sábado, 28 de enero de 2012

Nueva Narrativa Salteña: Dallacaminá y sus mentiras



Alejandro Kozarts (*)

Supongo que todo escritor es, en el fondo, un fetichista de las palabras. Las letras se juntan, las palabras se arman y se desarman, como un juego, mucho más importante en sí, que la historia para la que son utilizadas. Las palabras como un fin y no como un medio. Esto se percibe, de a momentos, en el autor que trataremos de analizar en esta reseña: Alejandro Dallacaminá. Algunos datos contextuales: nacido en Orán, el 19 de febrero de 1983, es el autor del libro “Yoes y mentiras”, que ganó el concurso provincial de cuento en 2004. Además publica relatos, con cierta asiduidad, en su blog (manchasdeltigre.blogspot.com), aunque por una cuestión de espacio en esta reseña sólo se comentará el libro.

El título obedece al desdoblamiento del narrador o por lo menos a la convivencia de más de una personalidad: hay más de un “yo”. El mismo autor en el prólogo del libro, titulado “A ambos lados de Dios”, habla así de esa situación esquizofrénica: “Sería arrogante justificar cada coma donde está, cada punto que ocupa un lugar. Porque en cada relato que he pensado sanamente para este libro, se ha colado de manera totalmente involuntaria mi enfermo inconsciente, mi atolondrado espíritu que quería poner él también su nombre en la carátula… las locuras morbosas, los excesos evidentes, las palabras sin sentido, no las he elegido yo… No voy a afirmar la veracidad de mis palabras ni la falsedad de mis mentiras”. Sí, alguien habrá notado ya el fantasma de Borges sobrevolando esta declaración, y su influencia también se percibe en otros aspectos del libro: el regodeo en su prosa, la ironía fina, algunas formas en que enumera (Ej.: Él luchó en la guerra santa, se casó con una geisha llamada Yeromé, estuvo preso por una estafa que no cometió, sembró algunas flores en el fondo del mar. Ella se casó con un negro marroquí, anheló la paz mundial, sus tres hijos son Melchor, Gaspar y Baltasar, juntó flores del fondo del mar”.); aunque Dallacaminá está, afortunadamente, lejos de ser un escritor borgeano.

No hay ninguna pretensión de realismo. Y con esta afirmación no me refiero a la elección temática (porque de última se podría separar el corpus entre cuentos realistas y fantásticos); sino al hecho de que el lector no puede sumergirse totalmente en una historia porque siempre hay huellas visibles de que se está contando una historia. Por ejemplo, en “Hombre bueno”, Dallacaminá cuanta la historia de un hombre que es demasiado bueno (ésa es su virtud, su defecto y su destino...”, dice el narrador) y este personaje se enfrenta a la situación de tener que hacer cola en un cajero y, va cediendo su lugar a los que llegan, de manera que el tiempo pasa, años a decir verdad, y el hombre sigue sin poder entrar a sacar plata. En un momento, la voz del narrador irrumpe: “Todo muy emotivo pero…, ¿cómo termina esta historia? Hay dos posibilidades posibles…”

Este fragmento es una muestra, asimismo, de otra vertiente lúdica dentro de la obra dallacaminiana: el relato-performance; el escrito que obliga al lector a sumergirse en el libro y participar de manera activa en esos juegos. Un ejemplo: el texto “Para escribir una historia” está en segunda persona, son instrucciones para los aspirantes a escribidores sobre cómo lidiar con sus personajes: “…sígalo de cerca, siempre de cerca. Si se duerme, despiértelo; si se ríe, cállelo; si se baña, córtele el agua…”. La idea del libro como performance está, también, en la contratapa del libro y en la nota final de la página 91; allí el lector se topa con esto: “Al leer el libro por segunda vez, y sólo por segunda vez, aparecerá entre las páginas cuarenta y cuarenta y uno un texto desconocido que no me pertenece. El texto se encontrará en un único ejemplar de esta edición cuando el lector lea por segunda vez el libro. Y después, aparecerá para siempre…”.

El humor y la total falta de solemnidad, son algunas de las grandes virtudes de este libro.

