“Es que no sé qué motivo me lleva a tan previsibles actos culturales en Zalta. Siempre es lo mismo. Algún movimiento de piezas (gubernamentales, universitarias o comerciales) genera un espacio artístico que posiciona su sensibilidad por encima de la de su contrincante. Tal vez sea la necesidad de ver en una de esas “ponencias” un verdadero acto vandálico de mis contemporáneos, reclamar el cambio de aire, el recambio generacional por acción y no por defunción. […] Nosotros sabemos algo del pasado; ellos nada del presente.”
Pancho Rodríguez, Florida - Boedo, Boxer – Slip, Opadromo, 16 de agosto de 2007.
ESTADO CRÍTICO
La crítica literaria referida a las producciones más nuevas e
importantes de la generación que arranca en 2004 con Kamikaze en Salta es una
práctica que ha tenido en los mismos escritores a sus protagonistas, desconocer
este hecho significa, por un lado, expulsar del pensamiento las
complejidades de los procesos de producción y distribución de sentidos y, por
otro lado, ningunear (o cuando menos subestimar) esa labor. Hay algunos hitos
en este devenir crítico: la publicación de tres números del suplemento cultural
del semanario Cuarto poder en abril de 2007, la aparición del blog Opadromo,
Living la vida opa el 15 de agosto de 2007 y los prólogos que abren todas las
publicaciones de Equus Pauper firmados por Alejandro Luna, que con
artillería pesada y sin ninguna solemnidad ni concesiones se encargaron de
demoler la literatura vetusta de esta ciudad y de hablar críticamente del
presente de una manera hasta entonces inédita: con rigurosidad y
frontalidad. Hay, asimismo, una constante que no debe escapársenos: la labor
generosa y silenciosa (cuando no silenciada) de Daniel Medina. El suyo ha sido,
y me gustaría dejarlo explícito, un gesto brusco y solidario. Brusco porque
significó la irrupción en un campo, hasta entonces dominado por la academia y
por Sylvester, de unas voces diferentes que criticaban las políticas de la
literatura en Salta, como los aparatos estatales de legitimación de escritores
(premios y presentaciones de libros) y el uso de espacios públicos (la Casa de
la cultura, el Museo de arte contemporáneo) y discutía la validez de
representaciones como el paisaje, la hegemonía del discurso poético, la
otredad. Solidario porque, sin importar los intereses diversos y las
conclusiones divergentes a que cada uno de los críticos-escritores había
llegado, no tuvo reparos en publicarlos y donarle ese espacio en donde uno
puede empezar a construir algo nuevo y mejor, sí, nuevo y mejor. Esto lo he
repetido numerosas veces: no pensamos lo mismo pero lo pensamos al mismo
tiempo. Ahora podría agregar que somos los mismos quienes lo pensamos:
Alejandro Luna, Pancho Rodríguez, Daniel Medina, Rodrigo España, Fernanda
Salas, Diego Ramos y yo. De entre ellos, los primeros tres tienen una
producción crítica que, reunida, bastaría para un libro. Desconocer estas
escrituras es, cuando no, una práctica típicamente salteña. En los
restantes puede observarse la presencia de una criticidad patente en sus
trabajos de edición de otros escritores y en los posicionamientos que
explicitan en entrevistas.
También podríamos mencionar intervenciones críticas posteriores y,
si se quiere, ajenas a los escritores jóvenes como las de Alejandro Morandini
(en su diario de lectura y otras consideraciones -
http://alejandromorandini.blogspot.com.ar/), las de Idangel Betancourt (en el
suplemento cultural del Diario Punto uno
-http://www.diariopuntouno.com.ar/unog/index.html), las del equipo de
investigación de la universidad nacional (en donde, además de Susana Rodríguez
debemos nombrar a Raquel Guzmán y Elisa Moyano), Marc Le Douaron (o Marco del
Puente, según si lo busca o no migraciones-
http://www.salta21.com/_Marco-Del-Puente_.html) y Santiago Sylvester (de quien
nos encargaremos en otra ocasión a propósito de su último libro La identidad
como problema- http://www.telam.com.ar/nota/32391). En Jujuy, podemos mencionar
la labor de la revista Intravenosa, Alejandra Nallim y Reynaldo Castro.
