Banda aparte
Estás en el cine y en esos primeros ocho minutos y medio del film ya lograste identificar a dos personajes centrales, Arthur y Franz y desde luego ya has visto a Odile, el personaje que interpreta la bella Anna Karina, y te empiezas a meter dentro de la película, o sea que te olvidas que estás en una sala rodeado de personas para ver un film, sino que a esa altura ya te sientes un voyeur que puede espiar la vida de otros, o sea que la magia del cine funciona y ya eres parte del film; pero justo en ese momento una voz en off te da una cachetada que te saca de la ficción y te vuelve a arrojar de lleno a esa butaca. Van ocho minutos y medio y la voz dice: “Para los espectadores que entran ahora en el cine, podemos decirles algunas palabras escogidas al azar: Hace 3 semanas. Un montón de dinero. Unas clases de inglés. Una casa junto al río. Una chica romántica.”
La película que estás viendo es Bande à part, es de Godard y si supieras algo de este francés no te tendrías que haber sorprendido porque a él le gustan estos jueguitos, te va a recordar a cada instante que una película es una película o que una mujer es una mujer y de allí su famosa frase “no es rojo, es sangre”. Pero igual intentas sumergirte de nuevo en la historia de estos dos muchachos que planean un robo y que además se han enamorado de la hermosa e ingenua Odile (como la maga de Cortázar, sólo que Godard es más misógino) que es el nexo para que esos dos logren el robo. Todavía no lo sabes, porque aún estás en la sala, con los ojos clavados en la pantalla, pero hay por lo menos dos escenas que no vas a olvidar en tu vida, pero nunca-nunca, una de ellas es cuando veas a ese trío alocado recorrer el Museo de Louvre a las corridas en solo nueve minutos, sólo nueve minutos para recorrer el museo más grande e importante que existe. La otra escena que se tatuará en tu memoria es la del baile, un baile torpe, es verdad, pero mágico con una Anna Karina que, con ese sombrerito, te va a parecer más linda que nunca y te hará babear que da vergüenza. Ahí la voz en off hará una nueva irrupción para decir que abre otro paréntesis “para describir los sentimientos de nuestro personajes”: Arthur sigue mirándose los pies, pero su mente está en la boca de Odile y sus románticos besos. Odile se pregunta si los chicos notan sus pechos moviéndose bajo su suéter. Franz piensa en todo y en nada. Se pregunta si el mundo se está convirtiéndose en un sueño o el sueño... en el mundo.
Pero antes de ese baile, hay otra escena que te deslumbró, una escena que te hizo dar ganas de salir corriendo de la sala para prender el celular y llamar a algún amigo cinéfilo para decirle no sabés lo acaban de hacer en la peli y le contarías que en un momento del film, los personajes están en un bar en el que hay mucha gente que hace mucho ruido y que por algún motivo deciden guardar un minuto de silencio y que en ese momento toda la película se queda sin sonido y vos ves la gente hablar, bailar, golpearse, pero todo en el más completo silencio.
Estás en el cine, la película no ha terminado pero ya sabes que cuando salgas de la sala no serás el mismo y poco importarán que las críticas te hablen de intertextualidad, polifonía y esos términos que a los críticos tanto les gusta; a vos lo que te importa es esa magia que te hace querer correr a la boletería y sacar entradas para verla una vez más. En la pantalla dice The End, pero a esta altura ya sabés que a Godard no se le puede creer nada.
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Glen or Glenda
Un adelantado es, según Borges, aquel, del que se sabe después, que llegó antes. Y Ed Wood, al que todos consideran el peor cineasta de todos los tiempos, fue un adelantado, solo que todavía nadie se da cuenta.
Han pasado 55 años desde su opera prima y aún es ninguneado este hombre que, al igual que Godard (que sí goza de buena prensa entre los intelectuales) ha destrozado el lenguaje cinematográfico, que ha encontrado –es posible que sin querer, es verdad- una voz única (una voz sucia, torpe, por momentos incomprensible; pero única), una voz que transmite tanta pasión que es imposible dejar de admirar su trabajo. Ed Wood es un Godard incomprendido.
Pocas operas primas están a la altura de Glen or Glenda. Tiene el mismo impacto que El ciudadano (no por nada Tim Burton imaginó un encuentro entre Orson Welles y Wood –dos potencias se saludan) y, al igual que Los 400 golpes, la película tiene la gran virtud de ser una obra maestra sin parecerla.
Glen or Glenda es subversiva tanto por su forma como por su contenido. Ed Wood – que escribe, dirige y protagoniza el film- hace un alegato a favor de la legalización del travestismo. Es un film-ensayo, en el que se disparan argumentos para convencer al receptor de que reconozca o al menos llegue a tolerar otro tipo de preferencias. “¿Cómo puede ser que un hombre no pueda ponerse un buen vestido y salir a la calle sin que los policías lo detengan?”, se pregunta Ed Wood en 1953 (en Salta, en 2008, la población se pregunta cómo puede ser que alguien se pregunte por qué no dejan a los travestis y a las prostitutas salir a la calle).
Pero es la técnica lo que hace a Ed Wood memorable, porque ha logrado convertir cada uno de sus defectos, que son muchos, en sus grandes virtudes: no hay plata para extras, entonces planta la cámara en medio de la calle y empieza a filmar, sin avisarle a esas personas que se están convirtiendo en personajes y entonces vemos a estos curiosos mirando directo a la cámara para derribar la cuarta pared; se queda corto de cinta y decide pegar fragmentos de otras películas (que no le pertenecen) y el resultado es que acaba con la linealidad cronológica y presenta un discurso fragmentado, acaso metafórico (se pegan fragmentos de un bombardeo de guerra, de búfalos desbocados, escenas de películas pornosoft) con unas asociaciones libres que le pondrían la piel de gallina al mejor surrealista. Y desde luego está el mítico Bela Lugosi, todavía drácula para todos, en los últimos estertores de la actuación.. Es un narrador-presentador único para una película única. De su boca sale esta frase: “Sólo la infinitud de la profundidad de la mente humana... puede contar realmente una historia”. Esa frase, intuyo, define perfectamente a Wood. No había tiempo para detenerse a pulir, a perfeccionar, no había tiempo que perder, porque había que seguir contando… vomitando historias. Glen or Glenda es una película torpe, plagada de errores, pero por una razón probablemente incomprensible, funciona. Es tan mala que es buena.
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