(*) Publicado por El Intransigente, el viernes 27 de Enero de 2012

martes, 17 de enero de 2012

Nueva narrativa salteña: LA OTRA CARA DE LUNA






Alejandro Kozarts (*)

Hasta los 80’, las historias se anclaban en el ámbito rural; fue en esa década que Carlos Hugo Aparicio permitió descubrir a los lectores que los barrios capitalinos también podían ser escenarios para buenos cuentos (si bien su novela y varias de sus historias jamás abandonaron la puna). Y han pasado casi 30 años para que la musa espacial presente una nueva mutación: la ciudad, que si bien está lejos de ser una gran metrópolis, se diferencia del barrio apariciano por su neurosis, por sus nuevos ritmos, por la visibilidad de una composición social más heterogénea y, sobre todo, por su violencia.
No es que se hayan dejado de escribir cuentos con esos parsimoniosos locus amoenus, ni con esas siestas y conversaciones lacónicas de barrio; pero si hay algo de nuevo en la nueva narrativa salteña es el cambio de paisaje, la imposición de una ciudad desquiciada.
Y es justamente en “El libro de las humillaciones Varias”, publicado por Editorial Intravenosa (Jujuy) en 2011, donde se percibe esta transición pues en sus páginas conviven el pueblo, el barrio y la ciudad.
El título sintetiza el espíritu de los cuentos de Alejandro Luna: no es que el autor no quiera a sus personajes; pero sabe que un buen escritor debe apartarse, debe dejar que sus personajes anden solos y se enfrenten, con esa desnudez, ante los infortunios del destino. Todos sus personajes están condenados al desasosiego, a desear y a tratar de con seguir algo que nunca obtendrán y a sufrir durante ese intento.
Una comparación: en un cuento de Aparicio, a una familia le hurtan, una a una, de manera imperceptible y sutil, las ruedas del auto; en un cuento de Luna una parejita está discutiendo en la parada de colectivos cuando se les acerca grupo de mocosos drogados para robarles, el chico se resiste, y lo matan a golpes. “Cayó al suelo y comenzaron las patadas por todo su cuerpo que no quería más que amar y que lo amen. Ella comenzó a correr. El Gabo ya no se cubría de los golpes…”, dice el narrador: la violencia es tangible y es, junto a la desolación, uno de los ejes del libro.
Salvo dos, todos los cuentos son realistas, a tal punto que a veces Luna pone como epígrafe inicial de los cuentos fragmentos de noticias de diarios, epígrafes que pueden servir como efecto de realidad, o como una forma, por parte del autor, de reconocer que esas noticias fueron las disparadores de los cuentos (de cualquier manera, esos epígrafes entorpecen la lectura, pues adelantan el desenlace de la trama y porque los sucesos de los diarios son demasiado comunes como para que Luna se sienta en la obligación de citarlos como fuentes).
Una de las excepciones a ese realismo es “El Pollo”, que es, también, el mejor cuento del libro. Luna vuelve al ambiente de pueblo (que nunca termina de abandonar, algo que se percibe en cómo hablan muchos de los personajes), se apoya en el fantástico, y nos brinda un relato tierno y, al mismo tiempo, cargado de una crueldad infantil (que es la más refinada de las crueldades y en la que además Luna parece experto): “Cuando recién conocieron a Miguel se le acercaban para hablar con él, pero en poco tiempo su condescendencia lo convirtió en un chico poco creíble. Lo que se debía también a que Miguel era excesivamente bueno en una edad en que ser bueno no es lo mejor para la convivencia. Todo lo que tenía lo daba, a todo asentía y por ello sufría las peores burlas…”
El Libro de las humillaciones varias es un libro extraño. Pululan, en esas páginas, personajes heridos, llenos de cicatrices abiertas. Y Luna conoce esas cicatrices y sobre ellas construye su literatura.