LA RESPONSABILIDAD DE LA VOZ
Recientemente terminó el IV Simposio de literatura del NOA. Allí,
curiosamente, fue publicado (o en todo caso, puesto a consideración pública) un
texto de Milagro Carón, La crítica y la obra, alguien, a mi entender, que
tardíamente se incorpora a este devenir crítico y por eso asegura que la
crítica no existe en Salta y que, en el caso de existir, no ha hecho demasiado
por la literatura: ‘el terreno es del todo virgen y hay que empezar a
ocuparlo’, dice. En todo caso habría que preguntarse por qué los críticos, o
las personas que se sienten en condiciones de producir escritura sobre otras
escrituras, han demorado tanto tiempo en asumir el papel que ahora reclaman.
Por mi parte, aseguraré que el terreno ya está preparado y ocupado
y que, en todo caso, ACAS (Asociación de críticos de arte de Salta), de la que
ella forma parte, desea para sí los títulos de propiedad. Por lo tanto estoy de
acuerdo cuando Carón dice ‘todo lo dicho hasta ahora es extremo y, en ese
sentido, injustificado o injusto’. Entiendo el gesto de reivindicar un espacio
emergente, no entiendo el procedimiento de excluir, para conseguirlo, del
ámbito de la crítica a los escritores que he mencionado al principio.
Luego mencionó la necesidad de superar ciertas dicotomías que
inmovilizan las interpretaciones y justifican el trabajo crítico, tales como
campo/ ciudad, institucional/ alternativo, generación del ‘60/ nueva poesía
salteña, hegemónico/ marginal. También considero que la crítica puede
prescindir de estas categorías aunque sin embargo todavía podemos pensar sino
lo hegemónico sí la hegemonía como manifestación (o supuesta neutralidad) del
Poder en el seno de una sociedad en la que no solo el acceso a los bienes
culturales resulta desigual sino también las posibilidades de que cualquiera pueda
participar en su producción, tanto si se trata de un indígena como si se trata
de un crítico de arte.
Así que, después de leer ese texto y luego de discutirlo, me
permití plantear lo que sigue a continuación con el solo propósito de
manifestar aquí una forma de acoger la otredad que aguarda en la literatura. Si
se quiere, pretendo imaginar una lectura en términos de hospitalidades
diversas, desde la bienvenida hasta la hostilidad más frontal.
LA CRÍTICA COMO PRODUCCIÓN DE DIFERENCIA, INVOLUCRAMIENTO Y
PARTICIPACIÓN
A mi entender, un postulado fundamental de la práctica del
discurso crítico reside en producir diferencia. La primera, la más evidente, es
que se trata de un texto que habla de otro texto. La segunda, es que reproduce
los sentidos del texto en un registro que los transforma, los desvía, les hace
decir algo diferente- se los hace decir en un ámbito diferente. Una tercera
diferencia, quizá la más interesante, guarda relación con la responsabilidad de
la voz. Un crítico, con su práctica, ejerce sobre los textos un cierto poder
que le viene dado más que nada por el prestigio que ha ganado. El ejercicio de
este poder puede incluir o excluir a otros de la literatura y, por eso, el
crítico debe hacerse responsable de que su voz no es neutra o, de que en todo
caso, la neutralidad es sospechosa de complicidad con el Poder. Por lo tanto,
el crítico no realiza exclusivamente un relevamiento de los procedimientos
verbales de un texto sino que participa, en el seno de una sociedad heterogénea
y tensionada por conflictos de diversa índole, en la producción y distribución
de los sentidos públicos. Dicha participación, precisamente por ser pública, es
también política. Así, por ejemplo, cuando Zain el-Din Caballero
(http://noadefensor.blogspot.com.ar/2012/01/panorama-actual-de-la-literatura.html)
hace un análisis peyorativo de la nueva literatura en el NOA, a la que tilda de
‘kirchnerista’, uno no puede dejar de sostener algo que resulta obvio: que
mucha de esta literatura, que no es exactamente kirchnerista, tiene sin embargo
relación con una sociedad politizada y no necesariamente porque hable de
política.
Con ‘sociedad politizada’ quiero introducir el segundo postulado
de un discurso crítico: si uno reconoce que en los textos existen sentidos
generadores de conflicto político es porque existen disputas en torno a quienes
toman la voz, qué se puede decir y cuáles son los efectos que ello produce. De
modo resumido, el segundo postulado es que, por ser públicos y políticos, esos
sentidos nos involucran.
Un tercer postulado se desprende de manera casi directa: si
la construcción de los sentidos públicos, entre ellos los que tienen a la
literatura como su base, nos involucra, queda bajo nuestra responsabilidad la
producción de esos sentidos. Por consiguiente, un crítico es un partícipe
necesario de este proceso.
