardapolvo
En el pecho.”
Nótese que
además de la comparecencia del paisaje de los cortadores de berro, nombre que
recuerda a ese realismo pictórico social de “Las espigadoras” de Millet o “Los
comedores de papa” de Van Gogh, la
imagen está sostenida por un anudamiento fónico imprescindible que tal vez sea
uno de los mejores artificios de Mariano Pereyra, consistente en presentificar
la belleza del sentido por el sonido. Combinaciones como “vadea por zanjones”, “el
hongo obligado entre el churqui”, (siéntase el sonido,) o “Entre los lírios y la espuma /Las yuscas
muertas también arriman su veneno” son la búsqueda incesante de la vida del
lenguaje.
Pero
volvamos a lo que veníamos elaborando. En “Insistencia gatuna”, observamos una
escena diminuta, casi de pintura de libro infantil:
“En este lugar que, al menos
Hasta hoy está a mi cargo
Una gata le ha dado a luz
Otra camada de valientes.”
La consecución
de la escena es triste, el hombre debe correr la gata y sus crías y se impone
la tarea de mostrar lo descomunal del hecho, en el contraste de otro episodio
monumental:
“Si a pesar de mí o del paisaje
Evité la plaga,
Ya no tuve alternativa
Mientras estacionaban en la playa
Un tanque de guerras oxidadas
Y se hizo tarde.”
Puede que
como he remarcado anteriormente sea una culpa socio-económica la que atraviesa
los sentimientos de quien entiende que nada puede con la magnitud de algunos
hechos históricos y sociales como expresa acerca de ese país que perdió el llavero comiendo vacas. Por ello se tranquiliza
sabiendo que hay un sitio donde la naturaleza vive y se acomoda como la gata y
sus crías:
“Ahora, junto a las palomas que
arrullan
El sueño del murciélago, también,
allí, se dan su sitio.”
Podríamos
agregar más a estos comentarios pero le dejo al lector el resto de los poemas y
todo lo que nunca se podrá decir de una buena obra. Sólo me he enfocado en
aspectos que, pensé, no se podían dejar
pasar por alto en esta publicación. Presiento que Mariano Pereyra se propuso
escribir este libro porque necesitaba una prueba de su sensibilidad para
consigo mismo, sin embargo, sus letras podrían sencillamente haber sido
adjudicadas a una voz social. Si no supiéramos que él suda y trabaja con el cuero
de la misma manera que con su palabra plegada y flexible, podríamos
adjudicarnos sus poemas como quien se roba un pan. Sus poemas están a la altura
de la aspiración a la que un poeta de verdad quiere llegar, su voz se vuelve popular y anónima. Por eso es
que su palabra se desperdiga gustosa en los cuerpos y en el amor:
“Mi voz se desarma
En la piel de tu cuerpo desnudo.”
Su
intención principal más que en ser palabra, es ser una voz diseminada en
galpones, canchitas oscuras, calles e incluso en el neutral yuyo; o ser una
pequeña imagen en la cabeza, como esa botellita de lavanda que recuerda en esa
elegía de “Fuegos de agosto” en donde se lamenta por el amigo muerto:
“Pero despierto lejos
Cuando los que pudimos hacer algo
No vimos palidecer nuestras manos
Con la ceniza de tu nombre
En la cresta salvaje de las aguas.”
De allí deduzco
que sus poemas son ojos insomnes pero lúcidos, por eso es que Mariano Pereyra
tiene asegurado un nombre, pues se ha sacado la investidura de poeta, ha
preferido el olvido, y por eso seguramente va a perdurar. Su poema final quiere
desaparecerlo como la capa de un mago al ave, pero todos sabemos que allí está
preparándose para la escena más propicia y esencial, la de la magia misma:
“Mi geografía un arrecife olvidado
Su memoria un mapa quemado.
No sobrevive mi poema de Bukowski
Ni las voces antiguas que resuenan en
mi voz:
La cristalina hechura de sus timbres
Sus certezas comulgadas en silencio
El rastro desestimado de sus
advertencias
Como quien sobrevive todavía, después
del dolor.
No sobreviviré a mi muerte
Y no es para lamentar, no
Esta noche entre ustedes es preciso
Que tampoco sobreviva”.
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