(*). Publicado por El Intransigente, en su edición del 13 de Enero de 2012

sábado, 7 de enero de 2012

Nueva Narrativa Salteña: Un tal Cecilio Pastrani

Alejandro Kozarts (*)

¿Hay una nueva narrativa salteña? Difícil saberlo. Hay, sí, muchos jóvenes escribiendo, la mayoría sin espacio para mostrar sus producciones. Ahora, si hay algo de nuevo o de salteño en esos escritos es algo que está aún por verse.
Hablemos del libro de cuentos “Doppelgänger”, de Cecilio Pastrani, que antes de llegar, la semana pasada, a la vidriera de una librería de calle Caseros, circuló en 2010 entre un pequeño grupo de amigos del autor. Sobre Pastrani hace falta saber algunas cosas: estudió Letras en la UNSa., no soportó la carrera y, cual detective salvaje, se fue a probar suerte a España. Desde entonces anda dando vueltas por alguna parte de Europa. Estos datos biográficos se perciben en su prosa, tan deudora de las lecturas (Bolaño, Cortázar, acaso Raymond Carver), como del castellano que escucha a diario: los narradores de Pastrani no tienen esa vocecita de color local provinciano –que dicho sea de paso en Salta sólo le sale bien a Carlos Hugo Aparicio-, sino que hablan como en España: “Fue duro, mas en ningún momento sucumbí a la tentación…”; o “voy a por ella” o “Nunca vi nadie que blufeara como él lo hacía.” Alguien podría señalar, de igual manera, la cantidad de palabras y frases del inglés que irrumpen en la prosa y ni hablar de los títulos en alemán.
No estoy diciendo que esto sea un defecto o una virtud: digo que es raro (aunque para mí lo raro suele ser bueno), en todo caso es un síntoma, que da cuenta de una fuerte necesidad, en el autor, de cortar sus raíces, de distanciarse de la provincia en la que vivió hasta los 20 años, más allá de algunos elementos decorativos de esa salteñidad (como el mate). El título del libro, en este sentido, ya nos brinda algunas pistas de esta sensación, porque “Doppelgänger” significa en alemán “doble fantasmagórico”, habla del doble de una persona, generalmente malvado.
Hay varios cuentos de este libro que valen la pena de ser leídos; pero hay uno especial, titulado “alptraum”, que es imperdible: si bien la trama puede remitir a Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut), de Stanley Kubrick, el clima es totalmente davidlyncheano (no por nada “alptraum” significa “pesadilla” en alemán) y el narrador sumerge al lector en ese mundo totalmente carente de sentido y profuso en humor. Sinteticemos la trama: un hombre empieza a contar que cierta noche terminó en una exclusiva fiesta swinger, que en la habitación de ese hotel todo estaba a oscuras, que de todos modos el personaje podía ver que todos tenían máscaras, menos él y que había en el centro de la habitación un círculo de luz. “Ni siquiera tenía pareja, aunque sentada a mi lado había una mujer gorda y negra (aunque no sé si era negra o sólo la veía negra por la oscuridad reinante) que parecía excitada, que respiraba ruidosamente y se movía al compás de alguna música que solo ella podría oír, un ritmo lento y espeluznante que se me ocurría era una bossa nova sideral o, aún más lejana, una bossa nova plutónica”, dice el narrador. El cuento es delirante y tiene un “cameo” especial para los lectores de narrativa norteamericana.
Al finalizar el libro uno puede llegar a pensar que el término “doppelgänger” no alcanza a contener a todas esas voces narrativas, tan disímiles entre sí, que trasuntan el libro; que no hay un gemelo malvado de Cecilio Pastrani, sino varios Cecilios Pastranis ( eso sí, todos malvados.)
Quizá este libro sintetiza la preocupación de algunos jóvenes escritores salteños: la necesidad de suprimir el pasado, no tanto para decir “la literatura empieza con nosotros” y reconstruir ignorando las ruinas; sino porque los que escriben están escindidos de manera espacial y temporal con la provincia: no hay nada en ese pasado, no hay nada en esta Salta a lo que se sienten unidos. Y esto no sólo le pasa a Pastrani, que está en Europa, sino a muchos salteños que nunca pudieron dejar este valle.

(*) Publicado por El Intransigente, viernes 6 de Enero de 2012