Así pues, la producción de diferencia (alguien dice esto es
literatura/ esto no lo es), el involucramiento (alguien reconoce que los
sentidos públicos –los que circulan en una sociedad- no son ajenos a la forma
en que él o ella desea interpretar lo que llamo el sentido de la vida) y la
participación (alguien se responsabiliza por la producción y distribución de
sentidos públicos, entre ellos la literatura, y se convierte en escritor o
crítico) son aspectos que una crítica no puede ignorar, al menos no desde un
punto de vista que problematiza las condiciones de enunciación.
Luego de todo lo anterior estamos en condiciones de sostener que
una tarea de la crítica, acaso la más interesante, consiste en discutir la
validez de jerarquizaciones producidas en el interior de los discursos, me
refiero, desde luego, al juicio de valor, por un lado, y a las categorías que
intervienen como mediaciones para movilizar los sentidos de los textos
literarios en una dirección u otra.
Así pues, desde mi perspectiva, que no es sociológica ni
foucaultiana, como sostenían, respectivamente, Carón y Betancourt, sino
política, la escritura crítica es una estrategia de los escritores y de los
lectores para producir subversión de hegemonía. En nuestro caso, para
disputársela a escritores como Santiago Sylvester en Salta o Ludmer en Buenos
Aires, para quienes la literatura ya no puede generar eso que en los setenta
algunos jóvenes llamaban revolución y que yo, también joven, llamo una distribución
igualitaria de la riqueza cultural. En esta misma línea, y nuevamente en contra
de una idea de Carón, un escritor no es un asistente social y un crítico no es
un redactor de informes sociológicos sino participantes responsables ante una
sociedad por los sentidos públicos que circulan y se encuentran disponibles y
construyen el sentido de la vida. En consecuencia, no existe un adentro y un
afuera (un centro y un margen) por donde unos u otros se desplazan sino
direcciones en las que el Poder se derrama para dominar y neutralizar los
discursos emancipatorios: todos estamos adentro de la vida social.
Nos vamos acercando a una zona crucial de mi intervención: la
crítica es una práctica decisiva porque unos pocos deciden, sobre los sentidos
que otros produjeron antes, si deben o no circular y cómo y dónde. Es, pues,
una práctica que puede convertirse en policial con una facilidad
sorprendente.
LA INTERPRETACIÓN ABERRANTE
Una característica de la producción de diferencia consiste en no
ponernos de acuerdo, puesto que así evitamos la parálisis, de donde se sigue
que criticamos para polemizar y generar disenso y acompañar la deriva de los
sentidos. Sin embargo, compartimos la errancia para manifestar la otredad que
cada escritor transporta en su voz como si fuera su propio rostro. ¿Esto quiere
decir que todo vale? Esto quiere decir que, puesto que la literatura es un bien
de la humanidad, cada quien puede hacer con ella lo que le plazca, incluso
escribirla, incluso hacer diferir los sentidos que otro ha producido si ello le
sirve para producir otros nuevos y más aún si le sirve para entablar una
disputa por la hegemonía. Para referirme a esto he pensado en una noción
llamada interpretación aberrante, que me ha sido sugerida, si bien la utilizo
en sentido casi opuesto, por Umberto Eco y Paul de Man, por un lado, y por un
procedimiento minimalista que se llama antietimológico y cuyo único exponente
es, curiosamente, Milagro Carón, si bien ella lo utiliza para resimbolizar,
diría Rodrigo España, el sentido de ciertas palabras que luego son puestas en
redes que las vuelven a resimbolizar. Si bien todas las entradas resultan
sorprendentes, no podemos dejar de leer la de ‘discurso’: “discurso que
interrumpe el curso, la dirección. Un discurso que co-rrompe la propia voz, la
con-parte, la fragmenta, la desvía hacia un otro para discurrir. La invitación
a ir hablando extraviados, en un discurso sin curso”
(http://fragmento-s.blogspot.com.ar/2011/03/discurso.html).
Umberto Eco utiliza el término interpretación aberrante en Lector
in fabula y en Los límites de la interpretación. Su explicación es la
siguiente: un lector puede relacionarse con los signos motivado por tres
intenciones: siguiendo la intención del autor (intentio auctoris); yendo en
busca de la intención del texto (intentio operis); haciendo uso del texto para
decir aquello que en realidad él desea decir a pesar del texto (intentio
lectoris). A propósito de la primera intención, Eco sostiene que no existen
métodos válidos y eficaces de construirla como objeto de conocimiento; de la
segunda anuncia que es la única a la que podemos responder, más aún, esgrime un
enunciado teñido de moralidad al decir que es la única forma de “respetar al
texto”, lo cual sería nuestro deber como lectores; por último condena las
intenciones de los lectores porque usan los textos como excusa para decir
aquello que les dicta su deseo, llama a esta “falta de respeto” interpretación
aberrante.
Sinónimos de aberrante son: descarriado, absurdo, loco,
monstruoso. La sola presentación de dicha palabra podría conducir al
pensamiento según el cual el crítico es un corrector, alguien que disciplina,
legitima, encamina, cura la escritura patológica. No es nuestra intención en
absoluto. Contrariamente a la intensa negativa de Eco para con esta noción,
tomamos la interpretación aberrante como una respuesta legítima en tanto es una
respuesta, una exposición pública de la propia escritura que asume la
experiencia de la lectura trasvasada de sin sentido o que permite jerarquizar
la propia voz por encima de la de la autoridad, lo cual no es un dato menor.
El hecho de que el crítico se represente su tarea como lo que él
tiene para decir a partir de un texto, en vez de decir lo que el texto ya dijo
por sí mismo y de manera independiente, muestra cuál es su relación con la
palabra ajena. En consecuencia, para el caso de las interpretaciones aberrantes
habremos de excluir el análisis de tipo estructural pues nos importa más
reflexionar acerca de la relación que el crítico establece con el texto de
partida. Dicha relación pareciera aludir antes que nada a la representación de
mundos, a lo semántico y a las imágenes del enunciador y del
enunciatario.
Así pues, eludiremos las nociones de bien o mal escrito pues no es
la norma lo que nos interesa juzgar, muy por el contrario nos daremos a la
tarea de observar el proceso de esta escritura que se busca y observar sujetos
“sujetados por la escritura”. En los confines de la palabra autorizada, la
cautividad intelectual del crítico suele resolverse mediante poco acertadas
estrategias de evasión: la repetición textual y la citación exhaustiva.
En un ámbito cerrado, es decir que se pretende cerrado y aislado
de la realidad social, la escritura crítica opera un trabajo de selección
“natural” donde los más “dotados” de saber, sobre todo los que “dominan” la
lengua, la lengua madre, son los que dominan al resto, los que confirman con su
dominación la que ejercen los grupos de poder. Esta idea resulta radicalmente
enfrentada a las expuestas por Antonio Ramón Gutiérrez, el psicopoeta según
Ramón Vera, en su artículo Literatura y mercado, entre otros publicados en Las
columnas de A. G. por diario Punto uno y, cuando no, el Gobierno de Salta.
La cuestión de si el sentido se establece o se produce nos sitúa
ante un problema nada menor. Si el sentido se establece, entonces quiere decir
que el texto lo prevé más allá de la particularidad de cada lector. Si el
sentido se produce, habrá que preguntar quién. Nuevamente, si lo produce el
texto, el lector sería una función textual de relevamiento de las regularidades
semánticas presentes en cada nivel del texto. Ahora bien, si el sentido lo
produce el lector, deberemos permitir el ingreso de una segunda intencionalidad
no debidamente estudiada: la del propio lector. Ante la intención textual,
cuyos rasgos evidentes serían las regularidades semánticas, y frente a la
intención del autor, advertibles en ciertas huellas de la enunciación, tenemos
la intención del lector, quien, en última instancia, despliega una serie de
estrategias de reconocimiento, jerarquización de significados y argumentación
de porqué un sentido y no otro. Mi hipótesis es que el lector orienta el
trayecto del sentido en una dirección interesada.
Como consecuencia, el sentido es la performance de un lector en un
contexto específico. Dicha performance no depende únicamente de sus
intenciones, necesita del despliegue de competencias interpretativas y
estrategias argumentativas. Con lo cual quiero dejar asentado que un crítico
puede interpretar lo que desee o bien aquello que se le solicita pero no lo que
el texto dice. Entonces el sentido no es una propiedad textual ni una previsión
de este sino una actuación por parte del crítico mediante la cual él pone en
discurso el grado de relación existente con su comunidad de intérpretes. De
allí la divergencia de interpretaciones.
Existen variadas posturas en torno a la interpretación. Aquellas
que la sostienen como un relevo de procedimientos (el formalismo, ciertos
estructuralistas), las que la hacen partir de sus relaciones con los
acontecimientos de la historia social (la sociocrítica), las que la apoyan en
la psicología del autor (el psicoanálisis), las que quieren que resida en la formación
de la subjetividad del lector( Jorge Larrosa), las que imbrican interpretación
y escritura como una forma de la ficción (Rosa, Jitrik), las que consideran que
no es un punto de llegada sino la señal para iniciar la deriva (la
deconstrucción), etcétera.
No se cuenta entre mis objetivos más urgentes, ni mucho menos,
acabar con la polémica. Lo que resulta indudable es que muchas de estas
posturas obtienen resultados divergentes porque sus acercamientos y
concepciones de la literatura son sumamente distintos, marcados por presiones
contextuales como la época, el paradigma epistemológico, las condiciones de
recepción o los intereses ideológicos. Todo lo cual le suma o le resta
especificidad a lo literario.
De todas maneras, aunque existen tradiciones interpretativas y
convenciones acerca de ciertos sentidos de los textos (los llamados clásicos),
ya aceptados por la comunidad, es innegable que la intentio lectoris asume la
dimensión pasional del lector y, quiérase o no, ésta también produce sentido, también
puede tener validez como interpretación. Acaso ciertas prácticas heréticas
permitan conquistar para la humanidad zonas de la sensibilidad inéditas que de
otra manera no se alcanzarían. Acaso toda interpretación se realiza sobre-, en
el sentido de venir después, en el sentido de que es la venida del otro que
llega para decir con sus palabras, por encima de la voz del texto, aquello que
ya está dicho. Resulta, pues, un exceso, y, en tanto los sentidos son
discutibles, la interpretación instituye un campo agónico donde se dirimen
mucho más que cuestiones literarias, eso que llamé, no en vano, el sentido de
la vida.
No existe el sentido más que como interpretación y no existe la
interpretación más que como trabajo ideológico de aberración: voy a decir que
un texto ‘dice’ tal o cual sentido porque leer ‘literatura’ es mi manera de
intervenir en los debates de una sociedad. Si la escritura literaria se
aproxima a un arte presentativo, sin metáforas, la escritura del crítico, por
el contrario, diseña y propone ella misma sus propias metáforas. Es en la
diseminación de estas metáforas en donde se ven las tensiones del crítico con
el poder. Desde luego lo sigo pensando y nada es concluyente todavía, pero leer
e interpretar no es practicar un discurso con fines de elocuencia académica, es
la forma que tiene un crítico de participar en la movilización de sentidos en
una sociedad. Es precisamente en el despliegue textual de elecciones y
decisiones explícitas en donde el crítico presenta el sentido y lo pone a disposición
del otro, donde busca impactar al otro y, en consecuencia, construir un decir
polémico o por lo menos agonístico. La crítica como escritura busca que su
decir no sea conclusivo y por esto es una invitación y una confrontación: no
puede ser elusiva sino que debe explicitar su lugar de enunciación y las
tensiones que atraviesan el ejercicio de su voz. Por lo tanto, será un decir
limitado al presente de su enunciación, incalculable por su valor de
productividad (hace pensar) y de acechanza textual (señala posibles sentidos),
y totalmente cuestionable (se dice para que otro pueda leer otros sentidos).
Cualquiera sea la decisión asumida en cada caso particular, lo
cierto es que la lectura como construcción del sentido de la vida es
necesariamente una acción política en el seno de la diversidad, pues
interpretar quiere decir estabilizar ciertos sentidos y generalizarlos para el
resto, operaciones que nada tienen de inocente porque sabemos que para que esto
suceda antes tienen que haber sujetos que generen conversaciones alrededor de
un sentido, que luego esas conversaciones conduzcan a disputas y que después
alguna de las voces involucradas prevalezca por encima del resto. En
consecuencia, la atribución y comunicación de sentido que realizamos en
nuestras vidas no tiene que ver con la ideología sino con los mecanismos que el
poder encuentra para ocultar su presencia en los discursos. Es nuestra tarea
volverlos evidentes en la lectura y, en tanto escritores, proponer nuestros
propios sentidos y representaciones como estrategia de lucha contra los
sentidos hegemónicos.
En el proceso de atribución (captura) y donación (comunicación) de
sentidos hay una crisis en la que debemos decidir: o continuamos hablando del
texto o continuamos hablando. Quiero decir que debemos buscar una superación de
lo dicho y pensado por el otro (el otro presente en el texto) después de la
crítica.
Entonces la interpretación aberrante no quiere decir leer mal un
texto, tampoco violentar las instrucciones que nos había dejado en señal de
hospitalidad, significa superar lo que hay en la donación de esa voz
volviéndolo a decir, pasando la voz en las palabras de la otredad deseante que
yo soy. Por interpretación aberrante entiendo, pues, el proceso de reescritura
como conversación (entre tensión), negociación o disputa de ciertos
sentidos circulantes en la sociedad en un momento histórico preciso. Es, pues,
una apropiación insumisa de la voz del otro y, en esta tensión, una acción
política de captura y donación.